Antonio Tardelli
El peronismo kirchnerista es ecléctico, como todo peronismo, pero un tanto más complejo que, por ejemplo, su antecesor menemista. Ambas variantes se inscriben en la sacralización del poder como fundamento último, inexpugnable a toda creencia que no se remita a ése, el más encumbrado de los altares, pero el espacio que hoy gobierna procura no obstante preservar ciertas formas y adornar con románticas ensoñaciones su condición de implacable maquinaria.
El menemismo, impregnado por la personalidad de su jefe, no precisaba envoltorios. Podía mostrarse superficial, indolente, reaccionario y primitivo. No presumía de nada. Era tomarlo o dejarlo. La mayoría del pueblo argentino lo tomó con satisfacción indigna. El kirchnerismo es más rebuscado. Si el ícono testarossa es adecuadamente reemplazado por los modales Louis Vuitton, es preciso sin embargo que el conjunto no luzca conservador.
Las palabras, entonces, son importantes. La apelación a términos relativamente novedosos, propios de una jerga académica puesta al servicio de la política, se convierte entonces en una práctica necesaria. Los intelectuales que abrevan en las nuevas formulaciones progresistas llegan al climax cuando losvocablos de moda resuenan en los oídos obedientes de los aplaudidores barones del conurbano.
Es, se concluye, la política de verdad, el barro de la transformación, y no la mera masturbación testimonial.
Como sea, por ejemplo, hay que colaren los discursos la palabra “empoderamiento”.
/// Más información en la edición gráfica número 1021 de ANALISIS del 28 de mayo de 2015. ////