Los Gill, más desaparecidos que nunca

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Buscan bajo tierra a la pareja campesina y sus cuatro hijos

Daniel Tirso Fiorotto (Especial para ANÁLISIS)

El juez de Nogoyá Sebastián Gallino reanudará esta semana la búsqueda de la familia entrerriana Gill Gallego, desaparecida hace ocho años. Expertos provistos de equipos especiales lo acompañarán para investigar en parcelas aledañas a La Candelaria, el establecimiento cercano a la ciudad de Viale donde José Rubén Gill, El Mencho, trabajaba de peón.

Los familiares de Paraná y Nogoyá volvieron a hacerse expectativas, aún concientes de que esos trabajos se realizarán siguiendo la peor de todas las hipótesis: el asesinato múltiple. Buscarán, entonces, los cuerpos de José Rubén Mencho Gill, su esposa, Norma Margarita Gallego, y los cuatro hijos de la pareja: María Ofelia, Osvaldo José, Sofía Margarita y Carlos Daniel Gill.

¿Dónde? No hay que olvidar que la zona fue habitada, décadas atrás, y hay taperas y pozos abandonados a los cuatro vientos. Algunos, muy profundos.
Para los pesquisas es probable que los cuatro chicos y sus padres se encuentren viviendo en algún país vecino, incluso en alguna provincia argentina, lo que demostraría la precariedad de los sistemas de búsqueda de paraderos y reconocimiento de la identidad. También es probable que hayan fallecido en un accidente, como les ocurrió este año a los Pomar, o que los Gill Gallego fueran víctimas de un crimen.

A los familiares, en cambio, les cuesta creer que el matrimonio o alguno de sus hijos no se hayan comunicado por alguna vía con uno de ellos en estos ocho años y nueve meses. Entonces, los imaginan muertos.
Otto Gill, hermano del desaparecido José Rubén Gill, vivió estos años con gran pena por no haber dado con la familia y falleció el pasado 2 de setiembre en Paraná.

Quedan otros hermanos en Paraná, Osvaldo, Ofelia y Luisa Gill. La sobrina de Mencho, Carina, a diferencia de sus primeras apariciones con gesto esperanzado, alentando a su tío Otto, hoy admite que perdió la confianza en la Justicia, en los gobiernos. Ya no les cree, y siente que la tristeza empujó a Otto a la tumba.

Todo para atrás

La muerte de Otto Gill el mes pasado, a los 71 años, sonó a derrota, como casi todo en este caso extrañísimo. La demora en la denuncia inicial, la pesadez de la Justicia para iniciar rastrillajes, todo ha conspirado contra el esclarecimiento. Los exámenes de las pruebas obtenidas en las pericias realizadas durante 2009, sobre rastros de sangre, insectos y otros elementos, siguen demorados y todavía se desconocen los resultados. Los gobiernos no deciden una recompensa, como pidieron los hermanos de los desaparecidos, para alentar a las personas que puedan poseer algún dato que ayude a la búsqueda. Así, las leves pistas se van diluyendo, una tras otra.

Pero la causa no está cerrada. Fuentes allegadas a la investigación adelantaron a ANALISIS que esta semana el juez Sebastián Gallino se hará presente con expertos y equipos especiales en un campo aledaño a La Candelaria para iniciar otra búsqueda, bajo tierra. ¿Pero cómo es posible que de enero de 2002 a octubre de 2010 aún queden rincones sin explorar en los parajes de Crucesitas Séptima, donde vivieron los Gill? Una incógnita, pero es así.

Tal vez los cuerpos estén allí, en algún lugar, desde los tiempos en que Eduardo Duhalde prometía pagar dólares por dólares, y ya en la segunda semana de mandato interino se iba dando cuenta de la metida de pata. Los tiempos en que Sergio Montiel intentaba levantar cabeza, tras la furia de diciembre de 2001, abrumado por los conflictos que generaban los atrasos de los sueldos públicos. Eso era enero de 2002, habían pasado varios Presidentes en pocas semanas, y empezaba a apagarse el grito “que se vayan todos” que ganó las calles en los últimos días de Fernando de la Rúa. Muchos vecinos piensan eso, y los familiares también. Pero a la hora de explicar por qué, no hay razones.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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