Jorge Urien Berri
“Son malos tiempos para el periodismo.” Tantas veces oí la frase y la dije convencido que hoy, sin renegar de ella, me pregunto si su verdad no encierra también una excusa cobarde.
Sí, son malos tiempos para el periodismo. En el mundo, por la capitulación del periodismo norteamericano tras el 11 de septiembre de 2001. En la Argentina, por varios motivos: hay pocos medios gráficos grandes y medianos y eso se traduce en una escasa competencia, sueldos bajos y calidad decreciente en la búsqueda, tratamiento y presentación de la información. Y entre los medios de prensa, algunos constituyen enormes y poderosos grupos económicos que a veces ponen el periodismo al servicio de intereses no periodísticos.
En los últimos años noté un aumento de las operaciones periodísticas montadas, a veces, por editores o redactores. Operaciones que permiten sospechar un franco incremento de la corrupción. Se trata de un tema tabú. Pero en una sociedad atravesada vertical y horizontalmente por una corrupción que campea también en sus instituciones, el periodismo no podía mantenerse al margen.
Algunos colegas han propuesto la confección de un código de ética periodística que no sólo no me parece un buen remedio, sino que puede convertirse en un peligro si tras el código aparece un tribunal profesional con facultades para sancionar. No estoy de acuerdo con el código porque todos sabemos qué debemos y qué no debemos hacer. No seamos hipócritas. Y un eventual tribunal corre el riesgo de estar compuesto por colegas corruptos que podrían sancionar en función de intereses ajenos a la ética.
Para terminar con el cuadro negativo, agreguemos la violencia que han sufrido varios colegas, muchos de ellos del interior del país. Violencia física, verbal y judicial, porque los juicios en manos de una Justicia que con frecuencia suele responder al poder constituyen una violencia. Con sus duras críticas al periodismo, el gobierno nacional agrava esta situación.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
