La doble vida del abogado

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La historia de abusos y corrupción de menores en forma masiva de Gustavo Rivas, ex candidato a gobernador

Daniel Enz

Cada viernes o sábado se preparaba como nunca. Disfrutaba esas tardes, mirándose al espejo y engominándose el pelo. Había que ajustar todos los detalles para fotografiar o filmar a sus víctimas. Ya sea en su domicilio particular o bien en la vieja casona de Urquiza al Oeste, en Gualeguaychú, que ya no es de su propiedad. Ningún pormenor debía quedar al azar: la heladera tenía que estar llena de fiambres y quesos y no podían faltar bebidas. Con alcohol y sin alcohol. El proyector de 8 milímetros o el video de VHS -según la época- debía funcionar correctamente y las películas pornográficas compradas en Capital Federal tenían que renovarse cada semana. En esa misma Buenos Aires hacía revelar el material fílmico, para que nadie se entere en Gualeguaychú.

Solamente había que cargar dinero a la billetera, subirse a su moderno vehículo y empezar a recorrer. Así comenzaría la caza. Como un lobo hambriento. Ese mismo ritual lo cumplimentó casi a rajatablas durante más de 40 años y a la vista de todos. Pocos desconocían en Gualeguaychú cuáles eran las preferencias del doctor.

En su rostro había felicidad y deseos de sodomización. Nada podía detenerlo. Era su juego de doble vida, que lo llevó adelante desde 1970 -aunque no pocos indican que algunos episodios ya se registraron a fines de la década del ’60- hasta por lo menos el 2010, casi sistemáticamente y sin importarle nada, quizás, como consecuencia de su “poder” social y la impunidad que esa situación le determinaba. Ni siquiera tuvo piedad con hijos de sus propios amigos o allegados. Aunque la gran mayoría -o casi todos- nunca se enteraron qué hacían los pibes puertas adentro de las casas del doctor.

Durante los días hábiles, Gustavo Rivas era el abogado brillante, el hombre culto de Gualeguaychú; el docente querido y el notable expositor de los más variados temas de la ciudad. Pero entre viernes y sábado se transformaba. Sus deseos sexuales lo convertían en el hombre más perverso de la ciudad. El que no tenía problemas en reclutar jóvenes para hacerlos debutar sexualmente con sus 14 o 15 años, a cambio de unos pocos pesos para la salida nocturna posterior. A principios de los ’80, en uno de los tantos encuentros semanales con los adolescentes, les dijo muy suelto de cuerpo: “yo tengo un registro de cada uno de ustedes. Y por casa ya pasaron más de 400”. Ese detalle incluía el nombre completo de cada uno, datos de sus padres, una foto del rostro como así también del miembro viril, al que en no pocas veces hasta lo medía erecto, con un centímetro, como parte del rito perverso. “Vos sí que tenés mucho futuro acá conmigo”, le dijo a uno de los pibes, por el tamaño de su pene, después de practicarle sexo oral.

En 1970, a poco de recibirse de abogado en la Universidad de La Plata, retornó definitivamente a Gualeguaychú y comenzó a desarrollar su plan de seducción permanente. Tenía 25 años, su padre había amasado una importante fortuna con sus negocios empresarios y la suerte del azar y disponía de dinero para moverse sin tropiezos. Además, ya era profesor de Formación Moral y cívica en el Instituto Agrotécnico y estaba muy ligado a las actividades del Club Neptunia, que siempre fue su entidad preferida y donde su padre fue presidente. De hecho, hay quienes sostienen que fue en ese club donde primero comenzó a reclutar chicos, el entonces joven Rivas, en la década del ’60.

Sus acciones las concretaba, fundamentalmente, en un bulín ubicado en una calle de tierra de la ciudad, lejos de la zona céntrica que, evidentemente, estaba acondicionado para sus encuentros sexuales. Sus primeras víctimas, de esos tiempos, quienes en su totalidad tenían 15 años, no recuerdan en detalle la dirección, pero sí saben de sus características. Algunos entienden que quizás era una propiedad familiar ubicada en proximidades del actual Corsódromo, que no existía como tal a mediados de los ’70. Allí estaba la estación del Ferrocarril. Testigos de un episodio sucedido en 1977, recuerdan que los convocó a esa pequeña vivienda, para pasarles una película pornográfica. El juego determinaba que apenas se iniciaba el film en 8 mm, los pibes, previo sentarse cómodos en una amplia habitación, se iban a bajar los pantalones y comenzarían a masturbarse. “Yo los voy a ir filmando a cada uno y veremos quién se masturba más veces”, les dijo. Todos se sorprendieron cuando Rivas se desnudó completamente y con la cámara en la mano los fue filmando uno por uno y en especial cuando eyaculaban.

