Mariana Bolzán

Antes que nada, hace saber que es correntino. “Del barrio del chamamé, del origen mismo del chamamé” dice Pablo Medina, quien también aclara, como una especie de presentación ineludible antes de sentarse a hablar en la entrevista, que fue cercano a Tránsito Cocomarola “Fui vecino de él. Mi padre era ebanista y cuando no había trabajo de carpintería fina, se dedicaba a la reparación de guitarras, era muy buen lutier. Cocomarola iba a mi casa”.

Fue la provincia de Chaco el escenario donde este hombre se formó como maestro y emprendió un camino que hoy lo encuentra en plena ciudad de Buenos Aires: Pablo Medina es hoy el dueño y presidente de la Biblioteca y Centro de Documentación La Nube, dedicada a la investigación de la cultura de la infancia y a la literatura infantil.

Está en Paraná porque una fracción de ese volumen de 90.000 libros que tiene la biblioteca es expuesta en el Museo Histórico Martiniano Leguizamón. La de la muestra es una porción de libros significativa, porque son aquellos que fueron prohibidos y censurados durante la última dictadura militar.

En las vitrinas del museo de Buenos Aires y Laprida pueden verse “Un elefante ocupa mucho espacio”, de Elsa Bornemann; “La torre de cubos”, de Laura Devetach o “La línea”, de Beatriz Dourmec y Ayax Barnes, entre otros. Todos ellos conservados por el propio Pablo, que desde los años setenta recorre las calles de Buenos Aires buscando material que pudiera echar luz sobre lo que sucede en la infancia “Para poder entender a una sociedad hay que primero entender a los niños. No hay posibilidad de entender este caos, de entender este gobierno inclusive sin haber entendido la infancia. Hay que volver a pensar en los niños, hay que hablar con ellos, esclarecer ahí” dice Pablo para poder explicar por qué ese desvelo por comprender los primeros años de la vida y sus manifestaciones culturales.

El ardor y la inquietud que lo llevaron a querer inmiscuirse en ese terreno fértil y complejo que es la infancia quizá tenga sus orígenes en lo que fueron sus primeros tiempos como maestro. Como una saeta, la experiencia en el monte chaqueño con los niños toba y con los hijos de los cosechadores de algodón, todavía sigue marcando una dirección en su actividad diaria.

Alguien le dijo que aquellos maestros recibidos durante el peronismo iban a ser malos docentes. Pablo, a medio creer, tuvo miedo: “Me asusté. Me fui a inscribir y le dije a la supervisora ‘mándeme donde pueda ser útil” y me mandaron a Mesón de Fierro, entre Charata y Villa Ángela. Charata era conocido por ser la capital de la desmotadoras más grandes, todavía se cosechaba algodón a mano y se procesaba. Era aún un trabajo vil para el cosechero. Estuve un par de años ahí”.

(Más información en la edición gráfica número 1050 de la revista ANALISIS del jueves 10 de noviembre de 2016)