El exilio voluntario del último Etchevehere

Edición: 
1009
Entrevista con uno de los ex dueño del El Diario: vida, negocios, poder y tragedias

Jorge Riani
(enviado especial a Salto, Uruguay)

En una ciudad donde todo el mundo anda con un termo bajo el brazo y el mate en la mano, Ivar J. Etchevehere, prefiere llevar el tubular recipiente de agua caliente en un porta-termo de lona azul que lleva impreso en blanco el logotipo de lo que fue su empresa de negocios inmobiliarios y rurales. Eso le queda casi como suvenir de un tiempo en que su apellido fue sinónimo de poder. Eso y muchos recuerdos que desteje en una entrevista de dos horas que mantuvo con ANÁLISIS en la ciudad adoptiva de Salto, en la República Oriental del Uruguay. Del rol patriarcal de su padre, y de cómo su abuelo, el ex gobernador radical, le formó el carácter a Don Arturo, habla en esta nota. Cuenta por qué vendió El Diario, y dijo que no le pesa la decisión.

“Soy el último Etchevehere”, dice antes de comenzar la entrevista. Sabe que hay otros que portan el apellido, y que uno de ellos –incluso– es objeto de atenciones de la prensa nacional por su rol de presidente de la Sociedad Rural Argentina. Sin embargo, Ivar Julio Etchevehere, se sostiene en la autodefinición, acaso para dejar claro que su vida transitó de lleno los tiempos en que su apellido era sinónimo de poder en la sociedad entrerriana y más allá también. Un tiempo que él cree apagado y en el que nunca se sintió del todo cómodo.

Lo llaman Raucho desde recién nacido, como a su hermano mellizo lo llamaron Zahorí, por sobre el nombre Luis Félix, con el que gobernó, éste último, El Diario, durante casi treinta años.

Lector, rebelde, playboy, contestario, bohemio, Raucho demostró una temprana aversión por los eventos de la alta sociedad, por las fotos en los medios de propiedad familiar y por los títulos superlativos que anteceden los nombres propios, como el “doctor”. Vivió la tragedia de cerca, con la temprana muerte de su primogénito y con el suicidio de otro hijo adolescente. “El suicidio es uno de los grandes problemas que atendió la filosofía”, cuenta en esta entrevista, en la que admite que todos fanteseamos, alguna vez, con ser artífices de nuestras propias muertes.

En un café céntrico de la uruguaya localidad de Salto, Ivar Etchevehere recibió a ANÁLISIS para una entrevista en la que no eludió ninguna pregunta. Dice que vive allí porque la sociedad argentina está en decadencia y porque la tranquilidad pueblerina le va mejor. Acaba de vender su última propiedad importante, un campo de 400 hectáreas en Uruguay, para dejar como toda posesión inmobiliaria de su haber una casa junto a las termas de Daymán.

–¿Qué significó ser Etchevehere en los 40 y 50 en aquella Paraná. ¿Eran los ricos de la ciudad?
–Yo en el 40 tenía seis años. Anduvimos mucho por toda la provincia. Mi viejo hizo una carrera meteórica en la Justicia: defensor en Paraná, fiscal en Diamante, juez en Nogoyá. De manera que recorrimos toda la provincia hasta instalarnos en la ciudad. Luego le ofrecen el Ministerio de Gobierno, después la presidencia del Banco de Entre Ríos; estuvo en el Superior Tribunal. Así que lo que significó en esos años fue andar por todos lados y ser todo muy movido.

–Pero estaba El Diario, también. ¿Cuándo toma conciencia de que su familia es dueña de El Diario?
–Cuando nos enseñaba Arturo Etchevehere de que era de él. Pero estaban otros que eran dueños. Por ejemplo (Raúl Lucio) Uranga, que era director y se va cuando lo eligen diputado nacional (en 1946). Mi padre era presidente del directorio y de ahí salta a director, y ya de ahí para adelante... Y mi padre repitió siempre en las páginas de El Diario que el fundador fue únicamente su padre. Pero estaban otros: los Laurencena, por ejemplo. Cuando mi viejo llega a Paraná estaban los Laurencena en El Diario. Mi viejo era muy vivo; habló a accionistas y en una reunión de directorio, en el momento que estaba por hablar Laurencena, él se anticipó y dijo que tenía poderes de otros directores para llamar a votación y designar al director. Y fue él el director. ¡Qué Laurencena, ni que tanto! A eso no lo hacía cualquiera. Pero yo tengo recuerdos muy lindos. Me acuerdo, por ejemplo, que siendo chico, de pantalones cortos o recién puestos los largos, mi iba de la casa de mi padre, que estaba junto a El Diario, a eso de las dos de la tarde, a la casa de Raúl (Uranga). Me abrían la puerta, me esperaban con el mate y llamaban a Uranga. Y va mate y charla con don Raúl. Uranga era una de las personas que yo más admiro, por la formación. Muy carismático. Tenía una formación socialista.

–¿Cómo fue la relación de Arturo Etchevehere con Raúl Uranga?
–Raúl, cuando queda viudo, cenaba todas las noches en casa. Pero mi padre fue muy ambicioso, muy atropellador y se jugó la carta de que Frondizi lo iba a nombrar a él candidato a gobernador. Por eso le ponía a Frondizi un avión a disposición para que haga campaña en la región, y que piloteaba mi hermano Luis (Zahorí). Esperaba que Frondizi diga “Etchevehere es el candidato a gobernador” y que pase por arriba la convención nacional y todas las instancias partidarias. Pero Uranga tenía toda la provincia recorrida palmo a palmo, además de que era un orador de primera. Y claro, Uranga fue gobernador y Frondizi presidente. Un gran presidente, el que mejor recuerdo. La relación de Uranga y de mi padre fue buena en un inicio. En un inicio (risas).

–Está la anécdota de que ambos protagonizaron un duelo.
–Duelo entre comillas. Sí, porque Uranga había comentado, ya siendo gobernador que habían visto a mi viejo con un contrincante de él y habló sin nombrarlo de algún “gran canalla”. Y en el baño, Cesarito Corte le pregunta: “che, Raúl, y quién es el gran canalla?” Y Raúl le contestó: “el gran canalla es Arturo Julio Etchevehere”. Y al otro día mi viejo hace una publicación en El Diario, que fue una barbaridad: “¿Quién es el gran canalla: Arturo Etchevehere o Raúl Uranga”. Y allí dice que le da poder al doctor (Guillermo) Bonaparte para hacer acciones contra Uranga. Ahí se baten a duelo, pero no llega a hacerse.

(Más información en la edición gráfica número 1009 de la revista ANALISIS del jueves 11 de septiembre de 2014)

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