A ese lugar se fueron sumando otros domicilios de convocatoria para las fiestas sexuales de Rivas. También desarrollaba episodios de la misma naturaleza en la casa familiar, en Urquiza 541, donde vivía con su madre hasta que la mujer falleció, en el 2001, como así también en la residencia de fin de semana, que tenía en Urquiza al oeste. Era una casa de varias habitaciones y una de ellas especialmente acondicionada, con luces rojas, además de contar con una importante pileta de natación. Era conocida su actitud, en la casa de su madre: se encerraba con pibes del básquetbol del Club Neptunia, en su habitación, pero ella nunca se enteraba de lo que allí sucedía. Tenía una obsesión especial con los adolescentes de las divisiones inferiores de su club, sobre quienes siempre ejercía ascendencia. Y esa porción de poder la mostraba todo el tiempo. A los jugadores de Neptunia, en cada partido, los recibían con cánticos relacionados a la condición sexual de Rivas, en especial en los desafíos ante Central Entrerriano.

Sus juegos sexuales también se extendieron a las embarcaciones: primero tuvo un crucerito, comprado en 1978 y luego pasó a un crucero importante, de más de 10 metros y amplias comodidades en camarotes, denominado Frenesí, que llegó a ser el más impactante de la zona. Nadie llamaba la embarcación por ese nombre; para todos era El barco del amor, en clara alusión a la serie de televisión estadounidense que se emitió en la cadena ABC entre los años 1977 y 1986 y que se denominaba El crucero del amor. Lo tuvo hasta 1993, en que decidió venderlo. Pero los paseos de pibes de entre 15 y 16 años en tal embarcación, por el río Gualeguaychú, eran habituales los fines de semana. Casi todos los veranos, Rivas zarpaba desde el club Náutico, cargado de jóvenes con destino al balneario Las Cañas, en Fray Bentos. Para los adolescentes de clase media, que se le dificultaba económicamente ir a vacacionar a la Costa Atlántica o porque no tenían el permiso de sus padres, pasar una semana acampando en Las Cañas era una verdadera opción para divertirse. A 40 km de Gualeguaychú, en ese entonces Fray Bentos era una ciudad tranquila, con clima familiar y muy segura, lo que les daba seguridad a los padres de los chicos al saber que iban a estar en una localidad cerca de Gualeguaychú y con una movida nocturna de pueblo donde nunca pasaba nada de qué preocuparse. Muchos chicos querían ir a Las Cañas y Rivas siempre tenía la amabilidad de llevarlos.

Durante el viaje en el yate, el doctor detenía su embarcación en algún banco de arena en el río Uruguay, para que los jóvenes nadaran o se tiraran clavados desde la cubierta del yate. Mientras tanto, el abogado aprovechaba para sacarles fotos, y luego se las enviaba a la casa de regalo. En una oportunidad, donde el alcohol había comenzado a correr entre los navegantes, se apareció vestido con ropa interior femenina de encaje y más de uno luego contó que arriba de ese yate hubo jóvenes con unas copas encima que tuvieron sexo con él.

Los adolescentes siempre encontraban bebidas y comida en abundancia, buena música y un lugar acogedor, donde el abogado desplegaba sus virtudes sexuales, bajo una tenue luz roja también, que hizo instalar especialmente en el camarote, como si hubiera sido una pieza de motel. Así estaban acondicionadas algunas de las habitaciones de sus casas.

Víctimas y generaciones

Las propias víctimas consultadas por ANALISIS hicieron una estimación de pibes afectados por los actos de corrupción y de abusos de menores de Rivas. Lo hicieron a partir de la proyección de registros y la asiduidad de diferentes grupos de jóvenes, procedentes de conocidas escuelas, que se iban renovando, aunque la edad de entre 14 y 16 años siempre se mantenía a través de los años. Según esos cálculos, por las casas del conocido abogado transitaron no menos de 2.000 adolescentes de Gualeguaychú. Otros no dudan en aseverar que la cifra debería superar los 3.000 pibes. Algo así como el equivalente a la totalidad de los habitantes de la localidad de Pueblo Belgrano.

“El cálculo podría ser por dos o por tres”, indicó el padre de una de las víctimas. “Porque era un abusador compulsivo. Podía tener sexo con 3 o 5 pibes por noches y durante muchos años fueron viernes y sábado de modo constante y casi religioso”, acotó.

La mayor cantidad de adolescentes eran de condición humilde, porque jugaba con la necesidad de ellos: un encuentro sexual con el letrado determinaba dinero, ropa o zapatillas. No pocas veces, Rivas solía merodear obras en construcción en la búsqueda de pibes trabajadores; chicos que vendían diarios o bien acudía a partidos barriales para detectar sus presas.

