D. E.
Desde muy chico hizo de todo: fue albañil, cadete, colocador de vidrios, mozo, diariero, cerrajero, pero siempre llevaba una pelota de lo que sea –de medias, de goma y a veces de cuero finito– para jugar algún ratito en un tiempito libre de su laburo. Hijo de una familia muy humilde, Juan Esteban Solari, siempre conocido como Panchi, es símbolo de trabajo, lucha, perseverancia, bondad, honestidad, transparencia, frontalidad y corazón. Siempre se manejó con esos códigos; nunca entendió la vida de otra manera.
Del lote de jugadores que salió de su ciudad natal, Reconquista, en la década de 1980 –junto a Gustavo Stafuza, Ángel David Comizzo, Oscar Tedini, Claudio Spontón o, más adelante, Gabriel Batistuta–, era quizás el que más lejos podía llegar en el fútbol nacional, por constancia y esfuerzo. Panchi, a quien conozco desde los 11 años, siempre fue igual: el primero en llegar a los entrenamientos y el último en irse; el gran capitán que ordenaba, conducía y se preocupaba por cada uno de sus jugadores; el que se acostaba temprano y el que hacía que todos nos fuéramos a dormir cuando él consideraba conveniente para competir sanamente en esos partidos de los domingos a la mañana, con rocío aún en las canchas y prácticamente nadie de espectador, en ese humilde estadio de Talleres de Reconquista que nos reunía casi todos los días.
Y merecía mejor suerte. Demostró cada uno de sus valores en Racing de Avellaneda, en Gimnasia y Esgrima La Plata, en Talleres de Córdoba, en Central Córdoba, en Patronato y otros tantos equipos, pero las lesiones lo tuvieron a maltraer y no le permitieron llegar adonde debía.
Cuando decidió ser DT hizo el mismo camino: estudió, se capacitó, habló con los grandes técnicos que hicieron nuestro fútbol nacional e incluso internacional y siguió cosechando amigos, otras de las grandes virtudes de Panchi. Ese gringo humilde, como sigue siendo en su vida, es el mismo que levanta un teléfono y habla de igual a igual con Miguel Brindisi, Juan Barbas o sus ex compañeros, como el Vasco Olarticoechea o Gustavo Costas, porque es de esos tipos inolvidables, que siempre deja huella por buena persona.
Ese mismo Solari, con más experiencia, con varios jugadores formados por su espíritu y tesón en las inferiores de Gimnasia –que hoy están en la Primera División o fueron vendidos al exterior y siempre están agradecidos por la enseñanza del técnico de rubia cabellera– es el que vuelve ahora a Entre Ríos, que tanto tiempo lo cobijó y respetó en varias instancias de la década de 1990.
Concordia vuelve a ser su desafío. Y Panchi, como cada vez, seguramente no defraudará. Será trabajo, pasión, coherencia, frontalidad y ganas. O sea, buena parte de lo mejor que dio siempre en la historia de su vida.