Noralí Moreyra
José Tinta era un reconocido médico paranaense que estudió Medicina en La Plata y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se especializó en Anestesiología y presidía la asociación de profesionales de esa rama de la medicina. Tenía 27 años cuando se recibió y le envió un telegrama a su mamá: “Soy médico”, rezaba el papel. Trabajaba en hospitales de Tigre y en clínicas privadas de San Isidro y San Fernando. Por su carácter cabrón y perfeccionista sus colegas lo apodaron Bronquitex. Le gustaba la música clásica y era fanático del cantor de tangos Julio Sosa. Se había dejado el bigote para que sus pacientes ganaran confianza y lo creyeran “más adulto”. Todos conocían a José por su profesionalismo, por buenazo y generoso. Era papá de cinco hijos y vivían en La Plata, donde conoció a su esposa. El 22 de junio de 1977, cuando el menor de los Tinta cumplía dos años, José le dijo a su mujer que al regreso del trabajo celebrarían todos juntos “con unos sanguchitos”. Pero José nunca volvió y su hijo nunca más celebró su cumpleaños. Al contrario, cuando llega ese día el menor de los hermanos Tinta se va de la casa en soledad. No quiere saber nada de festejos.
“Hasta hoy nuestra familia sufre la pérdida de José”, contó la licenciada en Ciencias de la Educación Laura Tinta, una de las tres hermanas del médico, mientras miraba las pocas fotos que le quedaron de su hermano. En una de ellas José tenía dos años y un gracioso disfraz de conejo, en otra algo más grande José tomaba la comunión y en una tercera se casaba con su bella mujer. En ninguna le faltaba la sonrisa.
-¿Cómo secuestraron a tu hermano?
-El día en que desapareció estaba aplicando anestesia en un hospital bonaerense y le avisaron que un médico lo buscaba urgente fuera de la sala. Él se negó a salir, pero luego de mucha insistencia accedió a retirarse del quirófano. En pleno pasillo unos hombres lo esposaron y se lo llevaron, en bata nomás, con el frío que hacía. Lo sacaron afuera y nunca más se supo nada de él, jamás. Desconocemos los motivos, porque no era militante, no participaba en nada y hasta donde sabemos no tenía ningún antecedente. Cuando realizamos averiguaciones en diferentes destacamentos militares e iglesias todos se hacían los sorprendidos. No obstante, a mi hermano lo fueron a buscar en dos Falcon verdes. No había mucho de qué dudar. Fue un 22 de junio de 1977. Ni siquiera la Cruz Roja pudo darnos datos ni los organismos de derechos humanos. Parece que se lo tragó la tierra.
-¿Recordás cómo fue la búsqueda desde ese momento?
-Su esposa, su padre y todos los que pudimos empezamos un periplo por diferentes lugares. Acompañé a mi cuñada en Buenos Aires a muchas entrevistas con generales y generalitos. Le hice 327 visitas a monseñor Tortolo que jamás me supo decir nada. Para nosotros fue muy fuerte porque no entendíamos las causas. No era un tipo jodido ni un tirabombas. Él defendía los derechos de sus compañeros en el gremio, porque creía que su trabajo estaba mal remunerado y ésa es la única razón por la que sospechamos que lo secuestraron, aunque muchos otros protestaban por lo mismo y nadie los detuvo.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