La tarifa era también de una manera, si la víctima se dejaba hacer sexo oral y era de mayor cantidad de dinero si ese chico lo penetraba o si le introducía algunos de los tantos elementos de singular tamaño, que se hacía colocar sin problemas, provocando nauseas en más de uno de los visitantes, ante una escena tan desagradable. Esta fue una característica perversa que lo destacó a Rivas y de la que se ufanaba todo el tiempo, como si hubiera sido una virtud.

Algunos de esos jóvenes (que hoy rondan entre los 35 y 45 años) se tuvieron que ir de la ciudad porque no soportaron el asedio irónico de varios de sus compañeros, que sabían que había sido el que le introdujo tal o cual elemento en su ano. “A muchos les hizo muy mal esa situación y llegaron a la conclusión de que no podían vivir más en Gualeguaychú”, reconoció un profesional consultado al respecto, que atendió víctimas de Rivas y que, además, tuvo compañeros de escuela que estuvieron en situaciones de abuso encabezadas por el exitoso abogado.

Rivas también podía aportar dinero para el viaje de estudios a Bariloche de ese chico de bajos recursos. Y si el amor se profundizaba con alguno de esos menores Rivas no tenía problemas en comprarle una moto de buena cilindrada o pagarle los estudios universitarios fuera de Gualeguaychú. Todos ellos eran corrompidos a través de la proyección de películas pornográficas, mostrándose todo el tiempo desnudo, masturbándolos, practicándoles sexo oral o buscando que lo penetren.

Los pibes sabían que viernes y sábado, a partir de las 22, podían concurrir a la casa de Gustavo Rivas. Algunas veces ni siquiera era necesario avisarle al abogado. Iban, tocaban timbre y el letrado los podía observar por el visor del portero eléctrico. No obstante, el letrado siempre les sugería a los grupos que concurrían a verlo, a que le avisaran telefónicamente o vía correo electrónico, por lo menos a partir de 1995, en días previos, a los efectos de organizar esos encuentros sexuales.

Su afán por la colocación de cámaras en toda la casa, incluida la vereda, fue otra de las características. Hay quienes indican que debe haber sido una de las primeras personas de la ciudad que instaló en su casa de Mitre 7 todo un sistema de cámaras por circuito cerrado. Eso le permitía observar quiénes llegaban, pero también los tenía filmados a cada uno de los visitantes. La casa de Rivas está a no más de 25 metros del edificio de la Jefatura Departamental de Policía de Gualeguaychú, aunque al parecer ningún uniformado se dio por enterado de lo que sucedía ni del movimiento de menores que había en ese lugar todos los fines de semana. Alguna vez, un jefe departamental lo tuvo en la mira, a mediados de los ’90, pero tampoco avanzó.

Tal vez por ese detalle de las cámaras y las grabaciones en circuito cerrado en la vivienda, nunca fue denunciado por ninguna de sus víctimas o padres de estos. Rivas registraba cada episodio sexual en su casa y ese archivo lo cuida bajo siete llaves. En una oportunidad hubo un joven de una conocida familia que se puso a contar en el club las sesiones de sexo con el abogado y éste sin ocultar la bronca, enseguida comenzó también a dar detalles de ese encuentro, en los más variados círculos sociales. “Si él me quema, yo lo quemo”, decía, advirtiendo a la vez del material fílmico que disponía en su archivo, tanto de él como de otros jóvenes de Gualeguaychú, por lo cual de inmediato llegaba como mensaje esa frase a quienes, quizás, en algún momento tenían pensado hacer alguna denuncia o bien contárselo a sus padres, lo que estaba terminantemente prohibido y siempre se los remarcaba desde esa posición de poder que ostentaba. Así era como de inmediato todos se llamaban a silencio y pasaban automáticamente al olvido las iniciativas de ver la posibilidad de acudir a la justicia.

Una vez, uno de los pibes le robó una calculadora científica. Cuando volvió a concurrir a su casa, el abogado lo interceptó en la puerta y le dijo:
--Vos estás suspendido…No entrás.
--¿Pero qué pasó Gustavo?
--Y no sé, calculale a vos qué te parece -le respondió irónicamente y le cerró la puerta en la cara.

Ahí se dieron cuenta los visitantes que Rivas grababa cada uno de los movimientos que ocurrían en su casa, lo dejaba archivado y adoptaba decisiones de acuerdo a lo que observaba en los videos. Lo insólito es que, en muchas ocasiones, las reuniones se transformaban, además de sesiones de sexo, en clases de historia o temas diversos sobre los cuales el letrado se explayaba con los adolescentes que estaban presentes.

