Antonio Tardelli
En el contexto de la división principal, la que coloca de un lado al gobernador Sergio Urribarri y del otro a su antecesor Jorge Busti, se instalaron algunas cuestiones que rozan el estructural problema de la distribución de los fondos coparticipables y el modelo de Estado que ello supone. No deberían abrigarse grandes esperanzas de que la polémica en torno de los niveles de autonomía del poder político en Entre Ríos conduzca a definiciones pasibles de ser materializadas. Para reformular el sistema federal argentino hace falta más que la voluntad de una sola provincia pero de todos modos es una buena señal que en Entre Ríos se hable de ello en voz alta. Al margen de la imposibilidad real, también cabe la sospecha de que las disímiles estrategias que se exponen como lo mejor para Entre Ríos sólo sean, en realidad, un pretexto para la diferenciación. Busti y los suyos, por ejemplo su ex ministro de Economía, Marcelo Casaretto, se presentan así como la opción menos atada a los designios porteños.
Los seduce colocar a Urribarri en la postura de gobernador claudicante. Se atreven a internarse en el asunto pese a sus conocidas afinidades noventistas con los mediterráneos de Domingo Cavallo, que no eran justamente los sucesores de los caudillos del Siglo XIX. Pero la política argentina, en ese sentido, concede permisos a todo el mundo. Exponentes de aquel proceso también fueron muchos políticos y técnicos que están hoy al servicio del proyecto que se declara progresista.
Bien plantea Casaretto, al incursionar en el problema de la coparticipación, que lo que verdaderamente importa es el índice de distribución primaria, proporción que en los últimos años se ha alterado de modo ostensiblemente perjudicial para los provincias. Las supuestas ventajas que recoge Entre Ríos en el actual esquema sólo tienen que ver con la distribución secundaria, lo que equivale a decir que se trata de una de las provincias menos perjudicadas. Aún en ese caso se trata de una victoria a lo Pirro, por lo que una verdadera postura federal lleva necesariamente a exigir la discusión del corazón del problema. Es notable cómo, tal vez al margen de la voluntad de sus protagonistas, la discusión sobre tópicos institucionales remite finalmente al plano de las descalificaciones y chicanas en el que también ha ingresado la disputa Urribarri-Busti.
Es que, desde el peronismo oficialista, Urribarri alega que su cercanía con los Kirchner, esto es, con el poder central, le permite juntarse con fondos que de otro modo no llegarían a Entre Ríos. Lo plantea textualmente así: “Está en la inteligencia y la eficacia de los gobernadores conseguir los recursos”. Lo que Urribarri alega en este terreno es idéntico a lo que Busti respondía cuando, estando al frente de la Casa Gris, lo acusaban de ser servil a los dictados menemistas. Hablaba entonces del “federalismo inteligente”. O sea que, para responder los reproches, el Urribarri de hoy usa las ropas del Busti de ayer. Si para salir al cruce de las críticas Urribarri se viste de Busti, y Busti y los suyos disparan hoy con los argumentos que antes desestimaban, ¿cómo creer en la sinceridad y la firmeza de las respectivas posiciones? Urribarri puntualiza que Busti es zigzagueante y los bustistas le responden que más zigzagueante será él, o los Kirchner, o su tía, pero en el fondo el único problema real en este lío acontece cuando los sinuosos caminos se cruzan y el espacio alcanza para uno solo. Urribarri y Busti saben de qué hablan porque compartieron ruta durante mucho tiempo, tanto que no deja de sorprender la violencia de sus encontronazos.
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