Jorge Riani
Es un mundo de papel, desanimado, húmedo, con olor a encierro, amohosado, atado con piolines y palabras y más palabras y una que otras firmas, y sellos y números. Tienen tapa de colores apagados, amarillo pálido, verde aguachento. Los expedientes brotan al paso de los humanos y donde hay una superficie plana se erigen en torres desordenadas. Como claveles del aire, hicieron del techo de los armarios sus pisos, pero comparten también el suelo que pisan los humanos. Al traspasar una puerta se pueden ver por millares, esos expedientes que se multiplican como si fueran una colección de desesperanzas, piezas en el museo de la espera.
Algunos cálculos indican que se esperan el arribo de unos 11 mil expedientes con demandas de los jubilados que reclaman frente a lo que de un tiempo a esta parte parece ser política de Estado: la mala liquidación de los haberes jubilatorios.
Miles de jubilados reclaman para pasar de percibir unos haberes miserables a otros poco menos indignos que le permitan comprar los medicamentos básicos que demandan sus avanzadas edades. En otros casos, las diferencias son notables. Por ejemplo, una investigadora universitaria entrerriana que cobraba 7.500 pesos reclamó su jubilación en base a lo que el Estado le pagaba en negro y de ese modo logro que sus haberes trepen a 25 mil pesos. Pero eso es una excepción, en muchos casos la pelea judicial se libra para aumentar en algunos billetes una magra jubilación.
La pretensión de hacer valer sus derechos y que le paguen los haberes que corresponden se convierte para miles de jubilados en un calvario de espera, indiferencia, desidia que les tienen reservado el sistema y la voluntad política de prolongar la injusticia por parte de todos los gobiernos que los argentinos nos hemos dado.
(Más información en la edición gráfica número 1010 de ANALISIS del jueves 25 de septiembre de 2014)