En las visitas a su casa, los pibes iban en un número que oscilaba entre cinco y diez. Cuando llegaban, Rivas los atendía en bata y completamente desnudo abajo. La mayoría quedaba en la planta baja de su residencia, aprovechando la picada de quesos, jamones, empanadas o pizzas, con las que los recibía el doctor, pero otros ascendían al primer piso, donde estaba su habitación, con música suave y una tenue luz roja, para ambientar el encuentro sexual. “Ustedes sírvanse a gusto nomás, gurises”, les ordenaba a quienes quedaban en la parte de abajo. Estos se ubicaban en la amplia mesa, con vidrio arriba y a un costado tenían una de las bibliotecas, donde podían también retirar libros o videos que les podían interesar. En otra parte de la casa, también disponía de una sala privada, con varias marcas de whisky y cigarros importados de Centroamérica.

Luego que pasaba uno de los jóvenes al dormitorio, Rivas se comunicaba desde la planta alta a través de un intercomunicador y llamaba a algún otro para que accediera. Siempre había un premio en dinero y para aquellos que iban más seguido y si se transformaban en sus preferidos, los recompensaba con prendas de vestir o calzado. También, a esos seleccionados, les entregaba dinero para que luego concurrieran a alguno de los prostíbulos de Gualeguaychú. Como su “caza” principal se daba en los colegios, a los que él frecuentaba con asiduidad, se refería a los grupos de jóvenes que más le satisfacían diciendo, por ejemplo, “los del Nacional de segundo tercera andan bien, eh?”, para destacar que eran los más cumplidores en lo sexual.

Desde hace muchos años Rivas se desempeña como docente y apoderado legal del Instituto Agrotécnico. Un ex alumno de dicho colegio, recordó que por los años 1999-2000, cuando aún el Agrotécnico sólo tenía alumnos varones, era sabido que el abogado se dedicaba a invitar a algunos jóvenes para que fueran a su domicilio. Uno de los directivos de dicho colegio en esa época, se complotaba con él para organizar “fiestas” en casa de Rivas, a la que también asistían alumnos.

Algo parecido concretaba con los jóvenes de la ENET, donde van solamente varones. En especial en las fiestas anuales de carrozas estudiantiles, en las que el abogado siempre tuvo un rol preponderante y en la actualidad es una especie de asesor honorífico. Varios de los grupos de alumnos de esa escuela técnica concurrían a la casa de Rivas, porque era quien se encargaba de conseguirle pintura y hierros, además de darle dinero, para las carrozas que participaban. Incluso, cuando algún otro colegio se enteraba de tal posibilidad, dejaban de recaudar fondos con rifas o venta de comidas y concurrían también a la casa de calle Mitre para pedirle colaboración al doctor. Incluso, los propios coordinadores sugerían esa idea perversa. Obviamente, a cambio de ello había que cumplir con los requerimientos sexuales.

Poder político y euforia

Una de las etapas de mayor poder político de Rivas fue entre 1985 y 1991. En el ’85 fue candidato a diputado nacional por la Unión del Centro Democrático (UCedé), en cuarto término, de la mano del furor que habían generado las ideas de Alvaro Alsogaray y su hija María Julia. Pero dos años después se transformó en candidato a gobernador de Entre Ríos, por el mismo partido. Fue propuesto por el dirigente Eduardo Caminal, de Concordia y recorrió la provincia de punta a punta. La UCedé logró un diputado provincial, con el abogado victoriense, Idelfonso Esnal. Por primera vez que una tercera fuerza logró un lugar en la Legislatura entrerriana, a partir del ’83 y Rivas estaba eufórico por la adhesión que lograron, con su figura a la cabeza. Era también, en ese momento, el presidente del Colegio de Abogados de la ciudad. Solamente en Gualeguaychú conocían sus andanzas de corrupción de menores; nadie lo sabía en el resto de la provincia. Tampoco tenían conocimiento de su perversidad los propios dirigentes de la Ucedé, según reconocieron a ANALISIS al ser consultados.

Fue el único lapso que, algunos fines de semana, faltó a la cita que generaba con los menores en Gualeguaychú. De la caza de pibes también participaban algunos jóvenes preferidos de Rivas (a veces hermanos mayores de pibes que iban a la casa del doctor), quienes trataban de convencer a adolescentes humildes. Estos tenían claras necesidades de dinero o bien se apuntaba a aquellos que estaban con problemas emocionales, por la separación de sus padres u otros inconvenientes propios de la adolescencia. Fue en esos tiempos en que tuvo un episodio en el Instituto Pío XII de su ciudad y no pocos lo recuerdan. Se presentó ante esa institución con la intención de dar charlas sobre diversos temas, preferentemente históricos. Alcanzó a dar una conferencia. Al parecer, el obispo de entonces, monseñor Luis Eichhorn, habría advertido que su objetivo real era captar jóvenes del lugar. Hay quienes recuerdan que el alto prelado lo convocó a oficina, lo puso en conocimiento de lo que sabía de sus aventuras con menores y le dijo que no lo quería ver nunca más en el Pío XII. Rivas se fue cabizbajo y sin decir una palabra.

