D. E.
Nadie se mete con ellos. Nadie se quiere meter. Siempre es más fácil lograr buenos precios o directamente beneficios, a cambio de mirar para otro lado. “¿Cuántos colectivos querés que te mandemos: 10, 20, 50? ¿Te alcanza con eso?”, preguntan esos empresarios sin límites. A ese funcionario, a ese hombre del poder, siempre se le dibuja una sonrisa a la hora de informar “lo que consiguió” con alguno de ellos, cuando le va a informar a su jefe. Mientras tanto, ellos siguen avanzando. Primero fueron cinco empresas, diez, veinte, cincuenta, cien o lo que fuera. Nadie puede informar, a ciencia exacta, el número real, porque cada tanto se incorporan otras empresas de transporte, ahogadas por deudas, por extorsiones, por jugadas sucias, por aprietes. Así funciona el esquema, al amparo del poder de turno y de una oposición espectadora, en su mullido sillón, preocupada siempre por internas absurdas, pero no por temas que hacen a la historia de esta provincia o de este país.
Nada estuvo librado al azar. Todo estuvo enmarcado en un plan perverso, a costa de cientos de miles de despedidos del ferrocarril (ese mismo que ahora se busca reactivar), del ahogo a empresas familiares, del ingreso de dinero sucio proveniente de la corrupción o los grandes negociados y del apropiamiento de esas firmas de transporte que se fueron trasladando de generación en generación. Nada importó; ni la impotencia de familias históricas que tuvieron que relegar el trabajo de toda una vida, ni las muertes que, día a día, van poblando nuestras rutas argentinas. El negocio venía atado con las empresas del neumático, automotrices, peajes y había que llenar de autos, camiones, micros, las rutas y calles argentinas. Eso fue lo que sucedió con el cierre de los ramales ferroviarios a principios de los ‘90, a poco de desembarcar Carlos Menem en su primera Presidencia de la Nación. Y casi 20 años después no es extraño que la figura de su hermano, el ahora ex senador nacional Eduardo Menem (PJ-La Rioja), aparezca con su coqueto estudio jurídico porteño, detrás de cada una de las operaciones comerciales, donde el grupo Flecha Bus siempre termina quedándose con una empresa de colectivos. Que pocos lo quieran ver -porque este semanario ya había denunciado tal situación en marzo de 2005, aunque las notas sobre el extraño crecimiento del grupo datan de principios de los ‘90- es otra cuestión, pero muchas veces las casualidades no existen.
Desde los inicios de esa década infame -o sea, casi coincidiendo con el cierre de los ferrocarriles en nuestro país-, comenzó a crecer de manera asombrosa la pequeña firma que llevaban adelante los integrantes de la familia Derudder, oriundos de Colón. O sea, la misma ciudad donde, en esa misma época, hubo fuertes inversiones en tierras de parte de estrechos colaboradores del menemismo, como el caso del ex director nacional del Registro de la Propiedad del Automotor, Mariano Durand, quien llegó a gastar más de 4 millones de dólares en hectáreas entrerrianas, adquiridas en los departamentos Colón y Uruguay, aunque los productores de la zona siempre señalaron que la cifra era dos veces superior. Durand siempre fue considerado como un hombre de buena relación con el ex senador nacional Eduardo Menem (PJ) y el ex secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan. O también se pueden recordar los movimientos que, durante esos tiempos, tenían allí la ex cuñada del jefe de Estado, Amira Yoma, y su entonces esposo Ibrahim al Ibrahim, ligados al negocio del narcotráfico.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)