Leibniz y los peronismos posibles

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¡Teléfono en la Redacción!

Por A.S.

—Buen día, ¿cómo le anda?
—Masssomeno. Algo enojado.
—¿Por?
—¿Pregunta “por”? ¡No me puede tener una hora esperando, es inhumano!
—No fue una hora, exagerado. Apenas unos minutos.
—Será, pero me parecieron una hora. El otro día me pasó lo mismo en un consultorio médico. Me dieron turno para las 9 de la mañana y el facultativo recién me auscultó a las 10.37.
—¿Ahí también se quejó?
—Claro. ¿Por qué no habría de hacerlo?
—Preguntaba nomás. No es que lo crea especialmente susceptible, sólo que a veces me parece que conmigo usté se pone más sensible. Son momentos, le diría, de fina sensibilidad. Si el Gobierno, agrandadísimo con el resultado eleccionario, no sabe para dónde agarrar aprovechando tamaño espaldarazo ciudadano, imagínese el resto de la población.
—¿Cómo que no sabe para dónde ir? Está abriendo todos los frentes a la vez, siguiendo esa estrategia que el ex ministro Bullrich definió, sin querer, claro, cuando era funcionario porteño…
—¿Cómo era eso?
—¿No se acuerda? Acá la tengo. Le leo: “Lanzar muchas iniciativas al mismo tiempo, porque los gremios focalizan. Cuando se dieron cuenta que alguna ya se implementó, van atrás de esa y avanzás con la que no habías avanzado".
—Sí sí, me acuerdo. Y después decía algo así como que era un ajedrez.
—Exacto. “Estoy develando la estrategia pero no importa porque es poco atacable igual. Les abriste doce, rechazan una y las otras once avanzan. Es como un partido de ajedrez o de damas medio complejo, pero que funciona".
—No son pavos. El que los compre por bobos se equivoca.
—Nadie bobo se queda doce años, o más, en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
—Tal cual. Me parece que el PJ lo va viendo. Y se empieza a preparar. No pasaron las elecciones y ya los que hasta ayer estaban con Cristina hablan de reunificar al PJ y anuncian bloques conjuntos con Massa, al que hace poco calificaban de “traidor”. Bordet en eso fue un pionero. No es poca cosa tener en la lista de diputados al mismo tiempo al yerno de Busti y a la sobrinita de Urribarri.
—Todo queda en familia.
—Igual, estaba hablando del Gobierno. Mire, si les va como parece que les va a ir, estos tipos no sólo se van a comer a buena parte del peronismo, sino que ya van a empezar a pelearse entre sí los gobernadores del PJ para estar en la fórmula 2019 acompañando a Mauri.
—No joda.
—Se lo digo muy en serio. No soy de hacer profecías, pero acuérdese lo que le digo: si Cristina pierde por diez puntos, como auguran algunos entusiastas del oficialismo, al otro día de las elecciones van a empezar a desfilar los Urtubey, los Bordet, los Uñac, para coquetear con el macrismo. Van a empezar a matizar sus miradas sobre el plan de Macri…
—Eso ya lo están haciendo.
—Por supuesto. Empiezan a ver que éstos no son Menem, ni De La Rúa.
—¿Y qué son, según usté?
—Son algo así como Frigerio y Frondizi, pero con el aprendizaje que da la experiencia de los 60 años posteriores.
—¿A ver? Expláyese.
—Esto es una nueva derecha. Desarrollista. Partidaria de un capitalismo “normal”…
—¿Como quería Néstor?
—Sí. O al menos como él decía que quería.
—Siga.
—Esta es una derecha lúcida, que quiere avanzar hacia un país capitalista “normal”, es decir, con todas las desigualdades del capitalismo, con todas sus lacras, con el consumo a full, con el extractivismo a full, pero todo controlado por las dirigencias nacionales… que ellos integran, por supuesto.
—Sí, lo que ya se dijo cuando asumieron: “el país, manejado por sus propios dueños”.
—Hmmm. No tanto. Yo diría “por algunos de los que son sus propios dueños, una minoría pequeña, pero intensa, y con las ideas claras”.
—¿Se volvió macrista definitivamente?
—No. Lo mío es un análisis descriptivo, no valorativo. Estos tipos expresan sectores de la burguesía que, aunque sus propias familias han vivido de ese Estado que ellos deploran, de los subsidios, de la corruptela, de los negocios con los funcionarios y de la especulación financiera, la evasión y la bicicleta, ellos se sienten excitados con la posibilidad de avanzar en un camino distinto. Son capitalistas populistas. Son reformistas de mercado. Son gente que cree que se puede avanzar progresivamente, no de un saque, hacia un capitalismo “normal”…
—Es la tercera vez que lo dice.
—Perdone, pero no sé decirlo de otro modo.
—Explíqueme qué quieren hacer.
