Por Graciela Ocaña
Era 6 de enero de 2004. Había llegado el día en que dejaría la labor legislativa para abocarme a unaardua tarea: gestionar nada menos que el PAMI, organismo que era centro de críticas desde hacía muchos años.
No era ni peronista ni kirchnerista. Había criticado al gobierno de Kirchner en lo que considerabacorrespondía hacerlo. No formaba parte del gobierno y el Presidente lo sabía. Tenía un solo compromiso,que siempre sostuve: gestionar con transparencia y eficiencia. Quería recuperar el PAMI para los jubilados. Por eso acepté el cargo.Sabía que gestionar no sería lo mismo que legislar. Desde entonces sobrevendrían tiempos agitados.La gestión convertiría mis días en verdaderas odiseas interminables que me llevarían por los laberintos de la corrupción institucional y los intereses creados, las presiones de propios y ajenos, y los «dimes y diretes» de la prensa y la opinión pública en general.
El día anterior a mi asunción fue una muestra del trajinar al que debería acostumbrarme: en la madrugada del 5 de enero, mi casa de Haedo se llenó de periodistas ávidos de opiniones de la nueva interventora del PAMI. Con el tiempo justo para desayunar y terminar de arreglarme, partí hacia Casa de Gobierno para encontrarme con Alberto Fernández y Carlos Zannini cerca de las once de la mañana.
Finalizados los trámites burocráticos del nombramiento, debía revisar papeles relativos a mi proyecto para el PAMI y luego reunirme con Juan González Gaviola, el hasta entonces interventor en la obra social de jubilados, de modo de completar detalles de último momento.
Como nueva interventora del PAMI entré en el edificio de la calle Perú al 100. Apenas ingresé, el personal de seguridad intentó parar un ascensor de los dos que funcionaban en el lugar para que subiera sola, pero me negué. Quería demostrarles quién era: una mujer sencilla, alejada de los ornamentos del poder, una mujer común con gran responsabilidad. Quería demostrar, en definitiva, que en el PAMI nadie iba a tener privilegios, salvo los jubilados.
Cuando llegué al piso 12 subí la pequeña escalera que llevaba al piso 13, donde estaría ubicado mi despacho. Allí me esperaban Oscar Lares y Mariela Carracedo, mis secretarios de la Cámara, «Oscarcito» y «Marielita» para todos. También Facundo Sassone, mi vocero de prensa, a los que siempre agradeceré su comprensión, confianza y acompañamiento en la gestión.
Me sorprendí por las dimensiones de la oficina, de gran tamaño, con una hermosa vista y una terrazacubierta por césped artificial, que me comentaron usaba Alderete para jugar al golf. Con el tiempo mepreguntaría cómo había tenido tiempo para practicar ese deporte. En la misma oficina también había unahabitación armada con cerramientos divisorios que, decían, usaba Alderete para dormir la siesta.
Nada volvió a ser lo que era en esa oficina. El lugar de descanso de Alderete pasaría a ser un archivo que guardaba en custodia la documentación relativa a las causas judiciales por irregularidades en el PAMI enviadas por varios jueces federales. Solo pedí hojas y un pizarrón.
En esa oficina pasé muchas horas de mi vida durante los cuatro años de gestión en el PAMI. Comencé a convocar a mis colaboradores y formé un equipo pequeño en relación con lo que el PAMI representaba. Me acompañó gente joven, con buena formación y gran compromiso personal. Algunos, como Santiago Nardelli, pensaban que haber asumido era un gran compromiso y riesgo político, nos jugábamos todo el capital político en la apuesta —diría Nardelli—. Y me apoyaron porque me vieron con poder de decisión. Me estaba metiendo en un lugar del que todos se fueron envueltos en escándalos,incluso quien me precedió en el cargo, Juan González Gaviola.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del 27 de abril de 2017)
