Jorge Riani

Hace siete meses, Pablo Avelluto asumió como ministro de Cultura de la Nación. Apenas se supo que Mauricio Macri, por entonces presidente electo, lo confirmaba en el cargo, ese periodista de pelo ensortijado y anteojos redondos que le otorgan una estampa de filósofo francés, hizo lo que hacen todos los hombres y mujeres llamados a la función pública antes de asumir: declaraciones.

Declaraciones, pero con mensajes. Es que Avelluto cuando habla dice cosas. Y esas cosas no suelen pasar inadvertidas. El discurso del ministro de Cultura es interesante, entre otras cosas porque no busca agradar a todos por completo. No agradó a los críticos acérrimos de los gobiernos kirchneristas cuando dijo que en los 12 años hubo cosas buenas que habrá que sostener en el tiempo y en las políticas. No agradó tampoco a esa misma facción cuando relativizó el intento de cambiarle el nombre al Centro Cultural “Néstor Kirchner” y dijo que al fin y al cabo evoca a un “presidente de la democracia muy querido”. Pero tampoco se ganó para nada la simpatía de los kirchneristas, cada vez que cuestionó esa vocación de la gestión del matrimonio patagónico por el pensamiento único, por el trato diferencial entre “amigos y enemigos”, y cuando advirtió que -palabras más, palabras menos- el gobierno K fustigó al periodismo para entronizar a la propaganda en su lugar.

Fue bajo esa gimnasia de decir cosas en las que Alejandro Pablo Avelluto habló con ANÁLISIS sobre un tema de la historia que resulta esquivo para el mundo porteño: Justo José de Urquiza. Por teléfono, el ministro en el Palacio del presidente de la Confederación y el cronista de esta revista en la Redacción, mantuvieron una charla que saltó por tres temas: gestión, historia argentina y medios de comunicación del sistema público.

—¿Cómo se hace para gestionar cultura en un país de 2 millones y medios de kilómetros cuadrados, donde conviven expresiones tan disímiles, realidades tan diferentes? ¿Cómo se hace una política federal en un país que tiene un mosaico cultural tan diverso?
—El mayor desafío de nuestra gestión es precisamente ese: darle un fuerte carácter federal a las políticas culturales nacionales. Arrancamos en una situación desfavorable porque la mayor parte de nuestra estructura cultural nacional está en la ciudad de Buenos Aires.
Es la que insume una parte significativa de los recursos presupuestarios. Vale tener en cuenta que de los 23 museos nacionales que tiene el país, 17 están geográficamente ubicados en la ciudad de Buenos Aires.
Lo mismo ocurre con los organismos estables o con los organismos descentralizados. En total, el Ministerio tiene a su cargo unas 50 instituciones, además de sus propios programas. Y muchas de esas instituciones tienen su sede en la capital argentina. Por eso, a pesar de esa situación, el desafío es lograr una política de fuerte contenido federal, y eso es lo que me trajo a Entre Ríos y lo que me lleva a otros lugares del país.
Trato de recorrer el país cada dos semanas a fin de que las políticas tengan impacto en las ciudades argentinas. Pero más allá de la presencia física, de lo que se trata es de generar políticas que tengan impacto en todo el país, en todas las provincias, en todas las ciudades. Al final se trata de lograr que las posibilidades de acceso a las políticas culturales sean las mismas para cada persona, haya nacido donde haya nacido.

(Más información en la edición gráfica número 1044 de ANALISIS del jueves 11 de agosto de 2016)