Eduardo Galeano: “El premio a la coherencia es mirarse al espejo”

Edición: 
823
Reportaje exclusivo con <b>ANALISIS</b>, en Montevideo

Por Américo Schvarztman
(desde Montevideo, especial para ANALISIS)

El autor de Las venas abiertas de América Latina recibió a este cronista en el emblemático Café El Brasilero, en Montevideo, al día siguiente de ser distinguido como Primer Ciudadano Ilustre del Mercosur. Eduardo Galeano aceptó el reconocimiento pero aclaró que lo hacía en nombre de José Artigas, cuya vigencia reivindicó en ese acto y en este diálogo. El prestigioso escritor uruguayo sigue creyendo en el socialismo “porque algún nombre tenemos que ponerle a algo posible y distinto del capitalismo que envenena el agua, la tierra, el aire y el alma de la gente”. A propuesta de ANALISIS, repasó algunos temas que lo apasionan y reveló que nada le gusta más que “diagramar mis propios libros”. Autor de una obra que sigue deslumbrando, como en su nuevo trabajo Espejos, Galeano reivindica los avances y advierte sobre lo que falta. Y asegura que el único premio que vale la pena es el de poder reconocerse en el reflejo sin remordimientos.

-Usted empezó dibujando...
-Sí. En realidad tuve muchos oficios. No tuve educación formal. Tuve seis años de escuela primaria y uno de secundaria. O sea, siete años en total y de ahí en más se acabó. La educación me la dieron en estos cafés de Montevideo, que antes era la ciudad de los cafés, y ahora dejó de serlo. Éste -El Brasilero- es el último sobreviviente de toda una época. Quizás porque entonces había tiempo para perder el tiempo. Porque además estos negocios no son negocio. No son rentables, y el mundo de nuestro tiempo prohíbe lo que no es rentable. Aquí vos ves gente, tres mesas, cuatro. Uno puede pasarse 10 horas con un pocillito de café, ya me dirás. El índice de productividad lo hace incompatible con las reglas de juego del mundo moderno. Y una de mis actividades era el dibujo. Además de muchas otras.

-¿Cómo decidió que escribir sería su profesión?
-No lo decidí, me fue ocurriendo a medida que iba rebotando en todo, que iba descubriendo que era un inútil total, que había nacido para no servir para nada, no tuve más remedio que refugiarme en esto que era lo que más o menos me salía, porque en el resto fui siempre un desastre. Quise ser muchas cosas y no pude ser ninguna. Entre otras, y como buen uruguayo, quise ser jugador de fútbol. Porque todos los uruguayos queremos serlo, nacemos gritando “gol”. Y fui un patadura desde el principio, un bochorno en las canchas de mi país, y nunca pude realizarme como jugador. Después, como tuve una infancia muy mística -era muy católico de verdad, muy creyente-, quise ser santo y fui peor que como jugador de fútbol porque tenía una vida claramente inclinada al pecado. Por el lado del dibujo tampoco llegué muy lejos. A los 14 años empecé publicando caricaturas políticas en el semanario socialista El Sol, que fueron mi ingreso al periodismo, pero nunca logré dejar de sentir que la brecha que se abría entre lo que quería decir y lo que podía decir dibujando era demasiado honda y demasiado grande.

-Ese amor por el dibujo y por la plástica lo hizo buscar algunos complementos para sus narraciones que no son casuales.
-Sí, los dibujitos en los libros. Eso es porque en mi infancia me aburría mucho leer libros que no tuvieran “figuritas” y entonces me juré, de chico, que alguna vez iba a hacer un libro con “figuritas” para mi propio placer. Y entonces me di el gusto. Pasado un tiempo pude diagramar mis propios libros, que es lo que más me gusta hacer. Y armar esas páginas que suelen contener dibujos que acompañan las palabras. Me da un placer enorme. Y también los “espacios de silencio”, los espacios blancos. O sea, este triángulo de palabras, dibujos y silencios es que me gusta mucho combinarlos en los libros.

-Sigue estando el dibujante ahí...
-Seguro. Y también en lo que escribo, porque no puedo escribir nada si antes no cierro los ojos y lo veo. Para escribir algo, alguna historia que escucho o que me ocurrió. Hasta las ideas necesitan ser vistas antes de ser convertidas en palabras, si no, no me salen.

-En 1971 publicó Las venas abiertas.... Y al repasar sus trabajos, todo parece una sola gran obra que siguió trabajando a partir aquel. La pregunta es: ¿cuál es el precio de esa coherencia y cuál es el premio?
-El premio es mirarse al espejo cada día y reconocerse en ese bicho feo que el espejo te devuelve, sin remordimientos, sin pelearte contigo. Ése es el premio. Y el precio no sé qué decirte, alguno he pagado pero tampoco creas que gran cosa. Una vez le encargaron una misión difícil a un cangaceiro en Ceará... Yo esta historia la conozco de primera mano y sé que es verdad, aunque parece mentira. Muchas veces hay mentiras que dicen la verdad y verdades que mienten. Cosas raras de la vida. Y ésta es una historia verdadera. Un cangaceiro, matador profesional de Ceará, allá en el año mil novecientos veintipico, le encargan una misión muy complicada por riesgosa, y le preguntan: “¿Tem coragem? (¿tiene coraje?)”. Y él contesta, “Coragem não sei, tenho costume (Coraje no sé, tengo costumbre)”. Es eso, coraje no sé si tengo, pero costumbre sí tengo.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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