Juan Cruz Varela
La expatriación ha sido incesante en la historia argentina desde los orígenes del país. Sin embargo, la última dictadura cívico-militar produjo un exilio inédito y singular, que se destaca por su novedad, debido a su contundencia numérica, extensión en el tiempo y porque dispersó a miles de argentinos por todos los continentes.
Pero lo novedoso de esta práctica fue, no solo su violencia y magnitud, sino que se utilizó como un mecanismo de eliminación de la oposición de bajo costo: una amplia militancia social, profesional, sindical y barrial que proponía un cambio revolucionario fueron obligados a un destierro forzoso, como si fuera la trágica paradoja de un país de raíces inmigrantes que durante la dictadura se construyó en el exterior.
La experiencia de Delia Costa, primero en Brasil y luego en Francia, como la de Gustavo Piérola en San Pablo y la de Rubén Pak, entre Francia y Nicaragua, están asociadas a ese dolor por una partida abrupta y no deseada, pero también a la búsqueda de nuevos espacios de lucha política.
Irse mirando hacia atrás
–¿Por qué te fuiste?
La pregunta parece obvia, casi sin sentido, y sin embargo es inevitable.
–Yo siempre digo que a mí “me fueron” en 1978, pero ya estábamos perseguidos desde que apareció la Triple A. Entre 1974 y 1975 vivimos clandestinamente y en 1978, cuando ya no tenían a quién desaparecer, con quién arrasar, a quién torturar, empezaron a atacar a otros tipos de organizaciones que seguían molestando, en nuestro caso no de la guerrilla, sino los que protestábamos por un mundo mejor en las escuelas, en las facultades, en los barrios. Entonces un juez amigo nos dijo que nos fuéramos porque estábamos en listas negras y ya había desaparecido demasiada gente.
–¿Cómo hicieron para irse?
–Nos fuimos a Brasil en forma absolutamente clandestina, en un taxi que pagamos ida y vuelta y en el que nunca regresamos.
(Más información en la edición gráfica número 999 del jueves 20 de marzo de 2014 de ANALISIS)