Antonio Tardelli
¿Cuánto influyen los perfiles personales? ¿Qué tan trascendentes son? ¿Merecen alguna atención o únicamente importan los procesos, las constantes históricas, los climas de época? ¿Interesan las personas o interesan las políticas? ¿Los individuos definen las acciones o son circunstanciales ejecutores de destinos predeterminados? Es difícil de imaginar el peronismo sin la impronta de Perón, la reinstauración conservadora de los noventa sin la desfachatez de Menem o la explosión del régimen neoliberal sin la abulia de De la Rúa. Pero también se puede pensar que las cosas que sucedieron durante el peronismo pudieron haber sucedido sin Perón y que lo neoliberal pudo haberse materializado de modo parecido sin el divertido Menem ni el aburrido De la Rúa. También es evidente que cada personalidad ha contribuido en algo para que pasara lo que finalmente pasó. En definitiva, porque sus actos, sus sellos individuales, aportan a la configuración de los momentos. Vaya uno a saber cuánto, pero las personalidades gravitan. Es probable que ahora, en la era de la imagen, sean mucho más determinantes que en el pasado.
La Presidenta no era así. Antes no era como hoy es. Algo aconteció. Alguna circunstancia la modificó. Redefinió su imagen. La alteró. Se ve distinta. Irradia hoy la Presidenta cosas que no antes. Algunos de sus biógrafos hablan de una mutación, de cambios planificados. Un libro de Silvina Walger, la autora de “Pizza con champán”, una recordada pintura del menemismo, da cuenta, desde su título nomás, de la evolución personal. El texto se llama: “Cristina. De legisladora combativa a Presidenta Fashion”. De una cosa a otra: hubo allí un cambio. Pero el asunto no es si en los noventa CFK aplaudió lo esencial de la política neoconservadora para convertirse hoy en su impugnadora número uno. Se trata de las formas, de los modales, de –si se quiere– lo superficial. Sí: superficial es la palabra mejor.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)