Antonio Tardelli
Los éxitos electorales, convertidos en finalidad y no en oportunidad, relegan los análisis más significativos, por ejemplo los que miden la correspondencia del armado político con el enunciado al que se alega servir. Ejemplo: será infructuoso todo intento encaminado a presentar al jefe de la CGT, Hugo Moyano, como el arquetipo del dirigente indicado para sostener un proyecto progresista y redistribuidor. No es un juez suizo, sino el perfil público del sindicalista, lo que arroja dudas sobre su honestidad (sin mencionar siquiera el hecho de que, en el límite del disparate, sus laderos mencionan “una conspiración internacional” para referirse a un requerimiento judicial extranjero por una cuenta sospechosa. Se hace difícil de creer la encendida defensa que ensaya Moyano: “¡No tengo un carajo que ver con Covelia!”. Sucesivos indicios y abundante información sugieren otra cosa. Por lo demás, hablar de complots universales, una debilidad de las cabezas autoritarias, es tan absurdo como suponer que la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa porque al escritor peruano le cae mal un matrimonio patagónico encaramado en el poder).
Durante los 70, período histórico al que se convoca con insoportable liviandad, los grupos más dinámicos del movimiento peronista vieron en el líder, el general Juan Perón, algo que el líder no era. Había en su pensamiento y en su accionar suficientes elementos para vislumbrar que el militar no conduciría en la dirección deseada el proceso que, embebidos por los aires de época, imaginaban los jóvenes de la Tendencia Revolucionaria. Los análisis posteriores admitieron el error. La equivocación pudo haber sido inocencia o especulación. Pero, en cualquier caso, fue irremediable equivocación. El devenir de los sucesos, con crueldad, como en las peores pedagogías, enseñó con sangre. Para justificar al general, o para justificar su propio comportamiento, la llamada izquierda peronista apeló en su momento a la Teoría del Cerco: el problema no es Perón sino quienes lo tienen atrapado. El drama es su esposa Isabel, López Rega… Perón es de los nuestros. El problema no es él. Caro se terminó pagando el autoengaño.
Los actores que rodean a los jefes políticos algo dicen acerca de la naturaleza de sus proyectos. A la Presidenta de la Nación la sostienen, básicamente, dirigentes que bien lejos están de las inspiraciones legitimadoras pero (en términos de política real) poco influyentes de Carta Abierta. A la Presidenta la sostiene un conservador como Daniel Scioli. A la Presidenta la sostiene un sindicalista ortodoxo como Moyano. ¿Los Scioli y los Moyano están allí para disimular? ¿O los Scioli y los Moyano son el proyecto kirchnerista, además de sus respaldos más notorios? Con relación al peronismo, la izquierda suele confundir deseos y realidad. Por suerte, para la izquierda y para el conjunto de la sociedad, las cosas ya no se resuelven en la Argentina con el nivel de violencia política de décadas anteriores. Las decepciones afloran de otro modo.
Desentrañar la identidad del peronismo, o sus múltiples identidades, es un ejercicio inútil. El peronismo, topadora, o los peronismos, topadoras, avanzan sin reparar en purismos. La realidad más cercana, la política de Entre Ríos, exhibe algunos botones de muestra. El urribarrismo y el bustismo, los dos polos de un enfrentamiento aparentemente irreductible, se sitúan lejos de cualquier pretensión de pureza conceptual.
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