Pablo Rochi
Ya pasaron unas cuantas horas de un triunfo con grandes repercusiones, de una victoria que se reflejó en todos los medios. Sucede así cuando el fútbol entrega noticias fuertes y ésta, a decir verdad, la fue. Sin exagerar ni ostentar más de lo que fue, el país habló de la victoria de Patronato sobre River, de su significado, de las polémicas y de cómo un equipo que no había ganado en todo el torneo terminó dando vuelta el marcador y venciendo a uno de los favoritos.
Él, como si nada hubiese pasado, responde las preguntas con la timidez y la tranquilidad que lo caracterizan. No se muestra exaltado, ni hace alarde del suceso. Solamente se limita a responder, como si lo que ocurrió fuera algo de todos los días.
A lo mejor, sin darse cuenta, no entiende que su jugada, su nombre y su gol, quedarán grabados como sello indeleble. Su cabezazo y el 2 a 1 ante River integrarán el archivo de un triunfo que siempre estará listo para ser recordado.
Lucas Márquez es el fiel reflejo de ese pibe que parece estar siempre en “modo paciencia”, sin grandes turbulencias. Sin embargo, transitó momentos relevantes en estos últimos meses. En su vida personal, se casó y fue papá. Y en lo deportivo vivió episodios muy fuertes.
Una maldita lesión le sacó las ganas de jugar y hasta estuvo a punto de colgar los botines. Sin embargo luchó, se sacrificó y no solamente se recuperó, sino que también le hizo el gol a River, su primer tanto en Primera División, el del triunfo, el del inoxidable festejo.
Él esta ahí, responde como si nada, como si el protagonista fuese otro. Y no. De Lucas Márquez se trata.
(Más información en la edición gráfica número 1049 de ANALISIS del 20 de octubre de 2016)