—Mejor le leo lo que dice una de sus cabezas más lúcidas y a la vez más francas: “Somos realistas en lo político y pensamos que para tener un programa fiscal consistente hay que tener un programa integral consistente. Todo debe ser consistente. Debemos seguir con apoyo de la sociedad. El norte es claro: ‘Vísteme despacio porque voy apurado’. Tenemos claros los objetivos y no podemos equivocarnos. Vamos a movernos en tiempos que la sociedad tolere y apoye, porque si no, no hay manera”.
—¿Quién habla?
—Dujovne. A La Nación, hace un par de meses. Se refería a la cacareada reforma laboral, pero vale para cada cosa que hacen. La que intentan y no les sale, la que meten con consenso de los sectores involucrados, la que negocian con los sindicatos o con los empresarios. Por ejemplo, decía ahí mismo: “No hay manera de que se produzca una reforma previsional que no sea por consenso. El Gobierno tiene que tomarse esos tres años (que da la ley para la reforma) y elaborar una propuesta donde tengamos el acuerdo de la oposición, la CGT y el empresariado”.
—La tiene clara en serio. Sabe adónde va, pero también sabe que si se apuran, el riesgo de rechazo es grande. Como ya pasó en varios casos.
—Claro.
—El asunto es si los pulpos de adentro y los extranjeros le tienen paciencia. Porque éstos quieren saciarse ya, son voraces, siempre van por la maximización de la ganancia, ¿o no?
—Tal cual. Su éxito depende de varios factores, pero uno de ellos es lograr el respaldo internacional, que (en su cabeza) es básicamente tomar deuda. Si nos prestan, es porque creen en nosotros y esperan recuperarlo en su momento adecuado.
—Esa lógica nos llevó adonde estamos hoy.
—Ellos creen que no. Que lo que nos llevó adonde estamos hoy es el derroche de eso que nos prestaron. Creen que si lo hubiéramos usado para desarrollarnos, no para andar de fiesta, hoy sería todo distinto. Y a la vez, saben que ese proceso no se puede hacer caer, o al menos no del todo, en el lomo de los sectores más proclives a sensibilizarse con la expresión más peligrosa del populismo (siempre en su cabeza), que es en la actualidad el kirchnerismo.
—¿Entonces?
—Entonces, nada mejor que incorporar un poco de populismo: decidieron cuidar a esos sectores, aumentando el gasto social, incorporando al diálogo a las organizaciones (la CTEP, Barrios de Pie, la CCC) y así se aseguran la paz social que tenía el kirchnerismo, pero para “ordenar el país” y no para “enriquecerse”.
—Aunque por supuesto que ellos se enriquecen lo mismo.
—Por supuesto. Y también lo hacían antes, con el gobierno anterior, porque esta especie se adapta a la realidad sin mayores problemas. Pero ahora deciden ellos las políticas. Y van bien. Los que más deben soportar la carga son sus propios votantes de clase media, que pagan más tarifas, que tuvieron que achicar la lista del supermercado, pero que ni en pedo vuelven al pasado y encima, cada vez que ven una obra inaugurada o un gesto de esos que les encanta (la Carrió bajando a una trucha de su propia lista, un ministro reconociendo que se equivocaron, etcétera) se sienten más que satisfechos de haberlos votado.
—Masoquistas anales, dijo el indescriptible psicoanalista kirchnerista.
—¿Quién?
—No sé, un ignoto charlatán de esos que escriben en Página/12 disputándose la corona de la Reina de la Primavera Ultraká. Ni siquiera retuve el apellido.
—El psicoanalista ése haría mejor en estudiar a sus líderes, porque ellos son los que deben analizar qué pasó para perder el apoyo de la mitad de sus votantes de 2011. De los dos tercios que los detestan hay casi un tercio que los había votado.
—Sí, tiene razón. Igual, la parte interesante de su análisis es que los mismos que los votaron parecen dispuestos a sacrificarse, aun sabiendo que varios miembros del gabinete, al mejor estilo cristinista, no pueden explicar sus declaraciones juradas: todos se enriquecieron desde que son funcionarios. Y varios tienen cuentas en el exterior, como el propio Dujovne, mientras predican que hay que invertir acá. ¿Por qué no invierten ellos, para empezar?
—Bueno, lo hicieron los parientes de Macri que blanquearon sus dineros sucios.
—Ja. También. Pero blanquear no es traer la plata necesariamente, no se confunda. Igual, a lo que yo iba es que por alguna razón los votantes macristas no ven (¿no quieren ver?) los rasgos de similitud con el kirchnerismo. Y sin embargo están ahí. Desde eso que mencionábamos, hasta Carrió viajando a hacer campaña en un helicóptero oficial.
—Cierto. Pero permítame indicarle que hay estudios muy serios en ciencia política que muestran que las elecciones constituyen un mecanismo muy poco fino para informar a los representantes cuáles son las acciones premiadas y cuáles las castigadas.
