Antonio Tardelli
Un ejemplo: es más razonable que las aspiraciones de quienes históricamente militaron en organizaciones defensoras de los derechos humanos se materialicen en virtud de su incorporación a un colectivo con el que se comulga desde el vamos y no por la rareza de que a un recién llegado al poder le asalten repentinas inclinaciones por la verdad y la justicia. Se dirá: importa lo que el gobernante hace en el presente y no lo qué hizo o dejó de hacer antes. Es una opción. El problema es que de ese modo se invalida –o se castiga– a los intentos más serios, esforzados y coherentes.
Una de las trampas del presente es que induce a pensar que el azar puede depositar en el poder institucional a un tipo que tal vez en las alturas descubra su comunión con las causas mejores.
Hay mucho pragmatismo en la era kirchnerista. Es un pragmatismo diferente del que imperaba durante el menemismo, que en la aplicación de sus políticas renegaba de todo cuanto no fuera cálculo cortoplacista. Ahora hay un pragmatismo que se manifiesta en las terceras líneas, o en el acompañamiento de ciertos intelectuales, o en el apoyo de los progresistas que se excitan cuando el poder les susurra al oído proposiciones simpáticas. El razonamiento funciona así: “Sabemos lo que son los Kirchner, pero ahora dicen y hacen esto. No son del palo, es cierto, pero juegan para nuestro equipo. Y hasta nos conceden ciertos lugares de poder”. Quien acepta el contrato valora la (supuesta) meta y no el recorrido. Se prioriza el (presunto) resultado y no los antecedentes. Así concebida, la política es el imperio de la timba: a ver cómo son los que llegaron. Cada turno es un descubrimiento. En una de ésas –que así sea– piensan parecido a nosotros.
Es innecesario advertir acerca de los riesgos que conlleva semejante apuesta. El compromiso de los poderosos con los grandes objetivos puede desaparecer tan rápidamente como apareció. La ilusión se esfuma, los humos se desvanecen, el poder se diluye. Otro riesgo –si la primera amenaza no se concreta– es que el saldo final sea tan penoso que el comportamiento de los recién llegados le habrá infligido a la causa un daño que ni siquiera sus peores enemigos. La bandera se deposita en manos equivocadas. Pierdan la batalla los testaferros.
Lo que en general vale para el kirchnerismo también le cabe al variopinto bloque no oficialista. Por fuera de la disputa central por el control del Parlamento, primero en Diputados y luego en la cámara alta, y con una repercusión mediática infinitamente menor, los opositores obtuvieron en el Senado un dictamen favorable al cambio en la distribución de los fondos que genera el Impuesto al Cheque. Se trata de un tributo que sólo es coparticipable en un 30 por ciento, por lo que en sí mismo es un ejemplo de la inequitativa relación entre el poder central y las provincias. Cómo se financia el Estado –quiénes deben pagar tributos y en qué proporción– y quién y cómo y en beneficio de qué sectores se administran los recursos, responde las principales preguntas acerca de la naturaleza de cualquier poder político. La heterogénea oposición acaba de colar un significativo elemento de interés público en medio de su furiosa cruzada antikirchnerista.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)