R. H. A.
En el preciso momento en el que el secretario General de Gabinete, Hugo Ballay, le pidió la renuncia al entonces ministro de Salud, Hugo Cettour, a instancias del gobernador de la provincia, pulverizó aquel pétreo dogma urribarrista según el cual nadie queda afuera de este generoso gobierno, sea por el llamado místico de la convicción o por la bondadosa seducción material.
Sergio Urribarri comenzó a despuntar el vicio en este sentido, allá durante el transcurso del año 2010, cuando su relación matrimonial con Jorge Busti cursaba sus momentos más tórridos y decoraba el tramo final de una tormentosa separación.
Fiel a los principios urribarristas, Ballay activó el manos libres para ofrecerle a Cettour cualquier posibilidad de cargos para que no se fuera del Gobierno y, de ese modo, evitar que comience a gestarse, por si acaso, alguna secta de despechados.
Hasta aquí el rebaño está en orden, al menos a la vista de la gran mirada colectiva.
A Cettour le ofrecieron el Ministerio de Trabajo que dejó vacante Guillermo Smaldone cuando se fue a ocupar la jefatura del Tribunal de Cuentas de la provincia, tras una polémica decisión de Urribarri producto del vacío legal que deja la falta de reglamentación de la nueva Constitución provincial. Luego le ofrecieron armar una isla que tenga que ver con las aguas termales y otras yerbas similares, aprovechando que el ex ministro fue presidente del Ente Regulador de los Recursos Termales de Entre Ríos, desde abril de 2007 a julio de 2010. Y hasta surgió en el abanico de posibilidades, la embajada en Liberia. Cettour a todo le dijo que no. Por ahora decidió priorizar su relación con los nietos y aunque no dejó de sorprenderse por el abrupto despido -acaso en el momento menos esperado-, cierto es también que nunca dejó de sentir que jamás estuvo integrado al formato del gobierno provincial y que su eyección era inminente.
/// (Mas información en la edición gráfica del jueves 11 de diciembre de 2014 de la revista ANALISIS.