En 1990 armó la denominada Unión Vecinal y logró que le hicieran un lugar para participar como fuerza en Gualeguaychú. Fue como candidato a intendente y a su vez primer concejal. Estuvo a 1600 votos de lograr la presidencia comunal de su ciudad, en las elecciones de 1991. Fue derrotado por el abogado Luis Leissa, quien llegó con el peronismo a la intendencia. Rivas logró ser concejal de su ciudad.

Si bien el letrado abusador había iniciado con suma intensidad su campaña proselitista, en el último tramo de ella, de alguna manera, bajó el ritmo. Sucede que allegados a los partidos mayoritarios le advirtieron que lo iban a denunciar por corrupción de menores -ya que el tema no se desconocía en diferentes ámbitos de la ciudad- y por ende sintió el golpe. Pero nadie se animó a denunciarlo y por ende logró la banca en el Concejo Deliberante.

En esa administración de Leissa se creó el programa barrial Gualeguaychú joven, cuyo objetivo era sacar a los chicos de la droga o el alcohol y se les daba diferentes cursos para que tengan elementos laborales. Eran 120 cursos y cada uno de ellos tenía entre 20 y 30 adolescentes. Rivas criticó con dureza el plan, a través de diferentes medios. “Está enojado porque el programa le sacó a varios de los pibes que les pagaba para que tuvieran sexo con él. Esa es la principal molestia”, se indicó por esos días.

Rivas nunca dejó de cometer abusos, pese a su condición de edil y a que estaba más expuesto públicamente. En el ambiente estudiantil, en los inicios de la década de los ‘90, en el nivel secundario de la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” y en especial en el Colegio “Luis Clavarino”, Rivas siempre estaba dispuesto a patrocinar legalmente y de forma gratuita a los estudiantes que en 4o año comenzaban a cerrar los contratos con las empresas de turismo para el viaje de egresados de 5o año a Bariloche. En gratitud por su asesoramiento, a veces los estudiantes le daban el pasaje liberado, que es el que ofrecían las empresas a cada división, con el fin de que invitaran sin cargo a un padre, o docente para que los acompañara en el viaje. Rivas compartía la habitación con estudiantes en el hotel, era siempre gracioso, hacía bromas todo el tiempo y hasta participaba del certamen del Mariposón, vistiéndose de mujer junto a otros alumnos que se hacía en alguna disco de Bariloche en aquel entonces. Con los estudiantes era un chico más. Pese a ya ser un hombre de casi 45 años para entonces, manejaba con maestría la terminología adolescente de entonces. El estar cerca de jóvenes de entre 16 a 17 años, le daba a Rivas un campo ideal para estudiar el perfil psicológico de estos menores, tentarlos, ver la reacción de sus padres, si estos estaban presentes en el cuidado y seguimiento del chico, hallar debilidades que luego podría explotar para llevarlo a su casa e intimar con su víctima.

A principios de los ‘90, Gustavo Rivas era el abogado del Banco Francés, sucursal Gualeguaychú y curiosamente siempre se las arreglaba para salir a las 12:05 de la entidad crediticia. Casualmente era la hora en que salían del colegio Luis Clavarino los chicos del turno mañana. La mayoría caminaban en dirección este oeste por calle 25 de Mayo, y Rivas solía transitar con su flamante Peugeot a una marcha reducida buscando a jóvenes conocidos. Al encontrarlo paraba el auto y los invitaba a subir para llevarlo luego a sus casas. A veces los jóvenes que ya percibían algo de su condición sexual, se peleaban para sentarse en el asiento de atrás y no ir adelante con él. El abogado era muy atento con sus amiguitos, siempre tenía los temas de moda en algún casette, para ponerlo en el equipo de audio de su auto, mientras le preguntaba por cómo les había ido en la escuela y a la vez los repartía uno a uno a sus domicilios.

También era un hombre siempre dispuesto a ayudar a los estudiantes de entre 16 a 17 años, a completar las fichas de la materia Instrucción Cívica (actualmente se denomina Formación Ciudadana), con preguntas sobre derechos y deberes del ciudadano o los fragmentos de la Constitución Nacional. Para los jóvenes era una gran ayuda, porque el hombre directamente les dictaba las respuestas, evitando así largas horas de estar en una biblioteca pública consiguiendo libros para responder esas preguntas.

También era sabido que en esos tiempos, Gustavo Rivas adquirió una casa en Pueblo Belgrano, localidad pegada a Gualeguaychú, cuando aún era junta de gobierno. Las calles eran oscuras, pero de todos modos se decía que tomaba recaudos e ingresaba a los jóvenes a esa finca en el baúl del auto, para evitar ser visto llegar con un chico por algún vecino curioso. Esa propiedad, con una superficie de casi una hectárea y ubicada en calle 30 de marzo 79, aún la tiene y es su casa de fin de semana y de prolongados asados con amigos.

