Cuando se hace referencia a las adicciones en los jóvenes y adolescentes se suele pensar inmediatamente en las drogas ilegales, tales como la cocaína y la marihuana, como si fueran éstas las de mayor consumo y las principales sustancias psicoactivas a combatir. Sin embargo, según datos obtenidos por la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) en centros de rehabilitación de todo el país, el 43,8 por ciento de los pacientes se inició con el alcohol, habiéndolo hecho en un 45,1 por ciento de los casos antes de los 15 años. Junto con el tabaco -que se encontró como droga de inicio en el 27,1 por ciento de los pacientes- se instituye en la puerta de entrada a un fenómeno que crece: el policonsumo, esto es, el consumo simultáneo de dos o más sustancias. Los expertos coinciden en que la aceptación social, los hábitos familiares y la legalidad favorecen a que no se considere su abuso una enfermedad y, en consecuencia, la necesidad de tratamiento. Si bien desde la década del 90 los distintos gobiernos –nacionales, provinciales y municipales- aseguraron asumir con responsabilidad esta problemática, los esfuerzos por prevenir y tratar las adicciones no han sido suficientes. Las últimas estadísticas tienen dos años de antigüedad y los centros de rehabilitación son pocos y privados, por lo que el abuso y la dependencia de drogas legales e ilegales continúa siendo una materia pendiente para funcionarios y legisladores.
J. A.
(Especial para ANALISIS)
Luces incandescentes iluminaban la multiplicidad de cuerpos que se desparramaban entre colillas de cigarrillos, melón con bebida estimulante –mal llamada energizante-, fernet, variedad de vinos, vodka con jugo de naranja y agua mineral -como resabio de la compañía del éxtasis-. Las faldas ondulantes, los pantalones al cuerpo, los collares, los rulos, los jeans al descuido, cada uno de los elementos sonreía. El lugar estaba repleto de cuerpos que se movían en cámara lenta -a veces eso era decir poco- simulando pinturas expresionistas que era imposible descifrar. Cuerpos que bailaban y disfrutaban de una música monótona, repetitiva, casi previsible con algo de conocimiento musical. Un paso aquí, otro allá, repitiéndose al igual que aquello que los provocaba. A veces había cierto cambio de velocidad, casi imperceptible. Otras, era igual del principio al fin. Era imposible quitar esa imagen de la retina luego de haberla visto durante sólo un par de segundos. La música era una droga –una más entre tantas- a la cual no se podía eludir.
Eran cuerpos que simulaban lo que no tenían ni eran, danzantes, despojados, flexibles, que se retorcían -de manera casi antinatural- frente a la indiferencia de otro. Cada uno mostraba su máscara preferida, la que quería tener, la que mostraba aquello que quería ser o lo que debía ser según le decía al oído -si es que, a esa altura, eran capaz de escucharlo- su Súper Yo.
Al costado un chico de cabello enmarañado disfrutaba un cigarrillo. Lentamente abrió su boca para inhalar aquello que lo dejaba en paz, tranquilo, casi como muerto. Los cuerpos a su alrededor parecían caer uno sobre otro, paradójicamente sin tocarse, sin conciencia ni atisbo de calidad humana. El chico ahora se paraba para dirigirse al baño. Su caminar era lento, casi como si flotara.
Una mano por aquí lo saludaba, más allá un abrazo le daba la bienvenida. ¿Seguían fingiendo esos cuerpos? Algunos destellos de contacto profundo instalaron la duda pero la esencia de la escena era la misma. Sólo simulaban una aproximación, muchas veces naciente de una intención sincera que, al intentar salir de esos cuerpos, ya se transformaba en otro cuento.
Habían pasado ya 10 minutos y seguía sin aparecer. Sin dudas estaba compartiendo algo más que una conversación con algún desconocido. Cuando finalmente salió, su paso parecía ansioso y, sin embargo, había algo en él que hacía verlo en cámara lenta, aún más blando que cuando caminó hacia el baño. Flotaba como en el cielo pero con la ausencia del sol, o mejor dicho como si su presencia fuera una utopía. Fluctuaba con suavidad y violencia, extrañamente. Estaba diferente. Sin duda, a través de su nariz, había dejado algo un poco más pesado de lo que -tal vez- imaginaba. En este local las drogas ilegales eran parte del ritual a puertas cerradas.
Para algunos adolescentes, los sanitarios de ciertos locales son factibles escenarios de consumo ilegal, confesado por ellos mismos casi con naturalidad. En otros lugares, la exhibición posiblemente sea más corriente y permitida, siendo cualquier rincón apto para un lugar de despojo. En cualquier caso, el collage es el mismo: miradas perdidas, cuerpos incapaces de sentir dolor, voces apagándose junto con la conciencia.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
