Espera en silencio

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A un año de la “balacera por error”

Ha pasado poco más de un año de aquella madrugada en que seis jóvenes fueron confundidos con unos ladrones y, por las dudas, la Policía los interceptó a tiros. El caso suma un capítulo más a la oscura historia de la fuerza de seguridad provincial. Una serie de situaciones convirtieron al hecho -como suele pasar- en un manto de sospechas. Mientras el gobierno espera en silencio que la Justicia resuelva, las víctimas conviven con el trauma que pudo acabar con sus vidas. ANALISIS tuvo acceso a un documento inédito firmado por las cuatro chicas menores de edad y los dos muchachos.

Federico Malvasio

Un auto de color rojo, sin identificar la marca, era el dato. Parece poco, pero para nueve policías fue suficiente. El hecho ocurrido en el Acceso Norte de Paraná en la madrugada del 6 de agosto de 2006 terminó con un vehículo impactado por 16 disparos. En el interior del coche atacado salvajemente iban seis jóvenes. Quienes tiraron con sus armas reglamentarias eran agentes de Investigaciones ayudados por efectivos que marchaban en dos patrulleros. Se buscaba un grupo de ladrones que había robado en el comedor Rancho Grande, ubicado sobre la ruta camino a La Paz.

Pero quienes recibieron los tiros nada tenían que ver con la pesquisa de la Policía. De ahí el título que públicamente se le dio al acontecimiento: “Balacera por error”. De haberse calificado al hecho de gatillo fácil, también se estaría frente a un improcedente criterio informativo. Ha pasado más de un año en que Gonzalo Vittor, Gabriela Moreira, Martín Werner, Pamela Sánchez, Carla Salomone y Gabriela Vitale esperan que la Justicia resuelva “este desgraciado hecho” que pone nuevamente a la Policía en el ojo de la tormenta.

Una vez más las prácticas llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad se contrapusieron a su deber: garantizar el estado de derecho. Destellos de las noches más terribles de la historia argentina parecieron, esa madrugada, afirmar que aún quedaron perdigones, pese a que ya han transcurrido 25 años de democracia. Cuando especialistas en el tema no dudan en afirmar que algunas estructuras de torturas están vigentes y la connivencia entre la Policía administrativa y el poder político goza de un engranaje sofisticado en función de la impunidad, el gobierno suele responder con números electorales o con acusaciones tales como que “el tema se ha politizado”. Los tiempos de la Justicia, en casos resonantes, suelen ser medidos con un metrónomo que se digita en Casa de Gobierno. Un documento, de quienes por estos días conviven con el trastorno, denuncia que “el accionar de la Policía no fue un hecho aislado o no querido. Pensamos que así actúa la Policía, con prepotencia. Por eso no hubo autocrítica, ni humildad para pedir perdón como institución”. Los firmantes son precisamente quienes en la noche del 6 de agosto vieron que la muerte los encerraba en dos calles del Acceso Norte. La suerte o el destino estuvieron de su parte.

Apostillas de lo sucedido

Pasemos a los hechos. Cuando se repasa el acontecimiento de esa madrugada en la que ocurrió la persecución seguida de balacera, cuesta obviar la enorme cantidad de casualidades que terminaron por conformar un manto de sospechas. Primer paso. Un auto aparentemente igual al que utilizaban los seis jóvenes había sido el usado una hora antes por los asaltantes que irrumpieron en el comedor situado en la zona del Acceso Norte. Justo las seis víctimas se pasearon por esa zona y fueron a dar a una calle donde había dos patrulleros estacionados que, sin querer, terminaron dificultándole el paso al que finalmente terminó siendo un Volkswagen Gol rojo. El color era el único dato preciso que tenían los cazadores, según la querella. Detrás de ellos venía un Renault 18 con personal de Investigaciones armado con sus 9 milímetros y el rostro cubierto. La reconstrucción del hecho permitió conocer detalles de la secuencia perversa: el VW de los jóvenes transitaba por una pequeña arteria que une calle Churruarín con la Avenida Circunvalación, cuando se topó con los dos móviles policiales (uno del Comando Radioeléctrico y otro de la Comisaría 12ª).

En un primer momento, las víctimas, en el medio de la confusión y en semejante montaje policial, sin presentirlo, pensaron que habían quedado en medio de un encontronazo entre policías y ladrones. No fue así. El auto sin identificación era también de la fuerza de seguridad (Dirección de Investigaciones). Los muchachos bajaron la velocidad y los patrulleros se acercaron al trote para apuntar y dispararles a los jóvenes con más facilidad. Así fue el desenlace del vandalismo brutal. Se habló de “balacera por error”. ¿Disparar 16 veces se puede encuadrar en la calificación de error? ¿Se podría decir que fue un hecho de gatillo fácil? Nada de eso, se trató, en rigor, de una cacería brutal e ilegal. Aún más, en el documento, las víctimas cuentan que los policías “lo único que hicieron fue tratar de salvarse, de borrar las pruebas”.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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