Antonio Tardelli
Es incómodo porque el perfil de Moine, apropiado para el peronismo de los noventa, luce ahora extemporáneo. Su adinerada figura es anticuada para un peronismo quehoy alardea de haber recobrado sufiereza militante, su naturaleza combativa y su talante respondón. Eso es lo que –ahora menos que hace un par de años, es cierto– exige hoy una militancia juvenil que, igual que los mayores, no soporta el revés electoral y, a diferencia de los mayores, carece de pasados neoliberales de los que arrepentirse. Pero ese Moine, desde la comodidad que le ofrece andar lejos de todo, se detiene en asuntos que duelen como duelen las verdades.
Será víctima, Moine, del argumento ad hominem. Es el argumento contra el hombre. Es el que se emplea cuando, complicado un polemista con la contundencia de la tesis rival, resuelve la disputa descalificando a quien la enuncia. El eje pasará a ser, entonces, quién dice las cosas y no lascosas que dice ese fulano. No se está en condiciones de contestar el sentido de lo que se dice; por tanto, se desacredita a quien lo dice.
Hay suficiente margen para ello: Moine será recordado como el gobernador que cesanteó empleados públicos. Se lo recordará como jefe de uno de los gobiernos más insensibles desde el retorno de la democracia. Es la figura emblemática del ajuste estructural. Fue Moine en Entre Ríos la versión más rústica de lo neoliberal. Esademás un hombre de la Iglesia Católica. Esun hombre de negocios. Es, en fin, todo lo que la militancia más combativa desprecia.
El asunto es que Moine anda diciendo algunas cosas que, si no son ciertas, pegan en el palo.
(Más información en la edición gráfica número 1068 de la revista ANALISIS del 12 de octubre de 2017)