—¿Cómo es eso?
—La preferencia ciudadana que se expresa en la acción de votar se define por trazos grandes. Es decir: cuando se apoya a una lista o a un candidato, lo que se hace es expresar una tendencia general de apoyo o de rechazo. No se indica con precisión qué aspectos concretos se rechazan o se respaldan. Es probable que la abrumadora mayoría de los votantes del oficialismo se manifiesten en desacuerdo con rasgos específicos de la misma gestión a la cual aprueban en general. Pero de eso, en nuestras formas democráticas, no existen un registro, ¿me comprende? Un estudio muy interesante de Manin, Przeworski y Stokes, que ya tiene unos añitos, muestra esas conclusiones.
—Creo que le entiendo. Algo de eso hablamos en otras ocasiones. Casi ningún votante oficialista aprueba, por ejemplo, la forma en que el Gobierno manejó el caso Maldonado. O la eliminación de los subsidios a las personas con discapacidad.
—Claro, a eso me refiero. Igual hay antecedentes de todo tipo. Recuerde a esos pequeños productores del campo que “compran” el discurso de los grandes y piden que se libere totalmente el esquema de comercialización o que se desregule... sin darse cuenta de que si eso prospera, como en los años ´90, los primero que desaparecen son ellos.
—Tal cual. El burro que se cree purasangre y quiere competir en una categoría en la que no da la talla. Pero creo que nos fuimos del tema, mezclamos un poco.
—Sí, pero no tanto, no crea. Esta es una provincia rara, se nos mezclan el pasado, el presente, el futuro... Estoy recolectando material, masa crítica, para el GPS.
—Ah, sigue con ese curro.
—¿Cómo curro? Es un servicio público. En general los dirigentes peronistas podrían decir, todos, como dijo el gran Marx…
—¿Carlos?
—Groucho. “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.
—Lo importante es conservar el poder, o la cercanía.
—Desde ya. Por eso todos están tan pendientes del éxito (o no) del gobierno, y tan despreocupados por Cristina, a la que consideran ya parte de la historia. Mire, yo tengo una teoría, una explicación basada en la lógica de los “tipos ideales” de Max Weber, que quizás permita entender cómo funcionan los K.
—¿En serio? Puede llegar a ganar el Nobel en Ciencias Sociales con eso…
—No se burle. Weber habló de tres tipos de dominio: el “legal o burocrático”, el “carismático” y el “tradicional”. Yo digo que en el peronismo argentino hay un cuarto tipo ideal que no se ajusta a ninguno de esos tres.
—¿Cómo sería?
—Lo defino como “líquido”. ¿No se lo expliqué alguna vez, ya?
—¿“Líquido”? Poco serio para explicación sociológica.
—Pero muy eficaz. ¿Vio que el líquido toma la forma del recipiente? Bueno, el peronista líquido es el mejor intérprete real de lo que Ernesto Laclau denominó “significante vacío”, ese concepto que no tiene “significado” y por eso se llena o se carga de acuerdo a su posibilidad de interpretar necesidades, reclamos o indignaciones sociales. El peronista líquido se adapta a las diferentes circunstancias con eficacia, no lidera jamás, porque carece de condiciones personales (a diferencia del carismático), ni es muy eficiente o apegado a la ley (como el burocrático). Como carece de todo eso, desarrolla esa plasticidad para sobrevivir, para poder estar en el poder.
—A ver, desarrolle un poco más.
—Por ejemplo, Bordet y su gente parecen más macristas que Macri, ¿no? Bueno, eso les empieza a pasar a un montón de peronistas… Para empezar hay una cantidad importante en el Gobierno, algunas primeras figuras que son de origen peronista (Patricia Bullrich, Emilio Monzó, Eduardo Amadeo, etcétera). Pero para muchos otros, de a poco, Macri se va transformando, leibniznianamente, en el mejor de los peronistas posibles…
—¿Lo dijo por Leibniz?
—Ajá. ¿Se acuerda?
—Claro. El de “el mejor de los mundos posibles”. Creí que éste lo era, no por entender que “mejor” era algo éticamente bueno, sino matemáticamente bueno, de las infinitas posibilidades, Dios creó la más estable entre variedad y homogeneidad. Es decir, todo podría ser peor...
—Exactamente. Macri podría ser el mejor de los peronistas posibles. Y de hecho, ¿cómo se sabe si lo es?
—Eso iba a preguntarle.
—Por un simple dato: si gana o no.
—¿Usté dice que para esos peronistas líquidos, basta que esté en el poder para irse con él?
—Siempre que esté en el poder porque la mayoría lo apoya, sí.
—Mire usté. Yo no sé si le van a dar el Nobel. Pero si sigue así corre el riesgo de que le den el Primer Premio al Gorila.
—Y eso que ni hablamos de Cristina, De Vido o Budú.
—Será en la próxima.
—¿Charlamos en quince días?

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