Se preocupó algo entre 1995 y 1996, cuando después de algunos encuentros sexuales nocturnos con jóvenes del colegio Nuestra Señora de Guadalupe, determinados padres se enteraron. Se reunieron varias veces para analizar la situación e incluso llegaron hasta un hombre de la justicia, al que le plantearon la situación.

--¿Sus hijos están dispuestos a enfrentarse cara a cara con Rivas para decirle todo lo que ustedes me están planteando? -les preguntó el magistrado, con familia en Gualeguay, pero también con fuerte inserción social en Gualeguaychú. Ese hombre de la justicia ahora está jubilado.

Los padres le hicieron la consulta a sus hijos y ninguno de ellos se animó a concretar ese movimiento en la justicia. “Tiene demasiado poder en la ciudad y en el Poder Judicial. Van a destrozar a las víctimas y Rivas saldrá airoso”, les dijo también un abogado penalista al que consultaron. A esos padres, llenos de impotencia e incomprendidos por el sistema judicial, político y social, únicamente les quedó el escrache público. Más de una vez se tuvo que ir de un supermercado, algún otro negocio o determinada marcha contra el avance de la papelera Botnia, porque se encontró cara a cara con alguno de esos padres y estos no dudaron en acusarlo de abusador o pedófilo. Rivas de inmediato buscaba la forma de huir de ese lugar, como si no hubiera pasado nada o que los gritos de advertencia no eran para él, sino para algún otro transeúnte.

En algunos episodios registrados por ANALISIS en 1997, Rivas incorporó otra modalidad, además de lo ya relatado: esas noches de viernes o sábado invitaba a su vivienda a sus víctimas para pasarles un video pornográfico, donde el principal protagonista era él. En la imagen aparecía desnudo practicando sexo oral a menores o bien era penetrado por algún adolescente circunstancial. Siempre se entendió que fue otra persona mayor -aliada con Rivas para cometer estos abusos- la que filmaba lo que sucedía y lo transformaba en película porno. En especial, por el cuidado que había de la imagen. Pero también, para celebrar esos encuentros, se vestía de mujer, con una mínima bombachita y corpiño, bailaba arriba de la mesa y finalizaba esa especie de actuación perversa, colocándose una linterna encendida en el ano, mientras hacía pagar las luces del lugar.

A Rivas nada lo detuvo. Nunca se detuvo. Aunque con menor intensidad que antes, por la edad, siguió con su periplo perverso y sádico, cada viernes y cada sábado, mientras en la vida social de la ciudad continuó siendo el hombre “brillante”; el “ejemplo para todos”; el “historiador destacado” que nunca hubo en Gualeguaychú; el consultado “por todo el mundo”. Y cada vez eran más los que sabían que Rivas hacía puertas adentro, tanto en su casa de Mitre 7, como así también en la vivienda de fin de semana de Pueblo Belgrano. Pero se lo tomó como una broma; como una anécdota de pueblo, sin importar las víctimas. Sin importar el daño causado. Hay gente que nunca más quiso volver a Gualeguaychú para no encontrarse con ese pasado de las noches con Rivas, del que están arrepentidos. Otros jamás pudieron llevar una vida normal con su pareja o matrimonio, porque aparecía el fantasma del abogado.

Esta revista pudo lograr registros de corrupción de menores y abusos sexuales hasta 2007 (ver recuadro) y hasta algunos mensajes de celulares a menores de 16 años, invitándolos a su casa, por lo menos hasta el 2016. Esa impunidad de movimientos la mostró todo el tiempo, como aún sucede. Rivas sigue en contacto con estudiantes del concurso de carrozas, filmando cada fin de semana los partidos de básquetbol de los pibes de 15 y 16 años o dando charlas educativas en diferentes escuelas, donde todos los reciben con algarabía y una bendición del cielo.

No tuvo problemas en convocar a cientos de personas a su cumpleaños número 70, realizado en el amplio salón del Club Libanés en el 2015. Allí hizo cantar primero el Himno nacional y luego participó de divertidos sketchs donde no ocultaba su condición sexual. Se ocupó de hacer cada uno de los textos de los guiones de las sátiras y hubo que ensayar en su casa. La gente -entre ellos, conocidos abogados, dirigentes y empresarios de la ciudad- estaba sentada, como en un teatro, observando los actos de reconocimiento a Rivas, mientras saboreaban empanadas y vino. Era la estrella de la noche. Nadie se acordó de su pasado, pese a que ninguno de los allí presentes desconocía lo que Rivas hizo en los últimos 40 o 50 años. El “ciudadano ilustre” tuvo su aplauso y todos los abrazos de los presentes. Lo sucedido con miles de adolescentes -a los cuales, en buena parte, inició sexualmente y les mostró que el sexo era eso que les hacía concretar- era mejor olvidarlo o dejarlo debajo de la alfombra. Quizás ahora se tome algo de conciencia sobre a cuanta gente le jodió la vida. Y tal vez es hora que el brazo de la justicia lo alcance de una buena vez. Como para quebrar con esa histórica impunidad que hubo a su alrededor y que siempre miró para otro lado.

