Antonio Tardelli
La determinación del primer mandatario, adoptada a poco de cumplir tres años de gestión, supone un ligero cambio de estrategia no exento de riesgos. Hasta ahora, sin perjuicio de su amable convivencia con el poder central, había intentando contener a todas las alas del extendido peronismo: se amigó con los massistas renovadores, fundamentalmente con Jorge Busti, y procuró cobijar tanto como pudo a los radicalizados kirchneristas, o sea a los urribarristas y otras especies. La interna del año pasado, al fin y al cabo un intento de contención que no pudo evitar las fugas experimentadas en la elección general, fue la materialización de aquel propósito. Hoy las cosas han cambiado.
Llamada a profundizar los cimbronazos que experimenta un peronismo aún confundido, la postura del primer mandatario se asienta en la tranquilidad que le entregan las encuestas. Bordet apuesta todo, otra vez, a su buena imagen pública. El escenario nacional lo ayuda: la decisión de cortar el cordón umbilical que lo ata aún al urribarrismo sería inimaginable si las acciones de Cambiemos no oscilaran a la baja. Únicamente la ventaja que según los sondeos toma por sobre sus adversarios macristas le permite alentar una disidencia electoral que, yendo por fuera del frente que hegemonice el PJ, dividirá el año que viene el voto peronista. Echar a Urribarri es un peligro que, hoy, Bordet está dispuesto a correr.
(Más información en la edición gráfica número 1089 de la revista ANALISIS del jueves 8 de noviembre de 2018)