Su mejor jugada

Edición: 
1082
La emotiva historia de Lisandro Ruiz Moreno y su campaña para ayudar a Lola, una nena de 4 años que padece leucemia

Pablo Rochi

Pensó que aquel día iba a ser como cualquier otro. No había nada que anticipara lo contrario. Se despertó y de manera mental repasó su agenda y las actividades a cumplir. Más que nada parecía ser una jornada rutinaria, con un entrenamiento vespertino y gimnasio de pesas. La mañana también parecía tranquila, salvo una visita al hospital Materno Infantil San Roque con sus compañeros de Echagüe, con quienes debían cumplir con una campaña solidaria que consistía en llevarles juguetes a los chicos internados en el sector de Oncología, un gesto que el deporte realiza a menudo.

Faltaban un par de días para la Navidad del año pasado y Ruiz Moreno encaró la iniciativa con el plantel de Echagüe con la idea de, al menos, sacarle una sonrisa a los pibes hospitalizados. Lo que no se imaginaba era que aquella visita provocaría algo sensacional y le despertaría ese deseo grande de dar una mano a los que más lo necesitan.

En aquella visita, Ruiz Moreno conoció a Lola, una niña de tan solo 4 años, del interior de Entre Ríos quien padece leucemia y está en pleno tratamiento. Aquel contacto fue tan profundo y significativo que desde ese día Lisandro sintió la enorme necesidad de acompañar y ayudar a la familia de Lola, con quien rápidamente estrechó un lazo afectivo.

Lisandro conoció más en profundidad la enfermedad de Lola después de charlar con Marina, la madre de la chiquita, quien también contó la realidad de la familia y los contratiempos que debe afrontar.

Lola es la segunda más pequeña de un grupo de siete hermanos. Tomás es el más grande con 20 años, Martina tiene 17, Anabella 15, Luisina sigue con 12 años, Catalina tiene 10 y Matilda es la más pequeña con 4 meses.

Fue tan grande ese vínculo que el basquetbolista encabezó una campaña que tuvo grandes repercusiones. Hoy, a siete meses de aquel episodio, el deportista paranaense continúa al lado de Lola y su familia.

—Aquella jornada solidaria con Echagüe fue un antes y un después: se cruzó Lola en tu camino. ¿Cómo fue aquel día?
—Todo comenzó en diciembre pasado, previo a la Navidad. Echagüe hizo una campaña para donar juguetes. Fue así que visitamos el Hospital. Hubo una conexión diferente con Lola, quien por aquel entonces no tenía diagnóstico. Recuerdo que hablé con el médico y me contó que estaban esperando el resultado de los estudios. La temporada continuó y en uno de los viajes me llegó la noticia de que en Federación había una campaña para ayudar a Lola luego de conocerse el diagnóstico. En esa campaña se pedía ayuda para la familia, en esencial por los viajes que debían realizar a Paraná. En ese momento sentí que podía hacer algo y por más chiquito que fuera también podía ser muy útil.

—Y desde ahí comenzó una historia muy linda que hoy prosigue con ella y su familia.
—Sí, es así. Por aquel entonces el club Echagüe me dio una mano muy grande, al igual que mis compañeros de equipo. Así se comenzó con una campaña para ayudar a la familia de Lola. Se pudo juntar ropa, juguetes y dinero. La verdad que salió todo muy bien. Nos tomamos un tiempito y todo lo donado se lo hicimos llegar a Federación. Cada vez que Lola viajaba en la ambulancia con la mamá llevaba esas donaciones. Imaginate como se multiplican estos actos que Marina, la mamá de Lola, me comentó que muchas de estas donaciones sobraron y que ella se encargó de repartirlas a quien también lo necesitan. Terminada la campaña y una vez que entregamos todo me quedó un vínculo con Lola y su familia, la que perduró y perdura hasta el día de hoy. Marina siempre está agradeciéndome por la ayuda que les puedo dar, aunque trato de frenarla cuando se pasa en elogios porque así como les doy es lo que recibo de parte de ellos. A mí me llena de satisfacción cada vez que la voy a visitar, que juego con ella, la veo bien y avanza en su tratamiento. Para mí es la manera de eliminar el ruido en el que uno vive en el día a día y que lo confunde, sin darse cuenta de que lo importante de la vida pasa por otro lado. Estar ahí son esos momentos de claridad y, como lo llamo yo, son certezas del sentir.

—Lo que era un día cualquiera pasó a ser algo maravilloso.
—Sí, totalmente es así. Fue y es un aprendizaje permanente. Estar con ellos, acompañarlos a sabiendas de que acá no tienen a nadie. En cierta manera me transformé en el pariente que los visitaba cuando venían a Paraná. El compartir los momentos lindos y los no tanto. Es entender sobre la cruda realidad que se vive ahí adentro, pero siempre con optimismo y admiración por los padres que atraviesan por tan delicado momento. La cantidad de energía que tienen y ponen en busca del mejor resultado. Ellos dejan sus casas, se instalan acá y viven una realidad totalmente diferente a muchos de nosotros. Entonces de mi parte no me quedaba otra que acompañarlos, estar con ellos y brindarme en lo que necesiten.

—De los chicos siempre se aprende mucho, y más cuando están en situación de crisis. ¿Qué aprendizajes notás que incorporaste gracias a esta experiencia?
—Evidentemente que ellos tienen una manera tan simple de vivir que nosotros, cuando crecemos, nos olvidamos de tenerlo presente. Son las cosas genuinas del ser humano. Ellos están viviendo un día difícil y sin embargo te regalan lo mejor que tienen en ese momento, a cambio de nada. Te regalan su mejor sonrisa y el momento que disfrutan por estar vivos. Es pureza total, no está contaminado de nada. Por eso le decía a Marina que entienda que yo estoy dando lo mismo que recibo. Había días que me iba angustiado y mal porque la situación era delicada, pero había otros días que me iba lleno, con el corazón repleto. Y a eso trataba de repartirlo en los lugares por los cuales transito a diario. Es parte del compromiso, el cual no sirve guardárselo para uno sino transmitirlo para el resto.

(Más información en la edición gráfica número 1082 de la revista ANALISIS del jueves 26 de julio de 2018)

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