El doctorcito (recuadro)

Los jóvenes humildes y con carencias fueron uno de los objetivos permanentes de Gustavo Rivas a lo largo de los años. A esos pibes que seleccionaba y se los llevaba a su casa, generalmente los invitaba a cenar, le ponía películas pornográficas para excitarlos, y luego él aparecía con ropa interior femenina y hasta llegaba a pagar los servicios sexuales de esos jóvenes. Estos veían en ese accionar una forma de ganarse dinero fácil para comprarse las zapatillas o la indumentaria de moda.

Esta modalidad fue descripta por el escritor y dramaturgo local Abelardo Otero Wilson quien le dedicó un cuento llamado El doctorcito, que llegó a leerlo en su programa que tenía los sábados a la mañana por la radio de AM LT 41, sin mencionar su nombre.
En El doctorcito, Abelardo narraba una experiencia que él pudo ver en su barrio, en Pueblo Nuevo donde vivía una familia muy pobre. “La familia era tan humilde y con tantos hijos que las mujeres se prostituían y los jóvenes se ganaban la vida como podían”, narra en la historia.

“Un día llegó el doctorcito y levantó a Andresito, con apenas 12 años de edad, para llevárselo a la casa…”- Y luego agrega: “un día, caminando por la Costanera Norte, lo veo al doctorcito en un escenario, hablando a la gente que lo aplaudía y lo ovacionaba. La indignación fue espantosa y allí entendí la hipocresía de esta ciudad”, acotó. De esa manera se refería a la candidatura a intendente de Gustavo Rivas por la Unión Vecinal, que por apenas 1600 votos no llegó a ser intendente de Gualeguaychú. En aquel entonces su contrincante político era Luis Leissa, que en los barrios logró revertir el resultado adverso que tuvo en el centro. Y así, gracias a la gente más humilde de las zonas más vulnerables de la población, donde Rivas iba en busca jóvenes para satisfacer sus perversidades sexuales, Gualeguaychú se salvó de haber sido gobernado por un intendente pedófilo.

Investigación periodística (recuadro)

La investigación en torno a los abusos y corrupción de menores de Gustavo Rivas llevó casi un año y medio de trabajo. Se arrancó en febrero del 2016 y se terminó de cerrar esta semana. Se habló con por lo menos 80 personas, entre víctimas, padres de estos; abogados, autoridades judiciales, ex magistrados, referentes sociales, dirigentes políticos. Ninguno de ellos desconocía las atrocidades cometidas por el letrado de Gualeguaychú, aunque también reconocieron que tal vez no lo dimensionaron.

Fue muy difícil lograr que hablen aquellos menores corrompidos o abusados por el conocido abogado -desde casos de 1977 hasta recientemente-, pero después de mucho tiempo se logró romper esa barrera. Por eso, incluso, se optó por ni siquiera publicar las iniciales de las víctimas, por el temor a la represalia social que tienen. Lo interesante fue que esos menores de décadas anteriores, entendieron que, como en casos denunciados por ANALISIS en los últimos años (como lo de los curas Justo Ilarraz o Ceferino Moya o el condenado abusador Javier Broggi), relatar lo que les sucedió, era sanador y serviría, quizás, para hacer justicia. Que así sea.

"Fue de locos lo que nos hizo Rivas (recuadro)

El joven tiene cerca de 40 años y habla pausado. Fue una de las tantas víctimas de Gustavo Rivas y cuenta con dolor, desconcierto y arrepentimiento, los casi diez encuentros que él y sus compañeros de escuela. “Para mi fue duro y traté de dejarlo atrás. Es complicado remover todo eso. No lo hacía ni por necesidad, porque mis viejos nunca me dejaron faltar nada. Cosas que uno hace cuando es pibe”, dijo a ANALISIS. “Uno ahora es grande y con hijos; y llego a la conclusión que fue de locos lo que nos hizo Rivas”, acota, casi sin levantar la mirada.

“Yo tenía 15 años. La modalidad siempre era la misma. Ibamos en grupo de 4 o 5 y éramos compañeros de colegio. Ibamos a tomar algo, a hacer la previa, a la casa de calle Mitre 7. El nos invitaba; no era profesor nuestro. Llegábamos a la casa los sábados; antes de salir al boliche, después de las 12 de la noche. Nos sentábamos a tomar algo abajo, a comer algo y nos iba invitando a subir arriba, a su habitación, uno a uno. Todo era a cambio de dinero. Arriba tenía tres dormitorios y uno de ellos era para las prácticas sexuales. Era una cama con control remoto, de una plaza y media; tv, con una luz normal de arriba, con música. Ahí te practicaba sexo oral. El ofrecía también que lo penetráramos. Tenía un pago determinado por cada cosa. Si lo penetrábamos se cobraba más que sexo oral. Era como el equivalente a 200 o 300 pesos de ahora”, dice el muchacho.

