Antonio Tardelli
Aquella frontera, simplista y manipuladora, que ubicaba de un lado a los oficialistas y del otro a los opositores, sin dejar espacio para los grises, sigue siendo la madre de muchas confusiones. Mal que le pese al gobierno, su gestión no es tan progresista y sus opositores no son tan retardatarios. A la vez, para desazón de los antikirchneristas, el gobierno alza con éxito algunas banderas históricamente reivindicadas por los espacios más proclives a la defensa de los sectores postergados. Casi nunca la verdad está en los grises, y menos en política, territorio donde las opciones suelen ser de hierro. Pero una dosis de equilibrio permitiría concluir que la lucha por el poder está cegando a unos y a otros en opciones irreconciliables que combinan resentimientos y mezquindades, a la vez que obstruyen la configuración de una oferta de componentes más nítidos, de límites menos borrosos.
Es significativo que la propuesta gubernamental, enancada en un relato de avanzada, no cuente con instancias de participación popular que reafirmen su etiqueta. Es verdad que en su política de alianzas ha incorporado a grupos de militancia reconocida y valiosa, pero no es ése, ni mucho menos, el soporte primario de la gestión presidencial. Por el contrario, en esta fase, para muchos declinante, el oficialismo privilegia sus lazos con la vieja estructura del Partido Justicialista y con el sindicalismo ortodoxo. Lo demás es construcción política tradicional, con todos los vicios conocidos en materia de clientelismo y militancia rentada.
Del otro lado, y por fuera de un análisis que se detenga finamente en la composición social del grito agropecuario, la oposición está en condiciones de presentar una articulación ligada a una movida que, como la del campo, hizo evidente las reivindicaciones rurales y la postergación que sufre el interior. La política se terminó haciendo cargo de una reivindicación legítima que fue bastante más que una expresión patronal. El modo en que los dirigentes políticos se vinculan con las demandas sociales es un parámetro para determinar quién es quién. En esa esfera lo menos que puede decirse del gobierno kirchnerista es que fue incapaz de interpretar las demandas y los planteos que su gestión potenció. Junio de 2009 es la palpable prueba.
La oposición, que ha acertado en sus primeras acciones parlamentarias pero genera un sinfín de dudas en todo lo demás, está lejos de ser un bloque homogéneo. Ello no sería malo si no fuera porque, a caballo de un antikirchnerismo acrítico, hay quienes pretenden que esa oposición tiene futuro en tanto bloque único. No hace falta ser politólogo para vaticinar que ese nuevo intento por unir lo imposible se estrellará contra el primer obstáculo que deba de enfrentar. La enunciación de cualquier fantasía en ese sentido expresa lo devaluado de la dimensión ideológica en la práctica política actual. Sucede que, en mayor o menor medida, todos los actores políticos están dispuestos a hacer concesiones. El kirchnerismo puede aceptar cuadros venidos de la ortodoxia económica o abrevar en el corpus teórico de Aldo Rico. El conglomerado antikirchnerista se siente perfectamente cómodo en las tribunas de la Sociedad Rural. ¿Es una fantasía pensar que se puede militar en política sin tanta defección? ¿Tan ilusorio será?
(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
