Jorge Riani
El futuro del poder político en la provincia es una incógnita. Lo es porque la Constitución de Entre Ríos –en su cláusula de restricción reeleccionista– obliga al actual gobernador Sergio Urribarri a prestarle el poder a otra persona, por caso al flamante candidato del oficialismo Gustavo Bordet.
En condiciones normales de presión y temperatura, como se dice en química orgánica, estaríamos frente al fin de un ciclo y el inicio de otro. Estaríamos de cara al nacimiento de una nueva estrella en el firmamento político provincial y ante el ocaso de otra. Sin embargo, más que certezas hoy hay incógnitas. ¿Qué incógnitas? Las que plantea qué nivel de éxito tendrá el plan pergeñado por Sergio Urribarri para volver a ocupar el principal sillón de la Casa Gris.
La primera duda que se le planteó a Urribarri fue en quién delegar el rol de candidato a sucederlo en esta provincia donde el peronismo, o si se quiere el Frente para la Victoria, goza de expectativa favorables en términos electorales y con una tendencia alcista en las encuestas.
Urribarri se encontró con el temor de toparse con alguien como él. Es decir, con miedo a que el elegido para sucederlo sea capaz de convertir los elogios a su mentor en frío silencio, para luego devenir en un encono abierto e indisimulado.
En 2007, Busti se encontró en la disyuntiva de elegir entre Urribarri y su esposa Cristina Cremer para ungir como candidato del oficialismo. Lo que ocurrió ya es sabido: el escogido fue Urribarri y luego entre ambos se abrió una grieta insalvable que ayudó a profundizar sendos posicionamientos en veredas opuestas en el conflicto entre el gobierno nacional y las entidades del campo en 2008.
Cuando se produjo el traspaso de mando, nadie imaginó que estábamos asistiendo, los entrerrianos, al fin de un ciclo, al ocaso de un gobernante que supo concentrar como pocos la suma del poder político-partidario en la provincia. Nadie sabía por entonces que asistíamos a las horas suplementarias de uno de los dos caudillos políticos, junto con el radical Sergio Montiel, ambos unidos por un modo personalista del ejercicio del poder, sin descanso ni distracciones.
Hoy, en cambio, la lección está aprendida. Porque si bien es cierto que en política nunca hay que apurar certificados de defunciones, también es cierto que en el peronismo se ha repetido aquello de “a rey muerto, rey puesto”. La pregunta es si Urribarri está muerto. Y no lo está.
¿Qué pasará un tiempo después de que Bordet, en caso de ganar, asuma la gobernación? Eso es una incógnita. La primera duda surge respecto del modo con que el actual intendente de Concordia ejercerá el poder en la provincia.
Está claro que Urribarri confió en que le será más fácil manejar a Bordet que a Bahl una vez que él esté sentado en el sillón de la presidencia de la Cámara de Diputados. Al menos eso es en lo que coincidieron media docena de dirigentes peronistas consultados por ANÁLISIS.
Una característica particular de este tiempo por sobre cualquier otra transición anterior se da en que jamás un gobernador saliente había hecho gala de tanto poder interno. Ningún caudillo territorial, ni intendente, ni ministro, ni funcionario, ni legislador con banca en la Casa Rosada se animó a ponerle límites a Urribarri, a marcarle la cancha a quien ya transita los últimos seis meses como gobernador.
Ni siquiera se animó a eso su ministro de Gobierno, Adán Bahl, que fue quien gobernó la provincia mientras duró la larga peripecia turística en la que Urribarri se dedicó a recorrer el país en busca de apoyos a su precandidatura que nunca consiguió.
(Más información en la edición gráfica número 1022 de ANALISIS del día 11 de junio de 2015)
