Antonio Tardelli
Sabían que para casi todo el mundo sería mucho más directo forjarse una impresión de lo sucedido leyendo cuatro frases pintadas en los muros que sumergiéndose en las carillas que contienen las conclusiones de los debates que este fin de semana tuvieron a Paraná como escenario. Lo que prevalece en su comportamiento es la idea de la provocación transgresora. Toda inscripción urbana referida al clítoris o al aborto sacudirá desagradablemente a las conciencias moderadas. Pero salvo que se piense que el ruido aporta, que el previsible rechazo –ya a la forma, ya al fondo– contribuye a una polarización a la larga provechosa, lo que prima es la satisfacción individual de la expresión libre, tal vez individualista, de seguro egoísta, por sobre la más esforzada construcción por el camino del consenso.
Las pintadas, sobre todo en lo formal, constituyen un error. Y lo formal es un pretexto inmejorable para quienes cuestionan el fondo. En ese terreno, importa nada si las leyendas son políticamente correctas o políticamente incorrectas. No se trata de onanismo político. Lo que predomina es la incontestable certeza de que, para los objetivos que se persiguen, han sido políticamente contraproducentes.
Todo es, en fin, de una enorme injusticia. Es impensable que se convoque o se asista a una deliberación de veinte mil mujeres desde un patrón autoritario. Más: la controvertida decisión de que en los talleres no se votara, sino que se buscaran acuerdos, o en todo caso se expresaran las disidencias, sin que una compulsa lo defina todo, habla de un espíritu que convierte en doblemente discordante el pensamiento prepotente de quienes a base de aerosol adquirieron notable relevancia.
Se dirá que es inevitable. Que son los ruidos inherentes a una convocatoria de esta naturaleza. O se estará chocho de la vida con las leyendas descalificantes o las opciones de hierro, definitivas –muy acordes con el tiempo político de la Argentina–, que se pudieron escuchar en la multitudinaria reunión. Notable: los movimientos de resistencia reproducen cierta lógica de lo establecido, cierto criterio maniqueo: cielo o infierno, Dios o demonio.
Las pintadas, sean una síntesis acabada, sean la malversación del criterio mayoritario, lo expresan de modo indubitable, con la lógica de la consigna, lógica que empobrece, distante del sentido de un debate que se presume productivo. “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”, se cantó. Y la Iglesia, sí, es la dictadura. No cabe duda, Pero es, también, más que eso. Es, además, monseñor Angelelli y las monjas francesas. La Iglesia es más que la dictadura como el PC es más que su apoyo a los militares o el PCR más que su simpatía por López Rega.
(Más información en la edición gráfica de ANÁLISIS de esta semana)