“También se hacía introducir cosas. Eso lo hacía tras hacernos subir en grupo. Nosotros le tuvimos que colocar un elemento importante en su ano, después de colocarle vaselina o no sé que aceite, mientras él hablaba todo el tiempo. Nos hacía colocar profilácticos; se cuidaba mucho”, acota.

--¿Y cuándo tomaste conciencia de lo que estaban haciendo? -preguntó ANALISIS.
--Fue cuando les conté a mis viejos. Mi padre me pegó un cachetazo en el auto, totalmente indignado. Fue la única vez que me pegó. Estuve mal mucho tiempo porque me di cuenta. Sentí que los había defraudado a mis padres. Y no lo hice por necesidad sino por un juego perverso al que entramos. Y nada fue igual después de eso. Nosotros éramos un grupo muy unido. Y después que pasó eso nunca volvimos a ser los mismos. Hubo un antes y un después de lo sucedido con Rivas. Nunca logramos tener la misma relación de antes. Eso rompió totalmente el vínculo entre nosotros. Dejamos de juntarnos y fue muy duro. Ibamos al colegio juntos y todo se rompió en mil pedazos.

El joven hace una pausa y sigue con su relato, respondiendo preguntas de este cronista. “Recuerdo que en la casa de Rivas había cámaras por todos lados. Y el propio Gustavo nos contaba de eso; creo que a modo de advertencia”.

--¿Y cómo se organizaban para verlo? -se le preguntó.
--Teníamos que llamarlo antes de ir. Había que avisarle en días previos. Algunas veces nos pasó de querer ir y él nos dijo que no, porque ya había otra gente comprometida para esas noches. Era habitual viernes y sábados, pero en especial los sábados. En determinadas instancias coordinábamos para ir, pero al llegar ya estaba otro grupo. Cuando terminábamos el encuentro nos íbamos enseguida; eran no más de dos horas que permanecíamos. Y él iba haciendo pasar de a uno a la habitación. Mientras tanto, los otros quedaban abajo comiendo o tomando algo. Tenía cerveza, gaseosas o lo que nosotros quisiéramos.

--¿Y qué pasaba en su habitación cuando subían?
--Primero te ponía un video porno para excitarte. Generalmente nos recibía vestido con una bata y todo desnudo abajo. Te empezaba a tocar, te hacía sexo oral y nos masturbaba hasta hacernos eyacular. Algunos ya habíamos debutado sexualmente; pero hubo quienes debutaron con él también. Sabía los nombres de cada uno de nosotros y de nuestros padres. Siempre sabía de cada uno.

"Vimos pibes muy pobres que iban por dinero a la casa de Rivas" (recuadro)

Los episodios sucedieron en el 2007. Los jóvenes de Gualeguaychú habían terminado la escuela y conocían a Gustavo Rivas de la calle o las jornadas de carnaval. Pero nunca habían ido, según relata el testigo que habló con ANALISIS. Ya no eran menores, pero querían saber de las andanzas del abogado, del que habían escuchado cientos de historias. Sabían que Rivas había hecho importantes aportes de dinero, pintura y hierros para un grupo de menores del Colegio Nacional, para el concurso anual de carrozas, que es un clásico de los estudiantes de la ciudad. Decidieron contactarse con el abogado y le enviaron un mail. Rivas aceptó de inmediato el convite y los citó para un sábado a la noche. El encuentro se repitió varias veces ese año. “Ibamos a boludear, porque éramos mayores de edad. A comer y a tomar. La primera vez no pasó nada; nos hablaba de cultura y diferentes cosas. Rivas se enamoró de un pibe que iba con nosotros pero éste no le dio bola. Y nos sorprendió con las cosas que nos contó, en cuanto a los pibes que hizo debutar. Y que le hacía La profunda, que era sexo oral”, dijo el entrevistado. “También nos contó de las fiestas que hacía en un barco de su propiedad”, acotó.

Ellos fueron testigos presenciales del ingreso de menores a la casa y todos de condición muy pobre. “No me miren el portero visor porque no quiero que miren a mis coqueros”, les decía, en referencia a quienes llegaban para penetralo. “Todas las veces vimos que eran pibes muy pobres, que iban a tener relaciones por dinero. No tenían más de 15 años”. Y añade asombrado: “Una vez, que estaba con un pibito, bajó totalmente desnudo de la habitación, hasta donde estábamos nosotros y nos mostraba la cola, diciendo “miren lo que me hicieron estos chicos”. El entrevistado también contó que Rivas la denominaba El matadero a su habitación. Y estaba claro que era así.

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