Camila Fernández
Mientras nadaba lejos de la costa en el mar transparente sin oleaje, jamás imaginó que deseaban exterminarlo a él y a su familia. David y sus seis hermanos desaparecían como peces del paisaje que se veía desde la arena. El sol hacía brillar el agua calma, que junto a la vegetación de la isla eran una postal perfecta. Nada hacía falta. Nada malo podía pasar en el mismo paraíso. Nada espeluznante podría ser imaginado por alguien que creía que el mundo era esa belleza que veía todos los días. Su único mundo. Donde el verano dura unos nueve meses y hoy lo que tarda en aparecer el recuerdo de la infancia en la memoria intacta de David Galante.
La isla de Rodas es la más grande del archipiélago griego del Dodecaneso, delante de la costa suboccidental de Turquía en el mar Egeo. Desde la antigüedad ha sido territorio en disputa entre Italia, Grecia y Turquía debido a la posición estratégica que ocupa para el comercio y la guerra. Fue de los otomanos, los antiguos romanos y de los italianos. En ella se construyeron monumentos que han sido verdaderas maravillas y gran parte de sus construcciones datan de épocas medievales. Pero lo que más enamora de esa pequeña isla griega es que es un auténtico edén atravesado por formaciones rocosas. Se estima que en las primeras décadas del siglo XX vivían allí unos 5.000 judíos.
En esas playas tendidas hacia el mar transcurrió la infancia de David Galante, quien llevaba una vida tranquila: iba a la escuela, estudiaba y dejaba pasar los días como si nada terrible fuera a ocurrir. Eran siete hermanos. Antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial su hermana Sara se casó y se fue a vivir a Rhodesia (hoy Zambia y Zimbabue), África. Su hermano Hiskiá vino a la Argentina por un primo de la familia. En Rodas quedaron Rosa, Juana, Matilde, Moshe, David y sus padres: Abraham y Rebeca Benditcha.
La guerra empezó a sentirse en las tarjetas de racionamiento alimenticio, donde los judíos recibían siempre un poco menos. Los hermanos Galante tuvieron que buscarse trabajos para poder subsistir. El clima se enrareció y la discriminación aumentó. Hiskiá y Sara escribían preocupados porque sabían de las leyes antisemitas de la Alemania Nazi y habían escuchado que algo podía pasarles en Rodas.
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