Daniel Enz
La escena se repite cada día en ese humilde barrio de Paraná, ubicado a unas 40 cuadras de la plaza principal, pero también sucede en otros sectores de la ciudad. La mayoría de la gente es empleada o changarín, de los que viven el día a día. Todos se conocen, se cruzan diariamente, van a la misma escuela o alguna vez se encuentran en el club. Nadie desconoce a quién intenta llevar un mango para la familia, laburando 10 o 15 horas diarias, pero si es necesario, algún día le entrarán a robar a su humilde casa, le sacarán el celular a la mujer o la cartera a la chica.
Los que roban son siempre los mismos. Ninguno trabaja, pero viven del negocio de la droga en el barrio Hijos de María. Siempre están armados hasta los dientes, generalmente con armas semiautomáticas de puño, aunque se sabe que poseen algún que otro FAL, en el arsenal que disponen, por lo cual no tienen por qué envidiarle el poder de fuego que pueden disponer grupos mexicanos o colombianos. Son extremadamente peligrosos y audaces. Son parte del Ejército de uno de los principales jefes de la cocaína en Entre Ríos, quien hasta fines del 2010 estuvo preso, pero recuperó la libertad y se reinsertó en el esquema del narcotráfico.
Tiene no más de 35 años, pero maneja un Ejército de unos 50 jóvenes en el barrio (cuyas edades oscilan entre los 14 y 20 años); dispone de varios automóviles y un sofisticado armamento. Es considerado también unos de los jefes de la barra brava de Patronato y por ende extiende sus contactos a otros barrios. En la zona, cuando los policías de Investigaciones llegaron a la casa del pastor evangelista -de no más de 43 años- y allanaron, nadie dudó de que los 17 kilogramos de cocaína encontrados, al igual que un sofisticado armamento y municiones, no le pertenecían al ex religioso. Eran del jefe narco, al que ni Investigaciones, ni Tóxicos, puede detectar, para acabar con sus andanzas. Es más: ese día del allanamiento, el hombre no estaba en Paraná, sino en Mendoza, hasta donde viajó a la cabeza de la barra de Patronato, para alentar al rojinegro en el encuentro con Independiente de Rivadavia.
La casa del ex pastor -donde también vive su mujer e hijos adolescentes- era un arsenal: diez armas de fuego, tres de ellas de guerra. Pistolas diversas y una ametralladora con silenciador. Había un fal (fusil automático liviano) y más de 600 municiones. El pastor no se metía con nadie en el barrio; y siempre estaba apañado por la gente. Una de las armas de fuego la sacaron debajo de la cuna del bebé. Actualmente hay un puesto policial frente a la vivienda, para cuidar la casa, ante cualquier represalia. Los cálculos indican que por ese allanamiento, el negocio perdió cerca de un millón de pesos.
“Muchachos, no tengo nada que ver con esto”, dicen algunos testigos que alcanzó a balbucear el religioso en el operativo, que se extendió por varias horas, buscando una explicación. Pero nunca dijo a quién le pertenecía. Los investigadores no dudaron de quién era todo. Los vecinos tampoco.
--¿Y por qué no lo podés nombrar? –insistieron.
--Porque no. En todo caso, es un problema de ustedes.
Al dueño de la cocaína hace rato que le siguen los pasos, pero no resulta fácil investigarlo. Al parecer, no tiene línea fija en su moderna vivienda con tres cámaras en el frente -que se destaca por encima de las otras del barrio- y dispondría de no menos de 20 chips de celulares a nombre de quién sabe quién.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS de esta quincena)
