Izquierda, alfonsinismo y kirchnerismo

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Sobre observaciones formuladas a una columna anterior

Antonio Tardelli

Tiene lógica el planteo de Ferrando. El problema es su punto de partida: la decadente Escala Verbitsky de Valores. A esta altura Verbitsky sólo puede ser referencia para quienes identifiquen periodismo con propaganda, o para quienes piensen que el ejercicio de la profesión es compatible con el consecuente rol de estigmatizar (desde el poder, o sea, lanzando puñetes de arriba hacia abajo) a quienes critican al gobierno. El kirchnerismo –por otra parte nada original–incurre en esa práctica comunicacional autoritaria, de tintes fascistas.

No era comparar la etapa alfonsinista con la era kirchnerista el objetivo del artículo que Ferrando comenta. Sí el de de reflexionar (valga la reiteración) acerca de las caracterizaciones ideológicas, o sea, el modo en que los actores políticos se conciben a sí mismos y ubican en consecuencia a los demás. La paradoja que importaba subrayar era que el alfonsinismo, sin presumir de izquierda, fue un fenómeno político que desde el gobierno exhibió políticas más progresistas que las que hoy aplica el kirchnerismo, comprobación que a esta altura de la historia únicamente es útil para detenerse en las exageraciones (y, ¿por qué no?, en la mezquindad) de los panegiristas del actual gobierno. En ese plano, la referencia al proyecto de Ley de Reordenamiento Sindical, iniciativa alfonsinista frustrada en los ochenta por obra y arte del peronismo y la burocracia gremial, no era más que un ejemplo útil a los efectos del ejercicio. Ese intento no es por sí mismo, en efecto, prueba concluyente de nada.

Es que las comparaciones deben ser globales, no parciales. No son absolutas si se limitan a un solo aspecto, aún cuando se trate del campo de los derechos humanos, donde el alfonsinismo –a diferencia de lo que deja entrever el colega– adquiere una significación histórica mucho más evidente. Según observa Ferrando, es allí donde se expresa la voluntad transgresora del kirchnerismo. Sostiene que Alfonsín, en cambio, “juzgó a los comandantes y perdonó al Proceso”, temeraria conclusión que extrae de la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida efectivamente aprobadas durante su gobierno. La magnitud de la batalla que libró Alfonsín se expresa, justamente, en lo resonante de tales reveses. Pero derrota no es lo mismo que claudicación. O capitulación (el progresismo de los Kirchner, sobre todo en los noventa, sabe de esas cosas). Aparece aquí, por primera vez, la distinción entre intentos y realizaciones que tanto preocupa a Ferrando y que se configura, desde su óptica, en el territorio donde el oficialismo acumula una ventaja indescontable.

Sucede que la envergadura de los intentos es la medida de la ética que los impulsa. Alfonsín fue parcialmente derrotado por una poderosa corporación militar que, bueno es recordar, dispuso de desvergonzadas complicidades en buena parte del espectro partidario opositor (“el mejor gobierno de la historia”, según Kirchner, o sea, el de Menem, indultaría luego a los genocidas). Pero veinte años después (¡veinte años después!), con los represores convertidos en sujetos políticamente inofensivos, despreciados por el grueso de la población, que ya saldó culturalmente la batalla en torno de la interpretación de la dictadura, retomar los juicios y descolgar cuadros (ambas cosas valiosas) no constituye, respetuosamente, una epopeya tan corajuda como para desatar admiración tan grande de parte de los intelectuales de Carta Abierta que dan letra al aparato propagandístico oficial.

Es llamativo que, aterrizando en la política desde las plumas y desde Laclau, haya sido el senador Nito Artaza quien entregara una conclusión tan redonda al respecto: “¡Qué fácil es sobreactuar los derechos humanos y tocar a los leones con una varilla en el zoológico, cuando Alfonsín los fue a buscar a la selva”. Anda flojita la academia si sus argumentos son rebatidos desde la implacable cientificidad del teatro de revistas. El kirchnerismo, sin darse por enterado del ejemplo mundial que ofreció la Argentina de Alfonsín, pidió perdón por la inacción de la democracia en la materia. Hay que carecer de grandeza, realmente, para animarse a tanto.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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