Fernando Ruiz
En los ‘70 existió en Argentina un periodismo de seguridad nacional. Los principales medios nacionales se sentían parte del bloque de defensa continental frente a la marea revolucionaria y, por ello, administraban la información con mucho cuidado para evitar perjudicar a la dictadura. Existía la censura pero la mayoría de las veces era superflua, pues los principales directivos de los medios coincidieron en apoyarla.
Tras la vuelta de la democracia, nació el periodismo de seguridad democrática. Entonces, también se administró el flujo informativo, pero para cooperar con el primer gobierno democrático. Tanto la cuestión militar como la económica eran pesadas sombras sobre el presidente Raúl Alfonsín, y los grandes medios no estaban dispuestos a colocarle sobre los hombros mayores cargas, dado que era muy probable que la continuidad de ese gobierno estuviese atada a la continuidad democrática.
Menem logró en sus primeros dos años despejar con éxito esas dos sombras mediante la represión a los carapintadas y con el plan de convertibilidad. La continuidad democrática parecía asegurada. Cuestionar con severidad a un gobierno desde la prensa no aparecía ya como una amenaza a la estabilidad política. Más bien, al contrario. El déficit de institucionalidad y transparencia del gobierno menemista parecía exigir un nuevo tipo de prensa. Y entonces, quizás por primera vez en la historia argentina, hubo un sólido e implacable periodismo de cuarto poder.
A partir del disparo de largada de Horacio Verbitsky, con el swiftgate, desde Página 12, los grandes medios siguieron ese camino. La Nación, Clarín, Telefé y Canal 13 comenzaron a cruzar sus propios límites y construyeron equipos de investigación periodística. En la década de los 90, hasta los gerentes de marketing de los medios alentaban la investigación.
Cuando, apenas iniciado el nuevo siglo, el país se acercó al abismo económico y social, surgió un periodismo de seguridad económica que intentaba proteger la convertibilidad. Los grandes medios no hablaban de devaluación, seguían presentando al plan de Cavallo como la única salida del callejón argentino, o descalificaban las voces internas y externas que hablaban de un inminente estallido.
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