Silvio Méndez
Invitado a brindar una conferencia y taller de escritura, visitó Paraná el escritor bonaerense Pablo Ramos. Sus últimos trabajos han tenido gran repercusión merced a importantes premios que recibió, así como por el reconocimiento de la crítica. La narrativa de Ramos se caracteriza por su contundencia que responde, indudablemente, a un escritor distinto que seduce al lector por su crudeza. Utilizando su prosa como una poderosa navaja, Ramos se desliza desnudando en sus personajes su propia historia. En diálogo con ANALISIS, el novelista habló sobre su peculiar acercamiento con la literatura, el modo de encarar su labor y su perspectiva donde, en una búsqueda personal, ficción y autobiografía se cruzan en límites difusos.
El fin de semana se llevó a cabo en Paraná un coloquio y taller literario con Pablo Ramos. El escritor fue invitado por la Asociación Mariano Moreno, Radio Cualquiera 94.3 y El Diario. Últimamente Ramos ha alcanzado reconocimiento en el medio por haber obtenido premios del Fondo Nacional de las Artes y la Casa de las Américas por su libro de cuentos Cuando lo peor haya pasado (2004). También por sus poesías reunidas en Lo Pasado Pisado (1997) obtuvo varios concursos, aunque reconoció que su primer galardón lo alcanzó en un certamen de relatos eróticos de la revista Playboy. Asimismo, sus últimas novelas El origen de la tristeza (2005) y La ley de la ferocidad (2007) han recibido críticas muy elogiosas que lo han incorporado a un selecto grupo de jóvenes escritores argentinos en boga.
De todos modos, Ramos no se ajusta al tradicional perfil de autores afamados, tanto por su cuna de barro del conurbano bonaerense como la formación de una secundaria trunca. Su palabra es espontánea e informal, casi como su escritura. En charla con ANALISIS, habló sobre su particular modo de comunicación con los lectores que también lo acerca a su propia exploración íntima.
-¿Cómo llega la literatura a tu vida o la literatura te tomó por asalto?
-Un poco me pasó esto último. La literatura me llega como lector en una época en la cual yo estaba en la calle, ligado a las pensiones, cambiando de lugar. Si bien había leído en mi infancia, no lo había hecho tanto. En esa juventud de los 24 años que yo me voy de mi casa primero, me caso, tengo mi primer hijo, me separo enseguida, empiezo a leer muchísimo para campear la soledad; un libro es una buena compañía, y me tomo en serio la lectura.
-¿Y cómo fue el recorrido?
-En el café La Paz conozco a un escritor, a Carlos Balestra Duarte, que es como mi maestro en la lectura, mucho antes de escribir. Él me ordena. Me deja libros y me decía, por ejemplo, este fin de semana Los Cantos de Maldoror. Fue un recorrido completamente anárquico. El primer libro que leí completo en mi vida es La isla del tesoro, de (Robert Louis) Stevenson, y el segundo Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, un libro rarísimo de leer, muy difícil. Por supuesto, lo iba leyendo y no entendía nada, pero intuía que había algo fuerte. Esto, sumado a mi escucha del tango, letras del rock, música que creo es buena; me fue atrapando el ir viendo la palabra y la escritura como una posibilidad, una zona de felicidad dentro de una vida que no era muy exitosa y no prometía demasiadas cosas sino en seguir en lo mismo. Poder escribir un poema, leerlo en el café La Paz y que alguien lo escuche y me inviten a una lectura a otro lado, en San Telmo... Buenos Aires ofrece un poco eso: pertenecer a un grupo, que hay veces que me criticaban todo, me daban con un caño, pero de vez en cuando estaba la posibilidad que me elogiaran algo, también quizás que por ahí sea una minita, porque también corre todo por ese lado.
-¿Y pensabas que ibas a llegar a ser un escritor reconocido?
-Nunca pensé en llegar a escribir en serio, porque la literatura me parecía demasiado serio, difícil y lejano. Hasta que de alguna manera me cercó la necesidad de expresarme. En la música avanzaba pero era más bien mediocre, veía cómo otros amigos, como (Ernesto) Snajer progresaban y los iba a ver, un poco con amor y un poco con envidia, y me decía ojalá yo pudiera tocar así, tener un público, poder expresarme lo que siento. Pensaba que lo que yo siento es tan grande como lo que ellos sienten pero no encontraba la manera de canalizarlo y se siente como una angustia profunda.
-¿El reconocimiento te alcanza en circunstancias particulares o no esperadas?
-Claro. De golpe surgió la idea de llevarle un cuento a Liliana Heker, lo lee y me dice que soy un escritor, que me plante y organice mi vida para poder escribir. Ella fue como mi maestra de vida. Empiezo a llevarle texto y en un taller que venía funcionando hacía tiempo, donde yo era el nuevo, empiezo a tener una recepción de los compañeros enorme, a tomar un lugar y encuentro esa tierra fértil. Seguramente hay que tener un poco de talento, pero yo le puse mucho de trabajo. Empecé a trabajar y a trabajar, a escuchar lo que me decían. Cuando los demás se iban al laburo o una mujer, yo tenía la soledad de mi pensión, pasaba textos por comida y casa, y después me quedaba todo el día corrigiendo mis textos, por ahí como por 10 horas buscándole la vuelta, esforzándome tal vez el quíntuple que lo demás, y fui viendo que de eso se podía construir una vida. Es una locura, porque yo hoy vivo de la literatura.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
