Peajes para volver

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Pasternak se bajó del colectivo y leyó los carteles pegados a las columnas rojas de la terminal. «Señor pasajero, su contribución es nuestro sueldo». Arriba le habían cruzado una franja con la tarifa: «Un peso por bulto», decía en letras grandes, aleccionadoras, como para que quedara claro que lo de contribución era un eufemismo. Pasternak tenía una afrenta personal con ese tipo de servicios que se imponían al viajante sin vehículo, el peaje para los peatones. Abridores y cerradores de puertas, maleteros, guardianes de baños públicos, una moneda en cada parada para evitar el insulto. Los gremios vinculados al transporte representaban, por definición, el mayor conglomerado de facismo popular del país, y tenían la capacidad de imponer no sólo sus servicios sino también su estado de ánimo y sus visiones de la realidad.

A pesar de su estado de somnolencia, había cierto registro de la mugre en las paredes, cierto color uniforme en el rostro de la gente, cierto gesto de fastidio anticipado en cada movimiento a su alrededor, que le indicaban que estaba otra vez en Ciudad Paisaje; La biografía irrelevante de Pasternak estaba marcada por la cantidad de veces que había bajado en la misma terminal, y había repetido los mismos gestos, y había pensado los mismos pensamientos al llegar a ese lugar. La llegada a Ciudad Paisaje siempre estaba marcada por la repetición.

Había partido dos días atrás hacia la Villa Francesa, en el interior de la provincia, para participar de un asado con cuero de tamaño descomunal que se hacía con la excusa de un cumpleaños de 90. Su rutina de viaje siempre se guiaba por las mismas certezas simples: los diálogos son innecesarios, las películas malas; la abstracción es el modo más acertado de superar cómodamente el traslado en colectivo de un lugar a otro. El viaje siempre es una especie de encierro voluntario, y cualquier distracción eficaz siempre resulta bienvenida. En este caso, a la media hora de la partida, el punto de fuga apareció cuando se prendieron los televisores: la película elegida era tan superficial, tan manifiestamente liviana, que permitía sumergirse en la historia y dejar descansar la conciencia, la especulación inútil, en la trama de un enfrentamiento épico, falso, coronado de efectos asombrosos y sin pretensiones, de un grupo de mutantes humanos con poderes especiales contra los humanos comunes y corrientes.

(La nota completa se publica en la edición gráfica de ANALISIS)

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