La pobreza y la indigencia pasaron a ser moneda corriente en las ciudades más pobladas de Entre Ríos, con asentamientos precarios que ya no son una excepción. En los pueblitos antiguos y rurales, en cambio, la misma pobreza genera desarraigo y se disuelve en destierro. Entre Ríos echa a los pobres para mejorar los índices, y la decadencia contrasta con la opulencia de unos pocos, pero las caras de las víctimas, como la de los victimarios, se desdibujan tras las cortinas de humo.
Daniel Tirso Fiorotto
El desamparo de muchas familias está en sintonía con el deterioro ambiental que se manifiesta en plenitud en los arroyos cargados de nylon, plástico, gomas, chapas y cloacas a cielo abierto.
En las afueras de Paraná, la contaminación, los basurales, la desocupación, la indigencia, se completan con decenas de jóvenes en la prostitución en la calle del parque industrial, como consecuencia de decisiones de una clase media paqueta que prefirió potenciar el desamparo de las víctimas antes que atender los prostíbulos.
La miseria se atenúa un poco a través de subsidios estatales más o menos permanentes, y según testimonios recogidos por ANÁLISIS va acompañada de estrategias electorales por el “voto cautivo”. Pero, ¿a qué se debe la miseria creciente? ¿Por qué agujeros se cuelan las riquezas?
Ni agua limpia ni aire puro
Personas desarraigadas, personas reducidas a servidumbre, cuando no esclavizadas en el frío de las noches y a oscuras, en busca de un macho que desembolse unos billetes a cambio de sexo. La decadencia no sería completa si no fuera por la tendencia de los poderosos a aumentarse los ingresos mensuales de manera obscena, saqueando las cajas del estado, y a exhibir sus riquezas en barrios con estatus.
En esta nota recopilamos voces del basural, en paralelo a algunas causas del empobrecimiento que plantean interrogantes a políticos, banqueros, dirigentes, profesionales.
Desde la mirada antigua y vigente de nuestros pueblos ancestrales se comprende mejor la interrelación del ser humano con su entorno, empezando por el aire, el suelo, el agua, los árboles, las aves, la cultura, es decir: la cultura dentro de la biodiversidad. En los basurales entrerrianos el aire es humo de plásticos, el monte fue arrasado y reemplazado por el nylon y los demás desperdicios; y el agua colapsó con cloacas, gomas, óxidos, plásticos y chapas de todos los calibres, alambres, vertidos industriales. Ni aire ni agua ni suelo ni monte ni comida ni casa: marginación e indigencia que espantan, al lado de riquezas y corrupciones que también espantan, en pleno siglo XXI.
Esto adquiere una potencia mayor en estos días cuando sabemos que, en circunstancias parecidas, los chilenos están logrando un quiebre constitucional a través de una Convención que preside una dirigente mapuche de hondas convicciones por la vida comunitaria y el ambiente, y contra la prepotencia estatal y la compra de conciencia. El discurso inaugural de Elisa Loncón está exactamente en las antípodas de lo que experimentamos aquí.
(Más información en la edición gráfica número 1122 de la revista ANALISIS del jueves 8 de julio de 2021)