Antonio Tardelli
La estrategia del ballotagge, del mano a mano, acarrea riesgos. Para dividir en dos hay que ser tajante, definitivo. Las distinciones deben aflorar con nitidez. Hay que ser lo suficientemente rotundo como para dejar afuera del espacio propio lo que se prefiere enemigo. En eso el kirchnerismo ha sido hábil, tanto como que su identidad deviene más de la negación de determinados actores que de la afirmación de sus propias cualidades. No les falta razón a quienes afirman que lo más atractivo del espacio oficialista es que algunos de sus enemigos son redondamente impresentables. El problema es cuando la estrategia se desboca y se gobierna a sí misma. Ese punto parece haber llegado. La Madre Hebe es la manifestación más grosera del desmadre. Pero no es la única exteriorización del extravío.
La mismísima Presidenta de la Nación, twitteando imprudentes tonteras sobre expedientes en trámite, expresa el derrape oficial en términos de su hasta ahora exitosa estrategia, la de construir poder desde el enfrentamiento con sujetos socialmente descalificados. Algunas de las polarizaciones adquieren hoy un cariz tan pueril que se tornan ineficaces. Se plantean de modo tan inconsistente que resultan un atentado contra cualquier inteligencia entrenada. Los alcances de la actual escalada retórica pueden empezar a restarle al gobierno en la misma proporción en que antes le sumaron. Abominando de las sutilezas, el oficialismo
comienza a equivocar modales, a espantar aliados, a errar en la selección de los enemigos. Su tiempo se acorta y sus acciones se aceleran. Una cosa está ligada a la otra. El vértigo puede ser la exteriorización de un temor.
El credo kirchnerista, muy bullanguero y poco conducente, se hace cada más entusiasta entre los partidarios pero seduce menos a los extraños. El núcleo duro del oficialismo refuerza sus tics y sus consignas, pero la ecuación costo-beneficio es cada vez más desventajosa: pocos muy convencidos frente a muchos que, probables simpatizantes, dudan o se alejan. Es que el kirchnerismo fue atractivo para algunos, y tolerable para otros, en la medida en que las variantes opositoras aparecían desdibujadas y sin capacidad para generar una expectativa de poder. Pero 2011 es mañana, el oficialismo renguea tras su derrota de 2009 y la oposición se anima a creer en sus chances. Ha llegado el momento en el que el gobierno precisa algo más que maquillaje.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)