Lo que puede un hombre

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La debilidad de los partidos políticos

Es como si la historia los hubiese convocado. Cada uno de ellos, desde una personalidad sobresaliente, marcó su tiempo pero además dejó una huella profunda. No es tan evidente que vaya a ocurrir lo mismo con Kirchner, cuya hegemonía asoma como circunstancial. Su liderazgo, más accidental. Su ubicación en la primerísima fila de la historia, dudosa.

Las interpretaciones en contrario suenan influidas por expresiones altisonantes como las que suceden a la emoción reciente. La idea del mito, tan explorada en el último mes, cuenta con el envión interesado de quienes, cultivando el ditirambo, se solazan con exageraciones del tipo: “Néstor dio la vida por el proyecto”. Son entendibles en el terreno de la conmoción post mortem (y en el de la propaganda vulgar) pero insustanciales para la conformación del juicio histórico. Es un apresuramiento del que se hace necesario huir. Eso de ningún modo supone una subestimación del peso personal de Kirchner en la coyuntura. Muy por el contrario: se murió y armó un lío de proporciones que subraya la precariedad del sistema político. Falleció un hombre y todo debe empezar de nuevo. Todo se trastoca. Es sencillamente impresionante. Llama la atención, precisamente, porque su envergadura personal es menor a la de otros líderes o caudillos populares. Pero se explica desde la fragilidad de las estructuras partidarias. Es una mala noticia.

Los estudiosos de la globalización afirmaron en su momento que la degradación de los partidos políticos era una característica propia del momento. Está en crisis ahora el tenor liberal de la era, mas las organizaciones políticas permanecen devaluadas. Sólo la subestimación de la herramienta partidaria explica que la desaparición física de un hombre modifique tanto un cuadro de situación. Es que el sistema no es tal. La magnitud del problema tiene que ver, justamente, con que anda faltando un sistema que trabaje adecuadamente. Las cosas siempre marcharán mejor si funcionan conforme un sistema y no según el criterio de una persona. Es un serio inconveniente. Se muere Kirchner y, pese a lo que indicaría la lógica, entra en crisis lo no kirchnerista.

Sin ser inocua, ni mucho menos, la sucesión de Kirchner no le ha presentado al oficialismo tantísimos problemas y no sólo porque su viuda es la jefa de Estado. El poder de Kirchner no devenía de su carácter de titular del Partido Justicialista. Kirchner jamás ganó una elección interna que lo invistiera de esa condición. Sólo apreció el aparato partidario en determinado momento –con idas y vueltas, además–, luego de los tropezones de su intento transversal. Su jefatura partidaria no lidió con oposiciones, elecciones, congresos ni deliberaciones. Se reivindica la política pero la política que se reivindica hoy, curiosamente, abomina de los partidos. La militancia de la que tanto se habla no delibera. No enjuicia a los funcionarios, no somete nada a discusión, no pierde energía en debates. Identificada con el gobierno, hace seguidismo. Es una versión empobrecida de la verdadera militancia, la que no se somete tan dócilmente a los dictados del poder, aún cuando comulgue con él. En vida de Kirchner las decisiones del oficialismo eran tomadas por cuatro o cinco individuos. No hay motivo para pensar que las cosas cambiarán ahora. El procedimiento resultará más o menos eficaz pero siempre distará de ser una dinámica propia de un partido político.

Lo no kirchnerista –sobre todo el justicialismo disidente– sí que entró en pánico. Se suele explicar el fenómeno con la idea de que el Peronismo Federal justificaba su existencia en el rechazo cerrado al líder. Allí residía su razón de ser y sin el enemigo es natural que se deteriore. Es un modo de ver las cosas. Pero, sea como fuere, la presunta dispersión del Peronismo Federal no sólo habla mal de él: también dice mucho del mismo kirchnerismo. ¿Kirchner era Kirchner, la cabeza de un espacio, un señor que mandaba, o representaba algo más? ¿Era el jefe de un proyecto político acabado? Si Kirchner fue solamente Kirchner, el circunstancial conductor de una fracción, y no el jefe de un proyecto político de sólidos fundamentos ideológicos, se explica que tras el deceso sus adversarios justicialistas hayan variado drásticamente su posicionamiento. En ese caso ni siquiera es un disparate el retorno a la estructura que abandonaron porque la controlaba el hombre que acaba de morir. No es un disparate ni aún cuando ahora la controlen los seguidores del fallecido ex Presidente.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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