Jorge Riani
A Silvia Abib el tiempo se le congeló el 13 de febrero de 2003. Desde esa tarde se quedó esperando que Amado, su padre, volviera –como todos los días– a tomar un café con leche en estudio. El ritual vespertino no conocía postergaciones, pero ese día no llegó. Y no volvió nunca.
“He decidido dejar de hablar porque cada vez que salía a los medios a reclamar por la búsqueda de mi padre, pasaba algo en mi familia: una amenaza, por ejemplo”, le dice Silvia Abib a ANÁLISIS.
Amado Abib era un contador que tenía 85 años al momento de desaparecer en febrero de 2003. Salió a la ruta con su auto, y fue visto por última vez en Colonia Güemes, un caserío ubicado a unos 70 kilómetros de Paraná. Quedó su auto y una interminable duda sobre su destino.
“No supimos nada más. Nada. Nadie nos dijo nada y ya no se lo busca”, dice Silvia con un dejo de lamento pesado. Agradece que la revista pregunte por el caso de su padre, y en ese agradecimiento más que ser un mérito reconocido denota una triste realidad: nadie pregunta, nadie habla, nadie se lamenta públicamente ya por este y otros casos de personas que en esta provincia de Entre Ríos desaparecieron como si la tierra se los hubiese tragado. La expresión no pretende originalidad, pero es la más ajustada para expresar lo que pasó: desaparición, intriga y silencio.
No es el único el caso. Un año antes desapareció un arquitecto llamado Mario Zappegno. La falta de su persona se reemplazó por una incertidumbre y dudas que se mantienen hasta ahora. En este caso hubo mucho ruido, muchas versiones, muchas hipótesis que no pueden ser reproducidas por la más elemental falta de prueba para aludir a ellas. Lo único cierto es que el hombre desapareció y nunca nadie, ni el Estado, ni persona física alguna, pudo dar un detalle que permita tener clara idea del destino.
(Más información en la edición gráfica número 1043 de ANALISIS del jueves 28 de julio de 2016)
