“A la gente le duele que no se esclarezca un hecho de corrupción”

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Diálogo con Jorge Beades, fiscal adjunto del STJ

Luciana Dalmagro

Hace más de 30 años que se desempeña en el Poder Judicial, en diferentes cargos. Y admite que en algunas ocasiones se ha sentido avergonzado por su trabajo. A Jorge Beades, fiscal del STJ, lo preocupa el aumento de la violencia en la comisión de delitos y pide más funcionarios en la Justicia. Y también se queja de la pérdida de valores morales y de la falta de respeto a la autoridad, aunque concede que en buena parte es culpa de las inconductas de quienes ostentan alguna investidura. Informa que la comisión de delitos ya no es cosa de pobres, sino que se está extendiendo a otras capas sociales, mientras brega por el mantenimiento de las instituciones y lamenta que el descreimiento ubique a la sociedad al borde de una peligrosa cornisa. Reconoce diversas falencias del Poder Judicial, pero apunta también a la incomprensión de la ciudadanía. Dice que a lo largo de los años en su trabajo vio mucha miseria humana y lo acompleja la prescripción de la causa por las cajas de alimentos y se siente en deuda por no haber podido encontrar a los ladrones del Roballos ni a los autores intelectuales del crimen de Calero. Además de su trabajo, dos cosas ocupan su mente por estos días: un cercano viaje a Estados Unidos para visitar a sus hijos y un próximo concierto para celebrar sus 40 años como organista de la Catedral.

El título de abogado a su nombre que cuelga de la pared es lo único que garantiza que el despacho le pertenece. Por lo demás, el sitio da la sensación de ser una oficina sin dueño, destinada a atender gente. Es una habitación de, a lo sumo, tres metros por cuatro. Jorge Beades, fiscal adjunto del STJ, se ubica detrás de un escritorio barato y sentarse enfrente significa casi arrinconarse contra la pared. Papeles y útiles ordenados, una computadora y una mesita para una máquina de escribir que ya no está completan el mobiliario que se amontona sobre un piso de cerámicos grises. No hay enormes bibliotecas, no hay fotos, no hay sillones, no hay objetos personales, no hay adornos. La luz del mediodía entra apenas por una ventana que da al interior de Tribunales y un par de fluorescentes completan la iluminación. El lugar no es lujoso ni muy cómodo, pero al magistrado le gusta y pasa allí dentro todas las mañanas y buena parte de muchas tardes.

Actualmente lo preocupan dos cuestiones, que están relacionadas: el aumento en los índices delictivos y el incremento de la violencia. “No sólo hay más cantidad de hechos, sino que son cada vez más graves. Hay mayor agresividad, más ensañamiento con las víctimas. Esto es algo palpable y evidente”, explica. Y para contener la situación, propone el aumento en la infraestructura humana del Poder Judicial. “No más empleados, pero sí más funcionarios. Los empleados producen mucho trabajo, pero quienes tienen que poner la firma son siempre la misma cantidad de personas. En Gualeguaychú, por ejemplo, se da una situación muy preocupante desde hace varios años, ya que sólo hay dos agentes fiscales, cuando serían necesarios cuatro para poder abarcar todas las atribuciones. Se ha dicho muchas veces que el fuero penal está colapsado y tal vez no sea así, pero sin dudas que está bastante atosigado de trabajo”, considera. Y explica que la situación obliga a seleccionar las causas a la hora de tramitarlas. “No es por orden de llegada. Hay cosas que se atienden en forma urgente porque así debe ser y otras tienen que esperar y se va haciendo lo que se puede”, añade.

-¿Podría establecer el prototipo de un delincuente medio de hoy?
-Es un hombre joven de clase media para abajo, en muchos casos con algún tipo de adicción. De todos modos, cada vez se ven más casos de personas que delinquen que pertenecen a una clase media, no necesariamente acomodada, pero digamos que la posibilidad de que alguien incurra en el delito ya no se circunscribe a una clase determinada de modo exclusivo. Cada vez más se extiende a otras capas sociales.

-¿Y cómo era un delincuente hace 20 años?
-En términos generales era similar, pero tal vez no consumía drogas y no era tan violento. Antes existía el delincuente que iba a robar a mano limpia y hoy eso casi no se ve. Lo común es que anden armados, por lo que estamos hablando de una peligrosidad infinitamente mayor. Y también existían algunos códigos. El delincuente sabía que si caía, tenía que pagar su pena. El tipo sabía que se la tenía que aguantar y si le tocaba ir a la cárcel, no digo que iba contento, pero se la bancaba. En cambio hoy hay una suerte de rebeldía, en el sentido de que rara vez se admite la responsabilidad y quien va a la cárcel siente que se lo está castigando injustamente.

-¿Y en cuanto a los niveles de reincidencia? ¿Antes había un mayor respeto por la ley?
-Hay mayor índice de reincidencia y esto tiene que ver, en parte, con una profunda crisis moral, de valores. Cosas que antes parecían ser intocables hoy en día no lo son. Está en boga una postura que tiende a relativizar todo. No hay valores absolutos, hay una subversión de valores.

-¿A qué valores morales refiere?
-Al principio de autoridad, por ejemplo. Es algo que ya no se respeta. Da lo mismo que una persona con conocimientos o con un cargo de importancia diga algo, a que lo diga uno que no tiene ni siquiera educación. Se ha atacado el principio de autoridad al punto de que no se respetan ni las investiduras. Un gobernante puede decir algo y no se lo tiene en cuenta para nada. Cada uno hace su voluntad, lo que le place, y esto es gravísimo porque se socavan las instituciones en las que se asienta un país.

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