Otro tranvía llamado deseo

Edición: 
1144
Laly Mainardi y la fundación de la sastrería municipal de Paraná

Por Belén Zavallo (*)

Primer vagón: la sagrada familia. ¿Somos de donde nacemos o somos de donde hacemos nuestra historia? La vida de Lali llega a Paraná a los seis años, viene de la mano de sus padres, ignora que su madre pronto le anunciará que va a tener un hermanito, cuando lo sepa la noticia la atravesará como un rayo. A su maestra de primer grado, NelaRosomando, en la Escuela Sarmiento de calle La Paz le dirá que está enojada, que no quiere dejar de ser hija única, nieta única, sobrina única. La escuela es nueva para ella, la ciudad dejó de ser ese pueblo con casona amplia en Las Rosas, provincia de Santa Fe. Allí, Lali jugaba con su abuela Lucía, sus tíos solteros que la cuidaban y llevaban a hacer travesías: “cuando llovía juntábamos ranacuajos de las cubetas”. En esas calles de tierra, recuerda que vendían panes en carros, que ellos, los niños de su época eran otros bichos sobre el mundo, con antenas extendidas a los movimientos, un diálogo desde la infancia es una primera forma de abrir los ojos para siempre.

Las tías mujeres tenían una tarea específica: dedicarse a las labores domésticas. Así fue como la niña Gladys Virginia Mainardi entró con sus ojos claros de almendras en el ojal, enhebró su mirada con hilo de acero y ahí quedó atrapada en la costura, en las figuras que formaban esos bordados que volverían en su vida años después, en su etapa de mujer.

“Jugaba a hacerle bordados a la única muñeca que tenía, se llamaba Pepona, la vestía con los retazos que encontraba. De esa muñeca quedaron las hilachas, porque la usé tanto que se desarmó”.

A Paraná la trajo el trabajo de su padre, cuando lo trasladaron al Banco Nación de la capital provincial. Su padre un hombre recto, alto como los cedros, de ojos azules que ningún hijo heredó, un padre en quien confiar pero no con quien dialogar. La espalda segura sobre sus rodillas, el silencio como forma de conocer el amor. “Era más fácil con mamá”, siempre la lengua materna volviendo el caudal de las palabras como un río interminable que se hace lecho en cada paladar. “Tengo el rostro de mi madre y su voz, no es fácil escucharme sin ella, con ella ya muerta y con ella viva en mi cuerpo”.

Segundo vagón: Los trabajos y los días. Es 4 de julio de 1980, cuando vuelva la democracia nacerá su primer hijo Federico, en 1985 el segundo y en 1992 nacerá el tercer hijo varón. Laly  está casada y dedica sus días y noches a la maternidad pero quiere mejorar las cortinas de la casa: vuelve a la Singer y el traqueteo de los pies. Sin darse cuenta encuentra otra causa de su alegría: diseña sombreros, tocados, ramos, vestidos de fiesta. Su hijo Federico estudia comedia musical con Fabio Vides y tiene una muestra, ella le hace un chaleco. A la salida del teatro, felicitan al niño por su actuación y consultan quién le hizo el atuendo, Laly sonríe. Ese esguince en su historia íntima con un espacio que le pertenecía solo a su cuerpo, a sus ojos sobre las telas, a sus manos afilando el cruce de la aguja encuentra una veta pública. Trabajará para vestir cabezas, mujeres, manos con guantes hasta los codos. Bordados infinitos la esperan como estrellas.

***

Vagón tres: Aida. El 14 de noviembre de 2004 se realiza en Paraná la ópera Aida, en un programa que cultura nacional impulsaba para las provincias se elige la capital de Entre Ríos. Hubo un cupo para una capacitación de trabajo con vestuaristas y el equipo de Fundamus selecciona un equipo para realizar el vestuario de la obra. En esa instancia proponen a Laly para formar parte entre los elegidos. “Ahí aprendí a fabricar sandalias, pelucas, todo lo referido al vestuario.” Mainardi que bordaba desde hacía muchos años, desde que vio a su tía, desde que su muñeca tenía un cuerpo a la espera de su abrigo vislumbró un nuevo futuro, algo más amplio para hacer con sus manos. En la obra trabajaron trescientos artistas en el escenario y eran de toda la provincia. La ópera funcionaría luego en su vida como la música de fondo que crece detrás de los sueños.

