Patente para maltratar nuestro idioma

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Luis María Serroels

El 10 de agosto de 1997, en el discurso previo a la entrega de los premios Santa Clara de Asís, la titular de la Liga de Madres de Familia de la República Argentina anunció el inicio de la Campaña del Buen Decir, bajo el lema “Si hablamos bien nos respetamos más”. Precisamente y porque acabamos de celebrare el Día del Idioma, se nos ocurre apropiado hacer referencia al sesgo degradante que viene tomando el uso de nuestra palabra. Mucho más grave aún cuando estas desviaciones se producen en medios masivos de comunicación, frente a la indiferencia cómplice de los organismos responsables de vigilar, entre otras cosas, el correcto empleo del vocabulario que de ninguna manera supone censura contra la libertad de expresión.

Lo insólito es que los seudo comunicadores -y en esto no se observan diferencias de sexo- han optado por nivelar hacia abajo escudados en la triste premisa de que si a Fulano o Mengano se les permite, por qué no a todos.

Ello significa faltarle el respeto al idioma -nuestro idioma riquísimo y maravilloso-, a la sociedad y a todos aquellos que se dedican a trasmitirlo en plenitud. Las herramientas que los insolentes utilizan para consumar esos estropicios cometidos contra el lenguaje, disponen de mucho tiempo y grandes espacios. Todo esto contando con la colaboración imprescindible de los empresarios de los medios y de los anunciantes hipócritas que, mientras proclaman apego por las buenas costumbres, simultáneamente financian semejantes barbaridades donde también e inconcebiblemente se aportan recursos del Estado.

En ese contexto se torna difícil la labor de aquellos que privilegian la utilización correcta de ese instrumento fascinante que es la palabra bien empleada, a quienes muchas veces se los intenta ridiculizar y menoscabar por no sumarse a la marea afrentosa que busca legitimarse a través de una lamentable generalización.

Está en juego la vigencia, la trascendencia y la proyección de cada palabra como vínculo esencial de comunicación, generando ideas, afianzando relaciones, abriendo vías de entendimiento y comprensión, auxiliando al hombre en su afán integrador y, en definitiva, haciendo que el mundo sea mejor cada día.

Si la palabra no es usada conforme a lo que nuestro idioma nos manda, no sirve. La palabra que hoy reivindicamos es la que nos entrega con tanta generosidad nuestro diccionario y que reclamamos para todos quienes la podemos manifestar a través de medios que llegan a todos los confines.

Reclamar fidelidad a la gramática, a la sintaxis, a la sinonimia y a la semántica, no puede extraviarse en el laberinto de las utopías. Mal puede aguardarse un buen vocabulario en la comunidad si los profesionales de la expresión les remiten mensajes plagados de groserías, procacidad y chabacanería (en esto los graciosos llevan la delantera, como si no hubiera otra forma de cultivar el humor que aferrándose al mal gusto de la palabrota disonante y agresora).

Mediante una muy dudosa y discutible creatividad se ha generado una terminología chocante que incorpora los términos más soeces y las frases más hirientes, que ganan terreno hasta pretender erigirse en moneda corriente en los canales de comunicación más diversos.

Cada día surgen figuras que otrora guardaban un culto riguroso y una fidelidad sin concesiones hacia el buen decir, sucumbiendo y agregándose a la brigada de aquellos que manosean a mansalva nuestras formas de tender buenos y sólidos puentes de comunicación.

La proliferación de los adláteres de esta rara cofradía, lamentablemente se da en la gran mayoría de los medios, con rarísimas excepciones. Los padecemos en el ámbito de la Reina del Plata con alcance nacional, pero en nuestra comarca también se escuchan con total desparpajo las peores manifestaciones que sólo pueden satisfacer a los máximos cultores del lenguaje cloacal.

Esa metodología decadente propia de libertinos, que arremete sin piedad contra el derecho social a ser destinatario de un vocabulario compatible con las sanas formas de expresión, muchas veces halla su caldo de cultivo en personas que las aceptan como picardías inocentes de los guarangos de turno, sin advertir que ellas y sólo ellas están habilitadas para el rechazo y que solamente marginando a los bocasucias contribuirán a jerarquizar su aprendizaje y consecuentemente al reencauzamiento de las mejores formas de manifestarse.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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