Silvio Méndez
No hay una estadística certera, pero todos los empleados que han pasado por el Cementerio de la ciudad saben que con el invierno aumenta el trabajo, porque aumentan los sepelios. El origen de la frase popular “hay que pasar agosto” se pierde en el tiempo, aunque la idea está claramente instalada: en el mes más frío del año es cuando se producen más muertes.
Los orígenes del camposanto municipal se remontan mucho antes de que Paraná fuera declarada Villa. Su fundación se fecha el 13 de noviembre de 1824, cuando por ley provincial se crea el cementerio de la Santísima Trinidad, tal su antigua denominación. Desde entonces, y desde mucho antes, los vecinos de la ciudad tuvieron en ese lugar de calle España al final, la última escala previa antes de la eternidad.
Pero esa morada póstuma, como todo en este mundo, tiene la finitud de lo terrenal. Y lo cierto es que desde hace ya seis años se viene anunciando que la necrópolis paranaense se encuentra al límite de su capacidad. La ecuación es la siguiente. Con la posibilidad de albergar difuntos al tope, un promedio de ingreso de cuatro a cinco cuerpos por día y la reducción de restos mortuorios en una media de seis por semana, junto con otro tanto por retiro o cremación, el recambio de cadáveres transita por un margen cada vez más estrecho.
No hay un registro riguroso, pero se calcula que en el cementerio hay 40.000 nichos, más 1.000 cuerpos enterrados en tierra; en el nivel superior son 400 las tumbas, y más de 600 sepulturas en el nivel inferior para gente que no tiene posibilidades económicas de pagar un lugar. En tanto panteones se estima que pueden ir entre los 600 y 800.
(Más información en la edición gráfica número 991 de ANALISIS del 29 de agosto de 2013)