Daniel Enz

El golpe fue fuerte. Demasiado quizás. Varias de las víctimas se habían ilusionado con el accionar de la justicia, en el caso más escandaloso para la Iglesia argentina, cometido por un cura paranaense que volvió a sonreír de la misma manera que lo hacía tras cada abuso. “¿Los camaristas no entendieron nuestro dolor? ¿Los integrantes de la Sala Penal del Superior Tribunal lo entenderán?”, preguntaba uno de ellos, entre sollozos. “Está visto que solamente unos pocos hombres de la justicia se conmovieron ante nuestro trauma cuando apenas estábamos dejando de ser niños…”, se acotó.

La decisión de los camaristas Hugo Perotti y Miguel Ángel Giorgio, de tumbar la decisión del juez Alejandro Grippo y declarar la prescripción de la causa iniciada el año pasado tras la denuncia periodística de ANÁLISIS fue un golpe al corazón.

Varias de las víctimas tuvieron que lidiar con su conciencia, con sus familiares y amigos, para llegar hasta la justicia y quedar expuestos a los interrogatorios de abogados, fiscales y funcionarios judiciales, para ahondar sobre situaciones que los marcaron para toda la vida y que ocultaron durante casi dos décadas, porque nadie se ocupó de ellos.

“Seguramente a unos pocos miembros de la justicia les importará que no pudimos reconstruir nuestro camino después de tanto dolor contenido tras los abusos de un cura que era nuestro conductor, nuestro padre, nuestro guía, en un lugar religioso en el que no conocíamos a nadie. Tal vez no importe que hubo chicos que nunca pudieron tener parejas estables, que pensaron en el suicidio más de una vez o que hasta fueron despedidos de sus trabajos en los últimos seis meses, por el hecho de denunciar a un hombre de la Iglesia”.

(Más información en la edición gráfica número 991 de ANALISIS del 29 de agosto de 2013)