La mentira, el derecho y el hartazgo

Edición: 
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A seis años de aquel diciembre trágico…

Luis María Serroels

Nadie puede negar que una buena porción de los que operan dentro del ámbito de la política en nuestro país tenga por muy bien ganada la condición de grandes deudores de la sociedad en materia de reconocimiento de los derechos humanos y de vigencia de la justicia en plenitud. De alguna manera tornan realidad aquella frase que enuncia que así como la guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos.

Seis años se están cumpliendo de aquellas tristes jornadas que vivió nuestra nación, luctuosas, aciagas, funestas, traumáticas, cargadas de una congoja colectiva inenarrable y signadas por el atropello impiadoso –de por sí insoportablemente mortificante-, que le terminaron poniendo una bisagra a nuestra historia contemporánea.

La represión desmedida, el estallido descontrolado que rápidamente se desmadra y donde parecen converger todos los sentimientos y pasiones generadas, curiosamente, por una peligrosa mezcla de la inercia de los que gobiernan y la impaciencia de los gobernados, se aliaron con una potente levadura para dar paso al amasijo de un pueblo harto y decidido.

Se juntaron en comprometida coalición, el hartazgo por tanta inequidad y la protesta reclamando por el derecho conculcado a mansalva. De la violencia que viene desde arriba, se puede alumbrar una mancomunada reacción que, a pesar de no responder a bases orgánicas premeditadas, va adquiriendo en la propia lucha elementos que logran jaquear al poder mal ejercido y prepotente.

Nuestra provincia no podía resultar ajena a los acontecimientos que sembraban angustia y dolor en toda la geografía nacional. Y no podía ser de otro modo, porque la conducción política y las desafortunadas medidas llevadas adelante por un gobierno insensible, autoritario y autista, venía creando las condiciones apropiadas para que también en nuestra comarca se decidiera adoptar la magia espontánea con que los débiles se llenan de fortaleza.

Como nunca antes, el miedo se instaló en todos los sectores y miles de personas no trepidaron en salir a la calle, porque el aparato digestivo no entiende de tiempos políticos, porque a las barrigas silbadoras de los gurises nada puede enardecer más que las enfrenten con ecuaciones financieras incomprensibles y porque, en definitiva, a las ignominiosas rotulaciones (Necesidades Básicas Insatisfechas) con las que se busca disimular la indigencia institucionalizada, se les fue sumando la otrora poderosa clase media, obligada a incorporase a las franjas carecientes sin resignarse a abandonar aquellas veleidades heredadas de las épocas consumistas de un lejano país próspero.

Entre el ulular de sirenas que lejos de transmitir seguridad originaban grandes temores entre la población y producto de una mala conducción política y peor traducción en las fuerzas de seguridad, la tensión crecía y los límites de la prudencia se borraban de las tácticas improvisadas.

Eloísa Paniagua, Romina Iturain y José Daniel Rodríguez fueron el resultado oprobioso de la carga irracional ordenada desde despachos muy confortables, donde se creía que la fuerza del bastón, la 45 y la Itaka podría emplearse como símbolo de orden, conociéndose que hasta los portadores de este armamento pagado por el pueblo sabían en su interior que en sus hogares también se debían hacer malabarismos a la hora de parar la olla. Esas contradicciones históricas que se producen cuando los malos políticos instalan en las calles la lucha incomprensible de pobres contra pobres, no pasaría hoy de ser anécdota o parte de una crónica policial negra si no fuera que después de tanto tiempo transcurrido, una misteriosa alianza entre factores ocultos entre los pliegues del propio poder parece encargarse de modificar pequeñas cosas para que nada cambie, para que todo siga igual, para que la impunidad sea la única política de Estado que los gobiernos sucesivos acuerdan, en una suerte de gatopardismo salvador.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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