Daniel Tirso Fiorotto
(especial par ANALISIS)

Pedro Brassesco será ordenado diácono, hará promesas de celibato y se incorporará de lleno al clero. A pedido de ANALISIS el ex periodista explicó su vocación convertida en una explosión de alegría casi a los 30 años. Habló de la vida de entrecasa en el Seminario y se detuvo en un lema que guía sus pasos: “Extiende tu mano”. Pedro: un cambio para siempre que invita a meditar.

Hace sólo seis años ejercía el periodismo en medios de gran difusión, en Paraná, Concordia, Victoria. El próximo viernes 7 de marzo se calzará una túnica y una estola, y desde entonces bendecirá, bautizará a los bebés, casará a las parejas. “Que por mi presencia un enfermo pueda sentir que Jesús lo está confortando, al que está solo que lo está amando”, es la aspiración del ex colega, que inaugurará su apostolado pronto en la Parroquia San Antonio, de Gualeguay.

-¿Qué pasó en el mundo, o en tu interior, para que te volcaras (o te volaras) por el sacerdocio? ¿Cómo fue o cómo sentiste el “llamado”?
-Cuando iba al secundario ya me había cuestionado la posibilidad de que Dios me estuviese llamando para el sacerdocio. En esa época iba a los grupos de jóvenes de parroquia y estaba bastante comprometido con las actividades de la Iglesia. Igualmente siempre hubo una inclinación por lo comunicacional, recuerdo que con un amigo jugábamos a tener una radio e incluso llegamos a hacer un boletín informativo escrito a máquina y que las hermanas del Huerto nos fotocopiaban a costo. Pero al momento de decidir todo era muy confuso, estaba en la radio, temía equivocarme y desaprovechar tiempo y oportunidades y por eso creo que opté por profundizar en lo comunicacional. En Paraná me alejé muchísimo de la Iglesia aunque no tanto de Dios y de una fe que se mantenía reducida en lo privado. Aunque con altibajos, lo del sacerdocio pasó a ser algo mínimo dentro de mis cuestionamientos o inquietudes. Creo que en un momento me dije a mí mismo que si Dios me quería para algo así me lo iba a manifestar más claramente. Así fue que en 2001, mientras estaba trabajando nuevamente en Victoria luego de mi renuncia en Concordia, se comenzó a manifestar más fuertemente como una seguridad interior sobre qué era lo que tenía que hacer. Lo empecé a charlar con un sacerdote, el padre Elías, que en realidad conocía muy poco. Lo comenté con algunos amigos, entre ellos varios agnósticos, y todos coincidían en aconsejarme que era algo que yo tenía que decidir libremente en función de lo que sentía y de lo que me hiciera más feliz. Cuando decidí y, rezando, le dije a Dios que sí, fue como una inundación de alegría y paz interior. Por supuesto que con los años vienen las dudas, las crisis, y uno va volviendo a decir que sí pero ya desde otras perspectivas o motivaciones, que van más allá de lo sentimental. A mí me molesta cuando dicen que sentir el llamado es como “escuchar una vocecita interior” porque es una forma muy simplista. En mi caso prefiero decir que es como cuando te enamorás de alguien. Tal vez todos tus amigos te dicen que no te conviene, que es fea, que te va a cambiar la vida o lo que sea, pero vos no podés dejar de pensar, te sentís alegre, cómodo, tranquilo, como si estuviera hecha a tu medida. Y no importa lo que digan o a lo que tengas que renunciar porque es el camino a tu felicidad y tenés el derecho de seguirlo.

-¿Cómo sirve un sacerdote a la comunidad?
-El sacerdote sirve de muchas maneras. En nuestro caso la figura más importante es la del Buen Pastor. Y ser un pastor significa guiar. No imponer ni maltratar sino conducir y cuidar para que la gente pueda ir conociendo a un Dios que es amor y misericordia. Y eso se debe manifestar y hacer presente en los distintos ámbitos de la vida: el espiritual y el material, los momentos de alegría y de sufrimiento, alentando o advirtiendo cuando algo no anda bien. Pero nuestra tarea debe tener como centro ayudar al encuentro con Cristo. Y quien se encuentra con Él debe manifestar ese amor a los demás porque, como dice el Evangelio, ¿cómo se puede amar a Dios a quien no ves si no amas al hermano a quien ves?

Que Jesús lo está confortando

-¿Qué aspecto de la religión te atrae más? ¿La admiración por la vida de los santos, la devoción por María, la vida misma de Jesucristo? ¿Qué Santo me sugerirías para conocer o seguir? Contame de un par de cosas que hayas aprendido a valorar más desde este ángulo, en la sociedad y en la Iglesia.
-Una de las cosas que más he aprendido a valorar es la religiosidad popular. Algunas veces se ha vinculado demasiado la fe con lo racional, las situaciones económicas y se hacen análisis de lo que está bien o no y cómo la gente tiene que vivir su fe. No me parece mal cuando ello se ofrece como una experiencia enriquecedora y no como un modelo a imponer. Pero me resulta impactante ver cómo la gente vive su fe de mil maneras: a través de los santos, la Virgen, procesiones, imágenes, medallas. Y realmente emociona ver esa fe inquebrantable, que está más allá de nuestras disquisiciones teológicas o morales. Y esto es algo característico de América Latina y que los obispos volvieron a reconocer el año pasado en Aparecida. Por eso una de las cosas que más me entusiasman es poder estar al servicio de esa fe. Que por mi presencia un enfermo pueda sentir que Jesús lo está confortando, al que está solo que lo está amando; al preso, al pobre, a los jóvenes, a los que están volviendo a empezar todos los días, etcétera. Una vez estuve colaborando en la sala de bendiciones en la Basílica de Luján y quedé impactado de la cantidad de gente que va y se encuentra con Dios a través de la Virgen. Desde afuera parece todo muy turístico o comercial, pero cuando van a hacer bendecir lo que compraron, cuando se encuentran con la Virgen, los rostros, las expresiones, traducen una experiencia interior y una necesidad de sentirse acompañados por Dios. Me parece que lo primordial tiene que ser encontrarse con Cristo, conocerlo a Él. La Virgen es la que más te puede ayudar porque lo conoce muy bien, no hay que olvidar que es su madre. Los santos son para nosotros un ejemplo y porque tenemos la seguridad de que están en el cielo le piden a Dios por nuestras necesidades. No recomiendo alguno en especial porque eso depende de cada uno, hay figuras que son atrapantes por lo extraordinario de sus vidas y otros por haber sido fieles en lo simple y pequeño. Recuerdo el ejemplo de un jesuita que es santo pero que toda su vida fue el portero en el convento. Sólo hizo eso, pero atendiendo de tal manera a cada uno de los que llegaba como si fuera el mismo Jesús que golpeaba a la puerta.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)