J.R.
El cierre de Botnia es una utopía. Si es que utopía es aquello tan deseado que nunca llegará a concretarse. El escenario que plantean los asambleístas es claramente impracticable. Un país no va a renunciar a su principal actividad productiva porque cien, mil, diez mil, un millón de personas en la otra costa, en otro país, hagan ruido, corten la ruta, se corten las venas y vayan a patalear al tribunal penal internacional de La Haya.
No lo hizo cuando los asambleístas estaban dispuesto a todo, menos lo harán ahora que el movimiento antipastera atraviesa su peor debilidad. El grito del último domingo en el puente internacional, para protestar por la decisión del presidente José “Pepe” Mujica de autorizar el incremento productivo de Botnia (en verdad ahora llamada UPM), más que un grito fue un ronco estertor que no alcanzaba ni a evocar aquellas protestas masivas de mediados de década.
Que Botnia no se vaya, no debe entenderse como una derrota de la asamblea ambiental. Lejos de eso, el movimiento del sur entrerriano logró triunfos rutilantes: el control social sobre una fábrica que lanza sus venenos al río, la resistencia a otros emprendimientos similares, como a la española Ence que juzgó conveniente abandonar sus cimientos y mudarse a lugares de mayor pasividad social.
El domingo último, ANÁLISIS consultó a los principales referentes de la asamblea ambiental en momentos en que se desarrollaba el cruce del puente. La pregunta estaba orientada a saber si hay voluntad de volver a los cortes de la ruta 136 como metodología de protesta. Y las respuestas, aún atizadas por el contexto, confluyeron todas en un “no”.
(Más información en la edición gráfica número 994 de ANALISIS del 10 de octubre de 2013)