Vagón cuatro: El Juanele. El actor, arquitecto y gestor cultural Gerardo Dayub estaba al frente de la gestión municipal de cultura durante el 2005, el intendente era entonces Julio Solanas, en ese año Gerardo convoca a Laly Mainardi para que forme parte del centro cultural Juan L. Ortiz. Laly acepta encantada la invitación. Junto a ella se funda la sastrería teatral municipal. Dirá Gerardo Dayub: “la sastrería teatral de la ciudad de Paraná es Laly, ella organiza la función de ese ropero enorme que inauguró hace tantos años y que aún sostiene. Fue ella quien consiguió la ropa, organizó el manejo desde cero, con poco y nada. Fue muy autónoma, lo generó a todo sola, nosotros dispusimos del espacio pero si tuviese que usar una figura comparativa diría que nosotros lo parimos y ella se hizo cargo de la crianza. Fue la madre generadora de la sastrería. Además acercó un espacio que podría haber sido más exclusivo y reservado al ámbito teatral a toda la comunidad. Siempre estuvo: dispuso de tiempo ilimitado, creatividad y ánimo para la sastrería. Nos enseñó a todos con bonomía.”

Respecto al lugar Laly dice que “eligieron el espacio de los vagones y eso produce asombro en quienes visitan el espacio, nadie imagina que dentro de estos galpones, que actualmente están reconstruyendo y poniendo en valor, se encuentre tanta magia.”

Habla de ropa pero también del trabajo detrás de las prendas, de los lugares que esos atuendos ocuparon, cuáles los cuerpos, las caras, los parlamentos, cuáles los directores, las obras, los aplausos, los detalles que no pasan desapercibidos si sabemos atender a lo nimio que constituya la historia cultural del teatro en Entre Ríos, no solo de la ciudad de Paraná.

Oscar Lesa recuerda la iniciación de la sastrería en 2005 “prácticamente pelada” y que en la actualidad tiene más de tres mil prendas, más de doscientos pares de zapatos, más de doscientas carteras, tiene vestuarios históricos. Los trajes pueden prestarse a través de un trámite sencillo y gratuitamente, con la condición de devolverlos en mismas condiciones de cuidado. En el presente la sastrería trabaja con el Museo Histórico, con el museo Eva Perón, con el Museo de la Ciudad, con escuelas y jardines maternales, con ballet y escuelas de teatro, con las muestras del Profesorado de Teatro de la UADER. En el 2008, en el plan de coproducciones federales del Teatro Nacional Cervantes, Lesa refiere que trabaja con Mainardi en El organito y He visto a Dios. Y con Metamorfosis en las giras federales. “Ella era una de las poquísimas personas capacitadas para organizar el vestuario teatral en la provincia.”

Vagón cinco: el despiste. “Empecé a ver doble las imágenes, después llegó mi hijo que me acompañó a la guardia y de ahí en más no recuerdo”. Laly se refiere al ACV que sufre a dos años de empezar a trabajar en la sastrería del teatro municipal, Laly es la sastrería misma, quien dirige, ve más allá que prendas y hace aparecer un paisaje como de marionetas. Cuando enferma tiene que volver a aprender a hablar, a caminar, a escribir. No olvida cómo se cose, “tengo la motricidad fina” dice, y apunta las manos como si se tratase de afinar una mira. Ve los puntos donde los hilos pasan a ser tela. A los tres meses del ACV vuelve a su oficio. “Me olvido que no camino hace tres años mientras trabajo”.

¿Cómo se olvida el cuerpo de su peso? ¿Cómo un sueño puede desparramar los propios huesos, hacerlos astillas, dejarlos sin dolor?

