Juan Damián Capdevila (*)
En homenaje a quien fuera gobernador de la provincia de Entre Ríos, una comisión, a través de una suscripción popular, erigió un importante monumento al doctor Enrique Carbó. La inauguración se realizó el 12 de octubre de 1929. Es nada más ni nada menos que una obra del famoso escultor José Fioravanti.
La obra se encuentra emplazada en la plaza que lleva su mismo nombre, ubicada atrás de la Casa de Gobierno, sobre una de las avenidas más bellas de la ciudad que, siguiendo un extraño federalismo, dejó de llamarse Alameda de la Federación y pasó a denominarse Rivadavia, el mayor defensor del centralismo porteño.
El conjunto monumental tiene el siguiente significado: El Saber, que culmina el monumento: un hombre de formas sobrias y acción serena en actitud pensante. La Probidad, a un lado, en figura de mujer cubierta desde su cabeza, dejando libre la expresión tranquila de su rostro, con la mano derecha en alto en un gesto de religiosa imponencia. Al otro lado, La Firmeza, en un hombre fuerte, que empuña un cetro de roble en su diestra y en cuyo continente, sin violencias y sin gestos, impasible y severo, se advierte la voluntad irreductible. Al frente, la figura de Carbó, como en aquellas viejas medallas de Roma, que muestran a través de los siglos la efigie recortada de un cónsul ilustre. Está escrita la frase: “El pueblo a Enrique Carbó”, breve y sintética dice aquí la verdad: el pueblo quiso el homenaje y lo dispuso, y 31.000 contribuyentes de toda clase y de todo credo político, desde el primer mandatario el doctor Miguel Laurencena, hasta el más humilde obrero.
Escribió el diario El Tiempo sobre el acto de emplazamiento de la obra: “La inauguración del monumento al doctor Enrique Carbó, que hoy ha de realizarse, levantado mediante el esfuerzo del pueblo de la provincia, que en una rara conjunción de sus corrientes de opiniones más opuestas y de sus actividades más diversas, ha querido perpetuar en el bronce imperecedero el recuerdo de las nobles virtudes públicas y privadas de aquel gran ciudadano, y la austeridad ejemplar de uno de sus grandes gobernantes, suscita en nosotros un sentimiento de viva simpatía”.
Hoy, esa obra que fue el orgullo de Entre Ríos está prácticamente olvidada, tanto por la ciudadanía como por las autoridades. Se ha convertido en una pista de patinetas y bicicletas, en un lugar donde se expresan a través de la pintura en aerosol (rara forma de expresarse). Después no nos quejemos de las cosas que nos pasan, justamente don Enrique Carbó que fue el promotor del ferrocarril que unía Paraná con Buenos Aires, porque sabía de la importancia que tenía esa vía de comunicación; también impulsó la creación de un nuevo puerto para la ciudad, para que nuestra provincia pudiese exportar su producción al mundo, actualmente desactivados y totalmente abandonados.
Esperemos que el monumento a don Enrique, que fue financiado por muchos entrerrianos que con esfuerzo hicieron su aporte, no se pierda en el olvido y vuelva a tener el mismo brillo que tenía en 1929, justamente pocos meses antes de que nuestro país perdiera su democracia y se iniciara un período de recurrentes golpes de Estado. No olvidemos nuestra historia y a nuestros hombres, para así poder pensar en un futuro un poco mejor.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
