–Yo no entiendo porqué a alguna gente le resulta tan fácil y a nosotros no…
–Porque no somos como los perros– me dice Federico.
–¿Cómo los perros?
–Claro, como los perros. ¿Vos podés comer de la basura...?
Anatomía del asco
Antonio Martínez Ron
«En la Tierra del Fuego, —explica Charles Darwin— un nativo tocó con su dedo un poco de carne fría en conserva que yo estaba comiendo en nuestro campamento y mostró con claridad el enorme asco que le producía su textura blanda. Por mi parte, también sentí un tremendo asco ante el hecho de que un salvaje desnudo tocara mi comida, aunque sus manos no parecieran estar sucias».
Es una primera aproximación al sentimiento universal de asco. Darwin se adelantó al describirlo como una adaptación evolutiva, un reflejo que nos protege de la amenaza de contagio. Un asco humano que sirvió, según los investigadores, para salvar al hombre primitivo de morir envenenado a las primeras de cambio.
Ese instinto primitivo está marcado a fuego en las profundidades de la mente. El psicólogo Paul Rozin lo demuestra con un sencillo experimento: ¿Te resultaría desagradable tragar la saliva que tienes en la boca en este momento? —pregunta Rozin. Este acto no parece despertar repulsión en nadie. ¿Y si te piden que escupas esa misma saliva en un vaso y te la bebas? Asqueroso. La explicación es sencilla: Lo que está fuera de nuestros cuerpos ha dejado de formar parte de nosotros, es percibido por nuestra mente como algo ajeno y sospechoso, se convierte en rechazable.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)