Las manos de Laly tienen la danza de otra manos que la precedieron, las uñas cortitas para que no estorben y la alianza de su abuela del año 1917: “la conservo para sentirme cerca, para homenajearla y para recordar quién soy”. Con respecto a la religión, Laly se encomienda a Dios pero también los actores y actrices que conoció por su trabajo le acercaron conceptos budistas y busca a su forma de hilvanar la paz para sobrellevar los días que se hacen cuesta arriba: “Fueron cosas fuertes que me demostraron ser fuerte: el acv, la separación de mi marido, el trabajo como un desafío y la responsabilidad de no defraudar a quienes me confiaron en mí, la recuperación y el actual artrosis que no me deja mover. Cada tiempo es una marca que puedo pensar en obras, en escenarios, en trabajos sobre tela, pero también es la muestra de la fugacidad y de la perseverancia del espíritu.”

Vagón seis: los paraísos presentes.

Le hubiera gustado vestir a Frida Khalo, la admiro por su tenacidad y talento.

Le gusta cocinar pastel de papas y canelones de verdura.

Le gusta compartir con María Elena, Rosario y Fabiana que siempre están en el hombro que necesita. Son compañeras de trabajo y persisten en la alegría. Le gusta agradecer a quienes han sido sus jefes: Gerardo Dayub, Carina Netto, todos con los que comparte aunque sea una charla.

Le gustan sus recuerdos: La obra Las putas de San Julián en la que conoció a Osvaldo Bayer. Las giras con el Teatro Nacional Cevantes que duraban tres meses en las que iban a distintos lugares que los llenaban de regocijo y anécdotas.

Le gusta escuchar una canción de cinco minutos que cuente una historia. Le gusta el rock tanto como la ópera.

Le gusta que la palabra sea la protagonista más que el traje, que su ropa no distraiga de los paramentos, que el teatro se escuche y se vea, que su trabajo rinda culto a quienes se acercan a dejar ropa de sus difuntos.

“Tengo mucho respeto por las prendas que los vecinos nos acercan, para ellos tienen un valor personal, para mí algo sobrevive en la tela, así que cuando utilizamos ese material somos cuidadosas.”

Le gusta recordar El organito de Armando Discépolo y He visto a Dios de Francisco Defilippis Novoa. Le gustan las obras que recuperan mujeres que quedaron al margen de la historia: Las Dolores dirigida por Nadia Grandón, que retoma las figuras de Dolores Costa de Urquiza y Dolores Puig de López Jordán, que cuentan desde sus perspectivas la historia de Caseros, la Confederación, Pavón y la muerte de Urquiza.

Le gusta enumerar las obras que vistió en Paraná: El guapo y la gorda, Milonga Bardear, Plan B (o la destrucción del aparato), 5438, Lo roto, Muñeca, El corazón del actor, La Garay (una mujer para recordar), Pánfilos, El cruce.

Las giras federales: Sol de noche, Un informe sobre la banalidad del amor, El partener, La crueldad de los animales.

Le gusta agradecer, el gesto de las manos unidas y la mirada entre lo que las palmas unen. En un mundo alcanza con los nombres buenos para salir adelante.

En Las Rosas permanecen las paredes de la casa de los abuelos, la mirada fija en el movimiento zigzagueante de las tías bordadoras, en el horizonte el río que hermana las provincias, el río que deviene en otro río lleno de historias, Heráclito y el agua sobre la piel, las escamas como un traje del cuerpo que se mueve sin piernas, como Laly que traquetea la máquina y cose, aunque esté quieta y gira, porque los párpados son otros telones que guardan más obras.

(*) Belén Zavallo es poeta y escritora. Es editora de la sección Entre letras, de la revista ANALISIS. Su trabajo fue una de las tres menciones especiales del jurado, en el certamen Entre orillas crónicas organizado por las municipalidades de Paraná y Concepción del Uruguay.

 

(Más información en la edición 1144 de la revista ANALISIS del jueves 21 de septiembre de 2023)

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