“Me da asco que tipos que no saben leer peleen un cargo”

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Entrevista: Carlos Vairetti

Luciana Dalmagro

A los 82 años se define como “el más viejo de los peronistas de Entre Ríos”, pero cuestiona que “elementos que no son peronistas, sino híbridos y transversales, quieran copar el partido”. Carlos Vairetti se tranquiliza: “Acá no van a tener suerte porque tenemos dirigentes como Jorge Busti y Sergio Urribarri”. Recuerda al gobernador electo de niño como “un muchachito medio hincha” y le prepara proyectos de ley para cuando asuma. “Busti se pone celoso, pero trabajaré para él cuando vuelva”, aclara. Dice que no le gusta del todo el Presidente Néstor Kirchner porque “se pelea con todo el mundo”, pero apoyará la candidatura de Cristina. Repasa su historia política y personal, que incluye desde venta de quiniela a los 12 años para ayudar a la familia hasta reuniones con Perón en 1945. Define a Mario Moine como “alguien que siempre tuvo alma de traidor” y cuenta que Busti le propuso ser candidato a convencional, pero no aceptó.

El escribano Carlos Vairetti aparenta bastante menos de los 82 años que declara, cumplidos el 20 de agosto. Su oficina es una especie de museo retrospectivo peronista: hay escudos justicialistas enmarcados, de colores, de bronce, de madera. También títulos de diferentes cargos electivos o partidarios. Y fotos. Sobresalen dos: una con Carlos Menem y otra con María Estela Martínez de Perón.

La oficina está pintada prolijamente en dos tonos casi obvios: celeste para las paredes, blanco para las aberturas. Dos bibliotecas desordenadas flanquean un escritorio largo sobre el que se amontonan portarretratos con fotos de hijos y nietos, un cañón en miniatura, una réplica de un avión de guerra, un pequeño globo terráqueo y dos herraduras doradas.

Después de la charla, Vairetti se irá a jugar al golf. Y está vestido en consecuencia: un pantalón claro y liviano, un par de zapatillas Nike y una chomba blanca con rayas grises. Lleva el pelo blanco peinado hacia atrás con gomina, un bigote prolijo y discreto y tiene ojos entre verdes y celestes. Se ayuda con las manos para hacerse entender, sonríe a cada rato, disfruta recordando anécdotas y pone cara de pícaro ante el relato de recuerdos de juventud.

En un momento, aparece algo ofuscado, solicita unos minutos y a los apurones y con un poco de bronca, apaga la computadora. Una distracción provocó que tuviera que hacer dos veces el mismo trabajo. Explica: “Estoy redactando unos proyectos de ley para Sergio Urribarri. Tenía todo casi listo, pero me olvidé de guardar y se borraron los archivos”. Concluye la tarea y se dispone a charlar con ANALISIS. La primera pregunta aparece obvia:

-¿Urribarri lo consulta habitualmente?
-Siempre estamos en contacto, pero me consulta poco porque no tiene necesidad de hacerlo. Él sabe cómo pienso. Es presidente del Partido Justicialista (PJ) y yo soy presidente del Congreso Provincial. En los papeles, no tengo ningún poder, pero gozo de esos cargos honoríficos. Seguramente me mantienen porque soy el más viejo de los peronistas de Entre Ríos.

-¿Cuánto hace que se conocen con el gobernador electo?
-De toda la vida. Su padre, una excelentísima persona, era mi puntal en General Campos cuando yo era precandidato a gobernador. Entonces, al Pato lo conozco desde que era chico. El padre, que era empleado ferroviario, me esperaba siempre en el coche para llevarme a recorrer el departamento y él era un muchachito medio hincha que andaba todo el tiempo pegoteado con nosotros o jugando a la pelota. Todos muy buena gente, familieros, cariñosos. Le tengo un gran cariño. Es como un hijo para mí. Y conozco a su familia también, que es lindísima. Yo soy de Boca y siempre que lo veo al pibe de él me emociono porque lo conozco desde que nació. Me pongo triste cuando no lo ponen. Siempre lo sigo.

Perón, Maya, quiniela y vitaminas

Vairetti nació en Paraná, hijo de madre ama de casa y padre empleado del Ministerio de Obras Públicas de la Nación, que era yrigoyenista y terminó peronista por influencia de su hijo. La familia, que se completaba con una hermana, vivía en una casa modesta en La Rioja y Victoria. El dinero no alcanzaba y desde los 12 años, contra la voluntad de su padre y con cierto apoyo de su madre, Vairetti se dedicó a vender quiniela.

“Un señor de apellido Salvia, que era el banquero y vivía a la vuelta de mi casa, me habilitó para vender pero solamente por el barrio. Me fui avivando y empecé a ir para el lado del puerto, antes de que entraran los obreros del Ministerio de Obras Públicas. Eran 800. No jugaban todos, pero tenía una buena clientela. Después empecé a salir de casa a las cinco y cuarto de la mañana, iba a la feria a vender -a los puesteros y a las viejas que iban temprano- y a eso de las siete menos cuarto me tomaba el tranvía que iba al puerto.

Vendía ahí hasta las siete y media, volvía a casa, tomaba la leche bebida y salía para la escuela corriendo porque a las ocho cerraban la puerta. Terminé ganando más que mi padre”, cuenta. También jugaba básquet y fútbol y era extremadamente flaco, lo que preocupaba a su mamá. “Me daba toda clase de batidos vitamínicos porque creía que estaba enfermo, pero siempre fui fuerte”, asegura.
Meses después de terminar el secundario en la Escuela Normal, en marzo de 1945, consiguió una reunión con el entonces interventor en la provincia, el general Humberto Sosa Molina, con la intención de obtener una beca para estudiar. Fue un día a llevar los papeles necesarios y, mientras esperaba que el general lo atendiera, se puso a charlar con un muchacho que estaba sentado allí. “Era un morochito esmirriado de apellido Lazo, de Villaguay. Quería estudiar Medicina en Rosario. Había viajado a averiguar precios de pensiones y a calcular otros gastos y le resultaba imposible. Me dijo que se le habían roto los sueños. Que era hijo de chacareros, que eran siete hermanos. Me conmovió”, relata.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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